“No es que los ladrones sean limpios ni quieran estar
perfumados. Buscan algo que los anestesie y los comerciantes muchas veces no
denuncian”, declaró a CNM el encargado de una despensa.
En las últimas semanas se detectó un aumento en el robo o
hurto de desodorantes y perfumes de bajo costo, especialmente marcas como Kevin
o Paco, en distintos comercios de la ciudad. Si bien a primera vista puede
parecer un delito menor, detrás de esta modalidad hay altas sospechas de una
problemática mucho más compleja: el uso de estos productos como droga inhalante
en personas en situación de vulnerabilidad.
El 16 de junio y el 11 de julio dos personas con
antecedentes lo hicieron a nivel local. Uno de los casos fue muy mencionado
porque el delincuente “estaba muy ido” y se olvidó la bicicleta, una campera y
hasta una zapatilla en el local de Moreno y Maistegui donde había recorrido las
góndolas para alzarse con estos productos.
El fenómeno, que ya ha sido documentado en otros países y en algunas provincias argentinas, preocupa tanto a comerciantes como a especialistas en salud. Según advierten, ciertos componentes presentes en aerosoles y perfumes pueden generar efectos psicoactivos cuando se inhalan, lo que ha llevado a que estos productos sean utilizados como una forma accesible y peligrosa de intoxicación.
¿Qué buscan al inhalar desodorantes o perfumes?
El objetivo de quienes utilizan estos productos para
drogarse no es el aroma, sino los gases propulsores y los compuestos químicos
que contienen. En el caso de desodorantes en aerosol, suelen tener gases como
butano, propano e isobutano, además de alcohol etílico. Estos componentes, al
ser inhalados directamente desde el envase o desde una bolsa plástica, pueden
inducir un estado de euforia, alucinaciones o desinhibición.
Los efectos comienzan en segundos y duran pocos minutos, lo que lleva a una inhalación repetida y compulsiva. Con el tiempo, esto puede provocar adicción, deterioro cognitivo severo y hasta la muerte.
Un peligro silencioso: barato, legal y disponible
Una de las razones por las que esta práctica se vuelve tan
peligrosa es su accesibilidad. Los desodorantes en aerosol y los perfumes
económicos están disponibles en supermercados, farmacias, kioscos y tiendas de
barrio. No requieren receta ni control para su compra, y muchos comerciantes no
están al tanto del posible uso indebido.
El precio también juega un papel central: mientras otras drogas como el alcohol o el cannabis requieren dinero o contactos, un aerosol puede conseguirse por menos de 2 mil pesos, o incluso ser robado sin demasiado esfuerzo, como ya ha ocurrido en varios comercios.
¿Qué dice la medicina?
Desde el punto de vista médico, el uso de inhalantes está
clasificado como una forma de consumo problemático de sustancias psicoactivas.
Aunque no se trate de drogas ilegales, sus efectos sobre el organismo pueden
ser tan dañinos como los de una sustancia ilícita.
Entre los riesgos más graves de la inhalación de estos
productos se encuentran:
• Muerte súbita por paro cardíaco
• Asfixia
• Daño cerebral irreversible
• Pérdida de memoria y trastornos
neurológicos
• Convulsiones
• Daño pulmonar y hepático
La toxicidad es aún mayor en menores de edad, cuyo sistema
nervioso todavía está en desarrollo. En varios hospitales del país se han
registrado internaciones por intoxicación con desodorantes o pegamentos, y en
algunos casos, fallecimientos.
La conexión con la marginalidad y la exclusión
El uso de inhalantes suele asociarse a contextos de pobreza
extrema, abandono familiar, falta de acceso a educación y salud mental. Para
muchos chicos y jóvenes en situación de calle, los aerosoles y perfumes se
transforman en una vía de escape: no sólo para evadir la realidad sino también
para calmar el hambre o el frío, aunque sea por un rato.
“Es una forma de anestesiar el dolor. El problema no es el
desodorante, sino el entorno social que empuja a alguien a drogarse con eso”,
explica una trabajadora social que interviene en barrios populares del
conurbano.
Un llamado a no minimizar el problema
El robo de un perfume o un desodorante puede parecer
insignificante frente a otros delitos. Pero si detrás de ese hecho se esconde
una práctica peligrosa y silenciosa que pone en riesgo vidas jóvenes, la
situación merece atención inmediata.
El primer paso es visibilizar el fenómeno. El segundo,
asumir que el problema no es el producto en sí, sino las condiciones que llevan
a alguien a necesitarlo para escapar de la realidad, aunque sea por unos
minutos.




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