“Cárcel del espíritu”, “templo” o “territorio de castigo”. El cuerpo habla antes que las palabras, se impone, se dobla, resiste o se quiebra. Lo disciplinamos, lo empujamos, lo corregimos para encajar en una idea ajena de belleza. En ese campo de batalla silencioso creció la historia de Mayra Alejandra del Villar, una mujer que se sometió a una cirugía para ser más flaca y terminó atravesando el límite impensado: debieron sacarle el estómago por completo como consecuencia de una mala praxis médica que casi le cuesta la vida.
Lo que comenzó como una promesa de transformación estética
se convirtió en un recorrido doloroso entre quirófanos, infecciones y órganos
perdidos. Mayra fue empujada por un mandato cruel que señala, mide y juzga los
cuerpos, y que le susurró durante años que debía achicarse para ser aceptada.
Hace 18 años, cuando todavía creía que el bisturí podía
resolver lo que la mirada ajena había quebrado, aceptó una oferta que
interpretó como una bendición: una cirugía gratuita de bypass gástrico.
“Me dejé influenciar por todo lo que me decían: que estaba
linda de cara, pero que debía bajar de peso”, cuenta Mayra
El procedimiento, mal realizado y sin las condiciones
necesarias, derivó en una cascada de complicaciones. Sus órganos se
desplazaron, se pegaron entre sí, una infección se extendió por su cuerpo y los
jugos gástricos comenzaron a invadir donde no debían. El dolor ya no era
metáfora: era carne, fiebre, sangre y tubos.
Mayra pasó meses hospitalizada, perdió el bazo, tres metros
de intestino, quedó postrada en una cama durante un año y seis meses en una
silla de ruedas.
Pero su historia no empezó en un quirófano. Nació en
Maracaibo, Venezuela, y fue criada por su abuela y su tía, quienes la
sostuvieron tras la muerte temprana de su madre, cuando ella tenía apenas seis
meses.
Fue mamá adolescente y atravesó una juventud marcada por
problemas de salud, crisis asmáticas y un aumento de peso que, sumado a la
presión social constante, la acercó al diagnóstico de obesidad mórbida. A los
21 años tomó otra decisión difícil: se separó de una relación atravesada por la
violencia y asumió sola la crianza de sus hijos, mientras trabajaba como
manicura para sostener su hogar.
La crisis en Venezuela y la necesidad urgente de atención
médica especializada la empujaron tiempo después a emigrar a Estados Unidos.
Ahí, lejos de encontrar alivio inmediato, chocó con diagnósticos que nadie
quería asumir y puertas médicas que se cerraban por la complejidad de su caso.
Hasta que un cirujano decidió intervenir.
Fue entonces cuando se descubrió que su estómago estaba
atrapado entre órganos vitales y, meses más tarde, que ya no podía salvarse.
Así se convirtió en una de las pocas mujeres en el mundo que vive sin estómago,
una condición extrema que hoy transita con una disciplina rigurosa y una
conciencia profunda sobre su propio cuerpo.
“Me tocó aprender a comer y a caminar nuevamente”, cuenta y
sigue: “El momento más impactante llegó cuando los médicos descubrieron que mi
estómago estaba ubicado entre el miocardio y los pulmones, completamente
dañado, desintegrado. No hubo opción: debieron retirarlo por completo".
La vida de Mayra se transformó en una rutina de cuidados
estrictos, alimentación controlada, fatiga constante y cicatrices que narran lo
que no siempre se quiere mirar.
“Esta cicatriz ha levantado gente”, dice sin titubeos. Su
piel, intervenida y remendada, dejó de ser vergüenza para ser testimonio. Un
mapa de supervivencia que tocó a personas que se sentían atrapadas, rotas,
disueltas en la culpa por no encajar en un molde impuesto.
Lo que Mayra interpela no es solo la mala praxis médica,
sino un sistema simbólico que dicta qué cuerpos son válidos y cuáles deben ser
corregidos. La gordura, como tantas otras formas corporales, fue históricamente
castigada, ridiculizada, medicalizada y controlada. El cuerpo ya no solo se
habita: se administra, se juzga, se monetiza.
Según las tablas de la Organización Mundial de la Salud, un
índice matemático define si un cuerpo entra en la categoría de “normal” u
“obeso”. Pero, ¿qué mide realmente ese número? ¿El bienestar? ¿La salud? ¿La
felicidad? ¿O solo una productividad deseada?
El cuerpo no es solo un cálculo y Mayra lo sabe mejor que
nadie. “Yo no estoy aquí para decirte no te operes. Estoy aquí para decirte:
acéptate. Haz algo por ti, pero desde el amor”, afirma con la serenidad de
quien ya no se odia en el espejo.
“El bisturí no llena vacíos“, insiste. No corrige la herida
original que nace del rechazo, de la comparación, de una cultura que impone
estándares inalcanzables. Y esa conciencia la convirtió en voz colectiva.
Hoy, con miles de seguidores, Mayra no vende perfección ni
cuerpos ideales. Ofrece una voz que vibra con quienes alguna vez se sintieron
insuficientes. Con quienes miraron su reflejo y desearon desaparecer por creer
que ocupaban más espacio del que debían ocupar. “Se puede vivir sin estómago”,
dice Mayra del Villar emocionada y completa: “Pero no sin una voz dispuesta a
hablar”.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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