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Asaltó blindados, mató policías y la vida le dio una segunda oportunidad

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Lucas Zequeira tiene una historia para contar, tomando como punto de inflexión el notorio vuelco que experimentó su vida en determinado momento donde el agobio se había apoderado de su ser. Estuvo preso 20 años por homicidio y logró reintegrarse en la sociedad luego de purgar la pena.

El hecho en sí mismo resulta una rareza la mayoría de los internos salen peor, como si de los correccionales egresan de una escuela de delincuentes. No obstante, el ex recluso dio su testimonio en los estudios de LA BRÚJULA 24, en un repaso de su etapa más oscura y la forma en la que pudo redimirse.

“Para mi es un privilegio que me permitan compartir que el ser humano, sea en la condición que fuera, puede creer y confiar en Dios, porque no falla. Y no hablo de religión. Caí preso cuando cumplí 18 años y condenado a cadena perpetua. Estuve tras las rejas, en la cárcel de Olmos y diez años en Sierra Chica, recuperando la libertad en 1990”.

Rompió el hielo, al inicio de su movilizador relato.

Además, explicó que “hoy tengo 69 años y fui condenado por el delito de robo y en una de las ocasiones, homicidio. Fuimos con un cómplice a asaltar un camión blindado en Buenos Aires. Tenía antecedentes desde mi edad muy temprana. Soy correntino pero me crié en Quilmes, siendo muy joven iba a un recreo bailable y empecé a frecuentar esa vida con gente mayor y complicada. Nunca robamos un almacén o un kiosco porque creía que mi vida valía más que eso”.

“A los 14 años me fui de la casa de mis padres y vivía solo, del delito. Y ya en 1973, asaltamos un blindado en Capital Federal, del cual logramos llevarnos alguna moneda, pese a que en ese entonces ya era buscado por la Policía. Seguimos todo el día ese camión mientras juntaba dinero en los supermercados, esperamos la última parada y cuando ellos entraron al local, ingresamos nosotros casi en simultáneo. Nos estaban esperando vestidos de civil y estuvimos casi una hora resistiendo, éramos dos contra 120, un tiroteo como una película”.

Dijo.

Sobre aquel episodio, Zequeira brindó detalles: 

“Nosotros adentro del supermercado y ellos afuera. Aún tengo huellas de dos disparos y a mi compañero le volaron la pierna. El lugar estaba lleno de patrulleros y ofrecimos resistencia. Incluso, murió un policía y hubo varios heridos, a mi auto lo partieron al medio, pero logramos escapar igual, pese a las lesiones que teníamos tanto yo como mi cómplice. No tomamos rehenes, teníamos solo dos armas, las cuales eran muy potentes, y algunos cartuchos, la bronca de las autoridades es que logramos escaparnos, cruzando la avenida Calchaquí que divide La Plata de Buenos Aires”.

“Fuimos a la casa de mi compañero, nos vestimos de Policía, teníamos una Norton 500 porque sabíamos que nos buscaban de todos lados. Conseguimos el uniforme de la motorizada de cuero, un casco y las botas. Mi cómplice se escapó y a mi me atribuyen la muerte del comisario. Hasta un kerosenero nos tiró”.

Mencionó, para tomar real magnitud de aquella crónica que jamás olvidará.

Consultado sobre pormenores de lo que lo llevó tras las rejas, sostuvo: 

“Recibir un tiro provoca ardor, uno de los impactos me hizo dar vuelta en el aire, me levanté y me volvieron a herir. Nos curamos entre nosotros porque si íbamos al hospital terminábamos detenidos. Nos aplicamos la antitetánica y sal para curar la lesión. Dije que nunca me iba a entregar, dormía con armas debajo de la almohada. En mi casa había seis amigas mías a las que jamás les toqué un pelo. Siempre tuve códigos”.

