Home Ads

La fundación de Villa Gesell y el “loco de los médanos” que derrotó al desierto



Desde 1926, Carlos Idaho Gesell (1891-1979), un empresario argentino de ascendencia alemana, administraba, con su hermano Ernesto, un reconocido comercio familiar llamado “Casa Gesell”, especializado en artículos varios para bebés: cochecitos; cunas; muebles; juguetes; y elementos para cuidado, higiene y tocador. La trayectoria de “Casa Gesell” la posicionó como un establecimiento prestigioso y de referencia en su rubro, incluso en el exterior.

Carlos Gesell se desempeñaba como gerente industrial y, si bien no poseía estudios formales, estaba dotado de un espíritu creativo, inquieto y curioso que lo destacaron como hábil inventor, autodidacta y estudioso de lujo; justamente, gracias a esas cualidades, creó y diseñó nuevos artículos e introdujo modificaciones y mejoras a productos importados. La fábrica de “Casa Gesell”, conducida por Carlos, era un modelo en su tipo por sus modernas e innovadoras técnicas de producción industrial.



Mientras ejercía aquellas funciones en el negocio familiar, en agosto de 1931 Carlos Gesell compró a Eduardo Credaro, un empresario de la construcción, unas 1648 hectáreas de terrenos de características un tanto especiales y exóticas en el litoral marítimo del Sudeste de la provincia de Buenos Aires, en jurisdicción del partido de General Madariaga.

Aquellas tierras junto al mar adquiridas por Carlos Gesell se hallaban cubiertas por médanos o dunas de arenas vivas o “voladoras”, es decir, constantemente movidas por la acción de los fuertes vientos locales; dicho fenómeno provocaba que esas particulares formaciones arenosas se desplazaran, avanzaran y se distribuyeran constantemente por el vasto territorio, ocupando extensas superficies y alcanzando incluso alturas y dimensiones sorprendentes. Dichas tierras se hallaban en una zona conocida entonces como “Dunas de Juancho”, por la estación Juancho del Ferrocarril del Sud (hoy General Roca), el punto de referencia más relevante de la región, ubicada a unos 23 kilómetros de los terrenos comprados por Carlos Gesell.



Las zonas de médanos “vivos” y “voladores” adyacentes a la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires eran tierras en buena parte improductivas, pertenecientes a los fondos de las grandes estancias.

Héctor Manuel Guerrero, propietario de extensos campos en el partido bonaerense de General Madariaga, comenzó a realizar en sus tierras importantes trabajos de fijación y forestación de médanos para impedir los permanentes movimientos de arena y destinarlos a la explotación económica. En su exitosa lucha contra las dunas, los bosques creados por Guerrero en su estancia Montes Grandes de Juancho avanzaron hacia el mar, y dieron origen, en 1918, al balneario de Cariló, fruto de los esfuerzos y de la visión de Héctor Manuel Guerrero y de su esposa Ernestina Quesada Pacheco de Guerrero. Hacia fines de 1930 aquellos enormes trabajos sobre los médanos prácticamente habían finalizado.



Por aquellos años, Carlos Gesell se reunió en Mar del Plata con Héctor Manuel Guerrero, quien le comentó sobre los complejos trabajos de forestación en la zona de médanos de sus campos y los beneficios económicos y comerciales que podrían obtenerse. Dicho encuentro fue providencial, pues entusiasmó a Carlos Gesell y lo motivó a realizar en agosto 1931 la compra de terrenos de médanos junto al mar ya mencionada.

De espíritu audaz y emprendedor, Carlos Gesell se propuso dominar las evasivas y movedizas arenas, fijar los médanos y forestar aquel vasto y hostil desierto de la costa atlántica bonaerense. Inicialmente, su objetivo consistió en forestar el territorio para producir madera y abastecer a la fábrica de “Casa Gesell”: fue así, que entre 1931 y 1940 los trabajos conducidos por Carlos Gesell estuvieron orientados a satisfacer necesidades económicas, industriales y empresariales vinculadas al negocio familiar.



Al momento de comenzar sus trabajos de fijación y forestación de médanos, Carlos Gesell tenía dos antecedentes muy próximos a sus tierras: la satisfactoria experiencia de Héctor Manuel Guerrero y el surgimiento de Cariló, y el frustrado proyecto belga de Ostende (1913), un intento de balneario de corte europeo que terminó abandonado y sepultado por las arenas de los rebeldes médanos.



