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Una mamá engañada, una pista trunca y un cadáver que apareció 17 años después: Así fue el crimen de Ale Flores



Un nene desaparecido siempre importa. Es una máxima indiscutible, es cierto. Por eso Rosa pensó que la ayudarían a encontrar a su hijo. Alarmada, preocupada, salió a buscarlo. Ella vivía en Río Cuarto, Córdoba, con sus hijos Alejandro, de cinco año, y Johana, de cuatro meses. Estaba separada del padre, Víctor Flores. El 16 de marzo de 1991 fue con sus hijos a la casa de una prima, a una 20 cuadras. Alejandro o “Ale” quería ver dibujitos animados y le pidió permiso para ir a lo de su tía a ver la tele. Entre una casa y otra habría poco más de cincuenta metros. Rosa lo acompañó un trecho cuando la llamaron porque su beba lloraba. Tenía hambre y tenía que darle la teta. Rosa vio cómo Ale iba hacia lo de su otra pariente y volvió para alimentar a su hija. No pasó mucho cuando cayó una fuerte tormenta de viento, tierra y lluvia.



La mamá del nene le pidió a su sobrina que le alcanzara un buzo a Ale. Pero Ale no estaba por ningún lado. Medio centenar de vecinos lo buscó durante el día y la noche, sin ningún apoyo policial. Con la batería de un camión y unas luces cubiertas con nailon, exploraron hasta el cauce del río. Fueron al hospital cuando justo salía un patrullero que le dijo que ellos no sabían nada de un nene desaparecido y que, además, tenían la radio rota. Rosa preguntó por su hijo en todas partes. Ale Flores desapareció ese día y sus restos aparecieron 17 años después.

Una madre burlada y la mentira de Punta Arenas

“¿Qué hace usted acá? Váyase. Si hay alguna novedad, ya le vamos a avisar”, le decían cada vez que iba a la Policía y a los Tribunales de Río Cuarto cuando iba a preguntar por su hijo. A Rosa, la engañaron, le mintieron, se burlaron de ella. Le mintieron cuando le dijeron que se lo había llevado su padre, aunque el colmo del menosprecio fue cuando planificaron y actuaron la mentira. Desde ese 16 de marzo de 1991, comenzó a recibir mensajes que le decían que el nene estaba en un lugar o en otro, que se lo había llevado una banda para quitarle los órganos.



Hasta que una vez, a Rosa la citaron en la Catedral con la indicación de que se sentara en determinado banco. Una vez allí, escuchó a sus espaldas una voz de mujer que le dijo: “No te des vuelta. Tu hijo está en Punta Arenas, lo adoptó un militar y le hizo un documento falso”. Rosa no entendía lo que le habían dicho. Quiso darse vuelta pero la conminaron a que se quedara mirando al frente. Tal vez había más gente con esa mujer que le hablaba. Rosa entendió algo de arena o arenera y quiso que le aclararan. La mujer le contestó que Ale estaba en Punta Arenas, Chile.

Fue lo último. Entonces, después de un rato, la mamá de Ale se dio vuelta y sólo alcanzó a ver que esa mujer que le había hablado se iba; vio que tenía zapatos marrones que le hacían juego con la cartera, un traje blanco y el pelo negro, tipo carré. Nunca se supo la identidad de esa canalla.

Con el dato que había recibido en la Catedral, Rosa fue a los tribunales y lo contó en el juzgado de menores que tenía el caso de su hijo. Le dijeron que no tenían plata para ir a Chile. ¿Sabían en los tribunales que todo era una mentira? Rosa decidió recurrir a sus ahorros e irse sola. “Vendí lo que tenía, salí a pedir. Con la hermana de una mujer que tenía cáncer y que también estaba haciendo una colecta, cuando podíamos comprábamos colchas de oferta para vender rifas. El obispo Artemio Staffolani también me ayudó, me puso en contacto con la diócesis de Chile, que me esperó para que no me perdiera, me ayudaron en Chile mejor que todos acá, pero no lo encontramos”, contó.

El testimonio clave en el caso Ale Flores

Ale no estaba en Chile. Antes de regresar a la Argentina, en 1996, el policía Jorge Muo, se presentó en la fiscalía para dar información sobre Ale. Afirmó que había escuchado que un patrullero había había atropellado a Ale ese mismo 16 de marzo cuando desapareció. Que lo habían llevado a lo de la novia de uno de los policías que iba en el móvil, a quien identificó, y luego a la casa de otra enfermera que también identificó. En medio de esa tormenta, lo habían levantado por los aires, golpeándolo sobre el lado derecho. Las enfermeras no pudieron salvarlo y “lo tiraron por ahí”. Tenían cuidado de echar un ojo siempre a la marcha de la investigación por si era necesario cambiar sus restos de lugar.

Rosa, al fin, tenía una explicación de lo que le habìa ocurrido a su hijo. Pero el fiscal Luis Cerioni le contestó que Muo era un mentiroso, que estaba loco. Rosa perdió los estribos y agarró del cuello al fiscal. La tuvieron que separar antes de que la mandaran presa. Muo fue expulsado de la Policía.

¿Quiénes eran los dos policías que iban en el patrullero que habría atropellado a Ale? Uno era Gustavo Javier Funes y el otro Mario Luis Gaumet, que conducía. El patrullero era del Comando Radioeléctrico.

Diecisiete años después de la desaparición de Ale Flores

El 2 de julio de 2008, un vecino que inexplicablemente se cruzó a un terreno baldío aledaño a un club, cerca del colegio San Ignacio de barrio Calasanz, encontró huesos. El examen de ADN no dejó lugar a dudas. Eran los restos de Ale. Además, tenía lesiones en las costillas, quebraduras en una muñeca y en la clavícula derecha y hundimiento de tórax.

El nuevo fiscal del caso, Javier Di Santo, el mismo que investigó sin avances el crimen de Nora Dalmasso, siguió la pista que había dado Muo, es decir apuntó a Funes y Gaumet. Su conclusión fue idéntica a la de Muo, que, con el tiempo, fue corroborada por una de las enfermeras. Funes y Gaumet atropellaron al chico y cuando murió descartaron el cuerpo. Di Santo dictaminó: “… Ambos imputados habrían procedido a borrar todo rastro del hecho, a reparar los daños del automóvil y a enterrar el cuerpo para eludir toda investigación en su contra”.

Los dos policías fueron imputados y casi al mismo tiempo sobreseídos. Nunca pasaron ni un minuto detenidos. Había pasado demasiado tiempo. Fueron sobreseídos por prescripción y los dos pidieron el pase a retiro de la Policía. Viven su vejez y gozan de su jubilación.

El caso llegó hasta la Corte Suprema de la Naciòn por impulso del abogado Enrique Zabala. Pero en 2014, el máximo tribunal del país confirmó que el caso estaba prescripto. La Corte afirmó, además, que ello no implicaba “desentenderse de la obligación del Estado de asegurar el derecho de los padres de conocer la verdad de los hechos”. En la investigación sobre complicidades nada ocurrió desde hace nueve años.

Cuando se dice que las malas acciones tienen su castigo se debería pensar, entre muchos, en Funes y Gaumet. Cuando se dice que un nene desaparecido siempre importa el adverbio “siempre” es relativo. Y cuando se dice que a alguien le robaron la vida debería pensarse, entre muchos, en Ale Flores. Hoy tendría 35 años.



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