“No es una hazaña, siento vergüenza y es el caso de la mayoría de las personas que viven al margen de la ley. Si ellos conocían a Dios, no lo harían. Nunca me drogué. El Señor dice que al que a mí viene, no lo echo afuera, él está con los brazos abiertos. Cuando caigo preso perdí las muelas porque me ataron con diez anillos de bronce para darme electricidad, hasta que uno hable”.

Recalcó, repitiendo siempre que fue la ayuda divina la que lo rescató de la oscuridad.

Inmediatamente, Sequeira volvió al tiroteo brutal: 

“Mi compañero cayó preso primero porque se perdió un cargador en la huida que no era de los más comunes. Como en muchos lugares, había un buchón de la Policía que nos entregó. Estuve diez días prófugo y gracias a que había chicas en mi casa no empecé a los tiros”.

“La Policía me rompió los dos pulmones y a la cárcel que iba me recibían a palazos porque había muerto un comisario y varios efectivos heridos. Fui torturado durante dos semanas, nos vendaban los ojos, hacían una ronda y nos daban trompadas hasta que a uno lo desmayaban, nos despertaban con agua y comenzaba otra vez la agresión. Era una conducta muy común en aquellos tiempos. Gracias a Dios hay cosas que cambiaron porque sino van presos los policías que torturan”.

Mencionó, ante la atenta mirada del periodista Germán Sasso y su equipo.

Aún el tiempo del sosiego estaba lejos: 

“Mi vida tras las rejas comenzó con una pelea, corté por todos lados a otro preso con una faca. No iba a permitir que me pegaran porque no tenía nada que perder, esa era la ley de la cárcel. El sistema y las circunstancias te llevan a hundirte cada vez más. Yo no fui a prisión a ser famoso. defendía mi vida. Por matar a un policía, es como que uno recibía un reconocimiento especial. El día a día en la cárcel es terrible, la vida puede valer un trozo de cigarrillo o un poquito de yerba”.

“En Olmos hay cuatro celdas y 80 personas. Durante el día hay pocas mesas para toda la cantidad de internos y si querés sentarte, tenés que hacerte valer. En mi tiempo, ir al comedor era siempre para pelea, arrojándose con grasa hervida o azúcar quemada. Nunca me tocó participar de esta clase de trifulcas o de motines. No me duele el cuerpo, no me impide nada, me costó muchos años restaurar las secuelas del balazo. Los abusos sexuales en la cárcel en mi época existían, ser bonito es un crimen y al violador lo he visto ser vejado, sin importar si era un hombre de dos metros con gran musculatura. Esa persona tiene que cocinar y lavar los platos, además de ser abusado a cada rato por 30 internos”.

Reveló, dando cuenta de una realidad que provoca escozor.

No obstante, hubo un vuelco en su porvenir: 

“Cuando salí, fui al Patronato de Liberados, pero nadie me ayudó más allá de que en ese momento había una persona que me atendió muy bien. No podía salir del país. Héctor Gay me hizo una nota cuando salí de la cárcel y fue tanta la repercusión que di la cara en un programa de televisión (Por Bahía). No gano nada con mentir, pero sí valoro dar un mensaje de esperanza”.

“Viví en el pabellón de la muerte, donde estamos los que no salimos más y estábamos los peores. En ese lugar tuve un problema grande, fui al hospital y robé un maletín con un bisturí para matar a todos los internos de mi pabellón porque se habían portado mal con un compañero. Solo lastimé a algunos. Fui la vergüenza de toda mi familia, pero lo que vivo hoy es maravilloso. Yo debiera haber muerto en la cárcel. Sin Dios fui una persona terrible”.

Afirmó Zequeira, con una Biblia entre sus manos.

Tampoco sintió vergüenza al asumir que “estando en la condición que viví con otros compañeros que no eran nenes de mamá tuve en mi celda solo porque nadie quería estar conmigo. Estaba cansado porque vendía pastillas de droga en la cárcel, pese a que siempre tuve muchos prejuicios con las autoridades del penitenciario, más allá del respeto mutuo. Sentado en mi celda me entregué a Dios porque lo único que había en mi vida era odio, rencor, soledad y estaba cansado de robar y matar”.