Entre 1931 y 1932 Carlos Gesell construyó su vivienda sobre un médano de 9 metros de altura, y en 1937 se instaló definitivamente con su familia en esa particular casa rodeada de dunas y enclavada en un auténtico desierto de arenas vivas próximo al mar. Dicha vivienda será conocida como la “Casa de las Cuatro Puertas”, ya que Carlos Gesell la diseñó y construyó de manera tal que tuviera cuatro puertas orientadas cada una hacia un punto cardinal distinto; así, siempre quedaría libre al menos una puerta para entrada o salida cuando las arenas voladoras de los médanos bloquearan una o más puertas. Actualmente la particular “Casa de las Cuatro Puertas” de Carlos Gesell es sede del Museo y Archivo Histórico Municipal.



Para los trabajos de fijación y forestación de médanos, Carlos Gesell contrató y trajo especialmente desde Europa a Karl Bodesheim, prestigioso y reconocido ingeniero agrónomo alemán experto en médanos, quien, luego de realizar los estudios correspondientes, fue terminante ante Carlos Gesell: “renuncie inmediatamente a proseguir esta empresa…, jamás crecerá nada en esta arena…”

Carlos Gesell ya había efectuado sus propios estudios en el terreno y, pese a la contundente opinión del sabio germano, no se dio por vencido y continuó adelante con su extravagante proyecto, lo cual le valió el apodo de “el loco de los médanos”.



Entre 1931 y 1940 Carlos Gesell, con la imprescindible ayuda de su magnífica esposa Antonia Emilia Luther y el acompañamiento de un puñado de peones y de personas que confiaron en su proyecto, logró lo que parecía imposible: fijar y forestar los médanos y vencer finalmente al desierto, una auténtica epopeya donde se combinaron audacia, esfuerzo, tenacidad, confianza, estudio, visión de futuro y la inevitable dinámica del “ensayo – error”.

Así como Ernestina Quesada Pacheco apoyó decididamente a su marido Héctor Manuel Guerrero para vencer a los médanos y dar nacimiento a Cariló, Antonia Emilia Luther estuvo incondicionalmente junto a Carlos Gesell para hacer realidad un emprendimiento similar, tan titánico como plagado de incertidumbre. La esposa de Carlos Gesell fue “el apoyo de las horas inciertas. El puntal y la renovada energía para mañana. En medio de la soledad y la rudeza del lugar el ritual doméstico será, para Emilia Luther, la confrontación de la cual su temple surgirá victorioso”, tal las palabras de Omar Masor en su Historia de Villa Gesell.

Para concretar su extraordinaria obra, Carlos Gesell desplegó un vasto, complejo y estudiado proyecto forestal que incluyó la compra de grandes cantidades de diferentes especies de semillas y plantines; la organización de viveros; la formación de ingeniosas cuadrículas de plantaciones de esparto para fijar las arenas vivas (especialmente inventadas por Carlos); la siembra de distintos tipos de semillas de gramíneas y, finalmente, la plantación de plantines de árboles en tubos especiales de cartón cubiertos de brea: pinos, acacias, eucaliptos, álamos, tamariscos, casuarinas y fresnos. Para sus trabajos de forestación, Carlos Gesell recurrió también a la siembra y plantación de centeno, trébol, girasol, flores, hortalizas varias y diversas especies frutales.

Con el tiempo, los bosques creados por Carlos Gesell crecieron y se expandieron de manera notable, cubriendo importantes porciones de territorio y conviviendo con un dilatado espacio de magníficas playas y con las aguas del Atlántico. Las escurridizas arenas de los no menos fascinantes y salvajes médanos, dejaron de constituir una amenazante barrera y se integraron al nuevo escenario. Luego de muchos esfuerzos y de reiterados y desalentadores fracasos, el desierto fue finalmente dominado y conquistado.

Ya muy avanzada y controlada su colosal obra, con tareas de fijación y forestación de dunas todavía en desarrollo y con recursos cada vez más escasos por aquellos extraordinarios trabajos sobre los médanos, hacia 1940 Carlos Gesell cambió su objetivo inicial y se orientó hacia un nuevo proyecto, igualmente audaz e incierto.

