Es de Funes, Santa Fe. Fue diagnosticada con altas capacidades y tiene un coeficiente intelectual de 132. Mientras termina la primaria en el colegio, inició una diplomatura universitaria. Su familia eligió no adelantarla de año: “Ella es muy feliz con sus amigos”.
A los tres meses, Lara Ghione ya se sentaba. A los cuatro, empezó a gatear. A los seis, habló por primera vez. Y cuando cumplió un año, sorprendió a todos: ya podía mantener una conversación.
“Nos dimos cuenta porque cuando ella nació te seguía con la mirada”, recuerda su mamá, Yamila. “Fue avanzando a pasos agigantados y al año ya mantenía una conversación. Yo me la pasaba llorando porque preguntaba cosas que no pregunta una nena tan chiquita, como, por ejemplo, qué era un país en democracia”, agrega entre risas.
Pasaron años hasta que ese desarrollo adelantado tuvo un nombre. Lara fue diagnosticada con altas capacidades y un CI de 132 (cuando el promedio oscila entre 90 y 110). También recibió diagnóstico de TDAH. “Empecé a investigar lo de ella con 3 años y recién a los 10 la diagnosticaron en Córdoba, cuando le hicieron los test”, cuenta Yamila.
Según su mamá, el perfil de Lara combina varios talentos. “Tiene altas capacidades comunicativas, de memoria y deportivas, es decir, múltiples capacidades de inteligencias, pero no de cálculo”.
Para Yamila, la etiqueta “altas capacidades” muchas veces no se nota en boletines o promedios. “No siempre se refleja en lo académico, se ve en niños que dicen que son problemáticos, que no se adaptan a la escuela y en realidad es porque se aburren. Se calcula el 15% que no está diagnosticado y no hay apoyo de las escuelas”, advierte.
Choques con la escuela… y una puerta que se abrió
El camino escolar no fue sencillo. Lara inició la primaria en plena pandemia. “A los días me llamaron y me pidieron que por favor no la conecte más, que le daban por finalizado primer año porque ya sabía leer y escribir”, relata Yamila. “Para ella fue un golpe duro porque quería ver a sus compañeros y quedó aislada porque los atrasaba”.
Poco después apareció una oportunidad. Hoy asiste al colegio Biró de Fisherton. “Encontramos el colegio al que asiste hoy, donde le dijeron desde el primer momento que podía hacer lo que quiera”, cuenta su mamá.
Aunque sus habilidades permitirían adelantarla de grado, en casa tomaron otra decisión. “Ella es muy feliz con sus amigos”, explica Yamila. “La inteligencia de ella es muy rara porque los niños con dotación suelen ser introvertidos, pero ella es todo lo contrario”.
Sexto grado… y la universidad en paralelo
Con 12 recién cumplidos, Lara cursa sexto grado y, a la vez, comenzó una diplomatura en Community Management en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). La idea nació, literalmente, en familia. “Mi mamá se iba a anotar en la diplomatura en Community Management, pero por tiempo al final no arrancó y yo le dije que quería ocupar su lugar”, cuenta Lara.
A Yamila le cerró de inmediato: su hija pasaba horas editando videos, investigando herramientas y jugando con ideas de marketing digital. “Me comuniqué con la UAI, les dije que tenía los papeles que avalaban que ella psicológicamente podía hacer la carrera. Dijeron que lo iban a evaluar en Buenos Aires y al tiempo le dieron la bienvenida. El problema surgió para la inscripción que tuvimos que hacerla por fuera y crearle un legajo a ella porque el sistema no aceptaba menores de edad”, explica.
La adaptación fue natural. “Los profesores me incluyeron re bien y mis compañeros también, aunque en un primer momento se quedaron perplejos cuando me vieron”, dice Lara. Y resume lo que siente cada vez que cruza la puerta de la facultad: “Es otro mundo”.
El cambio también se notó puertas adentro. “Notamos que la facultad le cambió la vida. Me decía ‘mamá, no le encuentro sentido a nada’ y yo me empecé a desesperar. Cuando está en clases es otra persona, le encanta, se transforma”, asegura Yamila.
Un diagnóstico que trajo alivio
Hoy Lara se muestra segura y más tranquila. “Expone en clases, los profesores están contentos con ella. Puede llevarlo adelante sin problema, es una lástima que el sistema educativo no esté capacitado para niños así”, plantea su mamá. “Ella, detrás de todo esto, la pasó muy mal, no entendía por qué veía el mundo diferente, se hacía preguntas que nadie se las podía responder y con el diagnóstico se relajó más”.
Según su familia, Lara es la única nena registrada formalmente en una institución de educación superior en Santa Fe. Aun así, en casa repiten una consigna clave: no quemar etapas. “Cursa en la universidad, pero tiene su vida de nena de 12 años”, subraya Yamila.
Arte, deporte y una vocación definida
Además del colegio y la universidad, Lara baila, canta, actúa y juega al vóley: empezó hace poco y ya la sumaron a Sub 14. Dice que le fascina el arte, pero que su brújula profesional apunta a los medios. “Me gusta la locución, el periodismo, el streaming y me gustaría dedicarme a eso”, confiesa.
También tiene un mensaje para las instituciones educativas: “Sería muy bueno que las instituciones se abran a los niños de mi edad, siento que puedo, tengo unos compañeros que son unos genios, en dibujo, que toca el piano, hay muchos talentos sin descubrir, me parece un poco injusto que no se puede aprovechar”.
En el aula, elige el bajo perfil. “Yo soy una más en la clase, una nena que va al colegio y se junta con sus amigos”, dice. Y sobre su diagnóstico, no duda: fue “un respiro”. “Me sentía mal, rara, cuando me lo dijeron pude decir ‘tengo esto’, no sé si es bueno o malo, pero voy a aprender a convivir”.
“No tengan miedo de empezar cosas nuevas”
La contención familiar fue determinante. “Yo entendí que soy esto, que es parte de mí y lo acepto”, afirma Lara. Y deja un consejo para quienes estén transitando algo parecido: “No tengan miedo de empezar cosas nuevas, no importa la edad, yo la pasé re mal, pero si tienen que pedir ayuda háganlo y sigan”.
Mientras alterna entre tareas escolares, prácticas de vóley y trabajos prácticos de la diplomatura, Lara confirma que se puede crecer en paralelo: con los pies en sexto grado y la mirada curiosa puesta en la universidad. “Es otro mundo”, repite. Y ya empezó a abrirle la puerta.



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