“No sentí nada en particular, pero puedo decir que desde ese momento hasta hoy jamás volví a pelearme, no lastimé a nadie, no tomé una pastilla ni bebí. Dejé de fumar y ese día fue un antes y un después. Eso es lo único que puede cambiar al ser humano, por más condena que haya recibido. Hoy soy pastor, tengo amigas de esos tiempos que eran prostitutas y luego fueron madres ejemplares, conocí hombres muy hundidos en la delincuencia y hoy son hombres de bien”.

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Reflexionó, ingresando al segmento final de la entrevista radial.

El destino le tenía preparado algo especial: 

“Cuando cumplí la condena me di cuenta que lo que el hombre siembra, lo cosecha. Me hicieron un estudio, fui analizado por distintos profesionales y me informaron que me iban a dar una posibilidad para ir a mi casa, pese a que tenía problemas de conducta en la cárcel. Yo no había venido de Corrientes a matar policías, a todos les hablé de Dios y notaron que mi vida había cambiado”.

“Al principio nadie me creía y me llamó el director de la cárcel que me dijo que sabía la clase de basura que soy, pero estaba sorprendido porque había dejado de insultar y pelear con los agentes. Me dieron tres días para ir a mi casa, no entendía nada, mi mamá me quiso llevar a la comisaría pensando que me había escapado. Aproveché para ir a la iglesia y no fue fácil regresar tras las rejas después de esos tres días, hasta pensé en fugarme. Nadie creía que iba a volver a prisión y ese fue un testimonio claro de que cuando uno cambia, lo hace en serio”.

Apuntó, con la firmeza de quien vivió muchas vidas en una sola.

Y agregó: 

“Ese día que recuperé definitivamente la libertad, para mi era todo nuevo. Fui a la terminal de Olavarría, compré un chicle y como no conocía el valor del dinero, lo pagué con un billete de 500 pesos de hoy sin que me den vuelto. Me crié en un sector rural y me encontré con un lugar lleno de asfalto y semáforos. Estuve cuatro horas buscando mi casa, a la cual viajé en tren. Tan pocas referencias tenía que me pareció un trayecto interminable”.

“Si bien hoy tengo trato con la gente, siempre fui bastante retraído, tengo tres hermosas hijas de 22, 19 y 15 años, una esposa a la que conocí después de salir de la cárcel y un hogar que estamos construyendo con el precio del trabajo. Cómo le pago esto a Dios. Estuve en un frigorífico y cuando saltaron mis antecedentes, me echaron. Lo mismo me pasó en un hipermercado. Hoy con mi edad me cuesta conseguir empleo, por eso soy vendedor ambulante. Me puse a comercializar tortas fritas, huevos, pese a que no sabía hacer nada, pero nunca más quise robar”.

Aseveró, sin guardar ni una pizca de rencor a esa falta de oportunidades.

Su experiencia le permite llevar adelante distintas recorridas: 

“Me encanta visitar cárceles para dar mi testimonio, sabiendo que Dios cambia a las personas, sin importar lo arruinado que uno pueda estar, al punto de pensar en suicidarse. A veces me cuesta creer todo lo vivido, pero si conocieran a Dios, nada de eso hubiese ocurrido conmigo. Creí, creo y voy a creer por el resto de mis existencia que la sangre de Jesucristo limpia todos nuestros pecados, ahí radica mi confianza, creo que él me perdonó y soy una nueva persona gracias a él, dándole crédito con mi forma de vida. Anuncio la palabra en la puerta de mi casa”.

“Dios cambió mi vida un 21 de junio estando dentro de la cárcel y no hace falta estar tras las rejas, con encontrarse deprimido es suficiente para buscar esa ayuda divina. Puedo decirle con mi experiencia de vida que si las autoridades le dieran lugar a hombres y mujeres de Dios que crean en la palabra para trabajar bien controlados, sería muy distinto. Cada cual tiene libertad de pensar como quiera”.

Concluyó Zequeira.



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