Carlos Gesell apreció que sus terrenos escondían un potencial turístico digno de ser aprovechado como localidad balnearia. Así se propuso formar un centro balneario más tranquilo, como alternativa a la urbanizada, concurrida y expansiva Mar del Plata. Argumentos no le faltaban: sus tierras poseían una singular geografía, entre exótica y salvaje, de médanos ya fijos y bosques cercanos a amplias y solitarias playas bañadas por un mar de extraordinaria belleza. Ello coincidió con una tendencia caracterizada, según Elisa Pastoriza, por la “tensión entre lo urbano que iba revelando Mar del Plata y el sosiego de calles de arena, frondosa vegetación y misteriosas playas solitarias”: en definitiva, una forma de turismo diferente, alternativa, más tranquila, conectada con la naturaleza y alejada de los centros urbanos en expansión.

Así, Carlos Gesell sentó las bases de una incipiente localidad: Parque Idaho (por su segundo nombre), luego bautizada Villa Gesell, en homenaje a su padre el empresario y economista alemán Silvio Gesell, fundador del emblemático negocio familiar “Casa Gesell”.

En 1940 Carlos Gesell decidió concentrar definitivamente sus esfuerzos en el rubro turístico: para ello, encargó a una empresa marplatense la construcción de una casa prefabricada para armar e instalar en un médano fijo frente al mar, próxima a las agrestes playas, a fin de ser alquilada a futuros visitantes. Así habría de comenzar a promocionar su audaz emprendimiento turístico. Dicha casa, sencilla, pequeña pero acogedora, recibió el nombre de “La Golondrina”.

Para atraer turistas hacia aquellos inhóspitos pero maravillosos lugares, Carlos Gesell publicó un breve, simpático y misterioso aviso en un importante periódico, para despertar curiosidad e interés entre los lectores y desafiarlos a la aventura de conocer el nuevo edén. El pequeño aviso publicitario en “La Prensa” del 8 de febrero de 1941 anunciaba: “Juancho, F.C.S., frente al mar, hermosa playa, gran dormitorio, cocina-comedor, porch, baño, agua corriente, luz eléctrica, amueblada, 10 días $100, Parque Idaho”.

Juancho, la pequeña estación del Ferrocarril General Roca ubicada a unos 23 kilómetros de las tierras de Carlos Gesell, constituía la única referencia en aquellas soledades, a través de la cual se efectuaban intercambios de correspondencia y abastecimientos para Parque Idaho. Hacia allí debían enviarse las cartas para alquilar “La Golondrina”, pero como en el aviso no figuraba el nombre del propietario, los desconcertados lectores lo asociaron con un enigmático “Señor Juancho”.



El suizo Emilio Stark, ejecutivo de una empresa instalada en Buenos Aires, respondió al desafío de Carlos Gesell con el aviso de “La Prensa” e, impulsado a la aventura y a lo desconocido, alquiló “La Golondrina” a principios de 1942 y se convirtió en el primer turista de la actual Villa Gesell, acontecimiento que significó el formal inicio de esa localidad como centro turístico balneario.

Como fecha fundacional, el mismo Carlos Gesell propuso, tiempo después, el 14 de diciembre, ya que ese día, pero de 1931, inició la construcción de su primera vivienda familiar entre los médanos, la famosa “Casa de las Cuatro Puertas”. Así, el 14 de diciembre fue aceptado y reconocido como la fecha oficial de la fundación de Villa Gesell. Tal como destacó Elisa Pastoriza, “un nuevo paisaje se incorporaba paulatinamente a la cultura del ocio de los argentinos. También un audaz intento de creación de una villa turística intermedia entre el turismo masivo que iba ganando a Mar del Plata y el turismo de élite, a lo que apuntaron los gestores de Pinamar. Un espacio pensado para el disfrute de las clases medias argentinas”.

A su regreso, Emilio Stark difundió su original experiencia de veraneo en esas paradisíacas soledades entre sus amistades, quienes a su vez repetían lo mismo con sus respectivos allegados. Esa particular y sucesiva dinámica del “boca en boca” provocó la llegada de cada vez más turistas al nuevo centro balneario de la costa atlántica argentina. Así se acuñó uno de los eslóganes fundacionales de Villa Gesell, vigente hasta la actualidad: “El balneario que se hizo de amigo a amigo”.

El nuevo tipo de turismo que se comenzó a esbozar con Villa Gesell, se combinó, a su vez, con el novedoso perfil que, también por inspiración de Carlos Gesell, habría de distinguir al original balneario, a partir de otro memorable e histórico eslogan propuesto por su fundador: “Villa Gesell, Paraíso de la Juventud”.




Home Ads
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo