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Tenía 13 años y desapareció camino a su casa: La secuestraron y nunca más se supo de ella



El 25 de julio de 2004, un domingo frío y lluvioso por la tarde, las calles de San Benito, una pequeña localidad entrerriana ubicada a 20 kilómetros de Paraná, se quedaron en silencio como en casi todo el país para ver a la Selección Argentina jugar ante su clásico rival, Brasil, la final por la Copa América en Perú. En ese mismo momento, sin que nadie se detuviera a mirarla, Fernanda Aguirre desapareció para siempre.

La investigación tuvo un único y principal sospechoso: Miguel Ángel Lencina. Pese a que tenía antecedentes por abuso sexual y cumplía una condena por matar a una mujer, aquel domingo hace casi 20 años estaba en la calle, beneficiado por el régimen de salidas laborales.

Con todos los indicios en contra, Lencina fue detenido nuevamente tras el rapto de Fernanda, pero pocos días después apareció ahorcado en la celda de la comisaría donde estaba alojado. Si efectivamente sabía lo que había pasado con ella, no llegó a confesar.



La causa por la desaparición de la adolescente, que tenía 13 años cuando se la llevaron, sigue abierta pero ya sin ninguna pista. “Para mí fue una tremenda desilusión no haberla podido encontrar”, dijo a TN Julio Federik, abogado de la familia Aguirre. Y agregó: “Se investigaba cada dato que aparecía y con cada uno pensábamos que ese iba a ser el último, que era el que nos iba a llevar a ella. Pero no sucedió”.

En las últimas horas, el Estado nacional aumentó a dos millones de pesos la recompensa para quienes puedan aportar datos sobre el destino de la víctima. La medida fue dispuesta a través del Programa Nacional de Recompensas y quienes quieran aportar información pueden comunicarse de forma anónima a la Línea 134.

Tres claveles

El día que desapareció, Fernanda volvía a su casa con las flores que una vecina le había encargado a su mamá, que tenía un puesto frente al cementerio del pueblo, para la fiesta de cumpleaños de su hija.

La distancia que tenía que recorrer la adolescente era poca y el camino por demás conocido para ella, pero aquel domingo hubo algo que lo cambió todo: se cruzó con Miguel Ángel Lencina y su sobrino, de 14 años.

Lencina había salido unos días antes de la Unidad Penal de Concepción del Uruguay después de haber sido condenado a 20 años de prisión por la violación y el asesinato de dos mujeres en 1994. En ambos casos se había llevado las zapatillas de las víctimas como “souvenir” macabro, y ese detalle particular cobró relevancia más tarde en la causa por la desaparición de la adolescente de San Benito.

“Fernanda fue una víctima al azar. Si la vecina de siempre en San Benito nunca le hubiese pedido que fuera a buscarle flores de la florería de su madre porque tenía que hacer un regalo, jamás hubiera sido secuestrada y desaparecida”, remarcó en una entrevista brindada hace un tiempo a TN el periodista de investigación Daniel Enz, considerado una suerte de biógrafo del caso a raíz de su involucramiento y el libro que publicó con sus conclusiones.



Poco después de que se la llevaran, la familia Aguirre recibió una llamada en la que les pedían 2000 pesos de rescate para volver a ver a Fernanda con vida. El dinero lo entregaron, pero la chica no apareció y con el correr del tiempo los investigadores determinaron que quien había realizado el llamado extorsivo había sido la viuda de Lencina, Mirtha Chávez.

Durante el juicio, en 2007, la mujer aseguró desconocer qué había hecho su marido con la adolescente. No obstante, la Justicia la condenó a 17 años de cárcel y le otorgó después la libertad condicional en 2014 por haber estudiado mientras se encontraba detenida.

Las zapatillas blancas

Ni cuando estuvo presa ni en libertad. Chávez nunca reveló cuál había sido el destino de Fernanda Aguirre. Sin embargo, las zapatillas que tenía puestas la adolescente la última vez que la vieron con vida aparecieron en poder de una amiga de la viuda de Lencina, que declaró que ella se las había regalado.

“Las zapatillas fueron un indicio claro de que la habían matado”, señaló a este medio el abogado de la familia, Julio Federik. El otro indicador en ese mismo sentido fue el silencio inquebrantable de Mirtha Chávez.

“Yo le ofrecí levantar la querella si me daba algún dato, le ofrecí pedir el indulto. Cualquier cosa hacíamos...”, afirmó el letrado, y completó: “Pero ella se cayó la boca, no dijo nada”.

“La conclusión que sacamos fue que a Fernanda la habían matado, pero nunca quisimos creer en esa hipótesis y la seguíamos buscando. La buscamos en todo el país, en Bolivia, en España, pero nunca hubo un dato concreto”, subrayó Federik.



Hace algunos años, la abogada que defendió en el juicio a la viuda de Lencina, Nora Lanfranqui, dijo al periodista Federico Seeber: “Chávez cometió el error humano de casarse con una persona como Lencina”. A su entender, en otras palabras, lo que hizo mal su clienta fue enamorarse de alguien que “ya estaba catalogado como un psicópata con antecedentes penales muy graves”.

Por su parte, desde la defensa de Lencina cuestionaron oportunamente que el hombre hubiera sido la única línea de investigación que tuvo el caso. “En un término de 3 horas y media parece imposible que una persona, sin ningún tipo de estructura organizativa, pueda privar de la libertad a otra, asesinarla, pueda hacer desaparecer su cuerpo y pueda hacer la primera llamada para pedir el rescate”, cuestionaban.

Si bien en un principio se había especulado también con la posibilidad de que Fernanda hubiese sido captada o entregada a una red de trata, no surgieron elementos que permitieran probar esa versión.

“No hay dudas de que fue un ataque sexual, Lencina vio a Fernanda en la calle y se le encendieron los dragones”, apuntó en otra nota con TN Federik, convencido de que no hubo premeditación, ni tampoco relación con ninguna organización criminal.

La madre que murió buscando a su hija

María Inés Cabrol, la mamá de Fernanda, fue quien se puso la búsqueda al hombro y su lucha fue incansable y admirable hasta el último día. Pero un cáncer fulminante se la llevó en menos de un mes el 11 de mayo de 2010, sin que pudiera volver a ver a su hija.

El resto de la familia mantuvo siempre un bajo perfil, sumidos en el dolor y la falta de recursos. En una de las pocas entrevistas que dieron a los medios, una de las hermanas de Fernanda habló con este medio sobre la muerte de su madre.

“Para nosotros su enfermedad fue a causa de la tristeza”, manifestó sobre ella, y destacó: “Se acostaba de noche llorando y se levantaba todos los días queriéndola buscar’”.

El dolor también se hizo patente en aquella nota en la voz de la madre de María Inés y abuela de la adolescente, pero ni aun así perdió la entereza. “Perdí a mi hija porque no apareció mi nieta”, afirmó la mujer, ilusionada con volver a ver a Fernanda antes de su propia muerte.

A casi 20 años de aquel día en el que el nombre de Fernanda Aguirre se convirtió en sinónimo de misterio, con el principal sospechoso muerto y el silencio caprichoso de la viuda, tal vez esa ilusión que expresó la abuela de la adolescente sea lo único que queda.



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