Infobae publicó una extensa nota acerca de la experiencia que transita Mara Raicevic. Radicada en Buenos Aires, la productora de TV relató los cambios, sensaciones y experiencias con su hijo de 10 años de edad.
“Yo quiero
ser un chico y me quiero llamar Bruno”. Ese día cambió todo. Mientras manejaba
en el auto Mara lloró sin que se notara: “Voy a estar para todo lo que
necesites y te voy a acompañar en este proceso, con uñas y dientes. Pero me vas
a tener que tener mucha paciencia porque me va a costar”, le respondió a quien
hasta ese momento para ella era Flora, su “bebita”.
Las señales
-que al principio no se interpretaron así- empezaron a los 4 años y cada vez se
hicieron más claras. El recorrido se fue dando de forma muy natural. Pero en
ese instante a esa mamá que creía tener todas las respuestas, le cambiaron
todas las preguntas.
Apareció la
desorientación, el desconcierto. Los enojos: con la situación, consigo misma.
La ira frente a los dedos alzados que juzgan desde afuera y hasta se atreven a
corregir. Los miedos ante un camino hostil. Y entre tantas dudas dos certezas,
que se ubican por encima de cualquier circunstancia: la decisión –espontánea–
de acompañar a su hijo en su transición, y el amor más puro e incondicional.
“Es un
duelo”, dice Mara Raicevic. Y sin ánimo de hacerse la superada agrega: “Esto no
es simple; es difícil”. Productora y vecina de Parque Chas, es mamá de Blas, un
adolescente de 16 años, y de Bruno, quien el 26 de abril cumplió su primera
década de vida. “Hace 10 años –recuerda– yo estaba con la panza así (hace el
gesto de grandeza) y dibujada la palabra ‘Flora’, con una cuna y esperando a mi
niña. Bruno nació siendo Flora”.
Así se
entrega a contar la historia de Bruno y su proceso de transición -con su
permiso por supuesto- y con ganas de ayudar a otras familias aclara que ella
tiene más dudas que certezas: “Vos creés que tenés todo el universo sabido. Sos
progre, tenés un montón de cosas que creés que las manejas. Y de repente…
¡chan! Te viene una que te supera”.
—Te llenás
de preguntas.
—Es
imposible. Con el padre le pusimos Flora por un pedido muy mío: mi abuela amada
se llamaba Flora, era mi persona favorita. Entonces, quería homenajearla. Flora
era la beba más tranquila, hermosa; lloró por primera vez cuando le pusimos los
aritos, a los dos meses de haber nacido. Mirá qué casual, lo estoy pensando
ahora. Después se los sacamos los aritos…
—Flora iba
creciendo.
—Flora iba
creciendo. A mí me gusta mucho la Astrología y (Flora) es un fuego, desde que
nació. Tenía dos años y entendía todo lo que decían los amigos y las amigas de
Blas, más grandes. Era tremenda. Es tremenda. Yo soy de Madariaga, muy cerquita
del mar, y siempre quise que mis hijos estén todo enero allá, con mi mamá,
desde bebés, todo el día en la playa. Ahí empezó su primera muestra que, por
supuesto, no la registré: a los cuatro años empezó a ponerse las mallas de su
hermano. Estaba con el shorcito de baño. Yo la dejé, por supuesto: “Sí, ponete
lo que quieras. No pasa nada”.
—¿En el jardín,
nadie advierte nada?
—No. Sus
amigos eran todos varones, pero Flora no jugaba a nada de lo que uno, en su
estructura mental, considera que son juegos de varón y juegos de mujer. Ella
iba a fútbol pero también iba a patín. O sea, todo. Sala de 5. Y ese verano,
antes de entrar a primer grado…
—Vuelve a
Madariaga.
—Y reitera
el uso de la malla de varón. Lucha con mi mamá: “Ponete la malla”. Esa cosa
como: “¡Ay, tenés unas mallas que son divinas!”. Uno tiene que ir soltando: son
batallas y batallas y batallas. Y batallas tremendas.
—¿A vos
algo te empieza a hacer ruido?
—Me empieza
a hacer ruido que veía las mallas, divinas que le habían regalado, y decía:
“¿No te querés poner esta?”. “No, no”. Toda una cuestión ahí. Íbamos y
veníamos: había días que se la ponía. Empieza primer grado, y si te muestro la
foto del primer día: con shorcito, las zapatillitas con brillos y no sé qué...
A la semana, pandemia. Y todo un año muy revolucionado. Para todos, ¿qué voy a
decirte? Pero ese año nos separamos con el papá y vivimos varias cosas.
—¿La
separación no tuvo absolutamente nada que ver con el proceso de Flora?
—Y… no lo
sé. Creo que empezó antes. En los dos primeros meses encerrados, Flora un día
estaba vestida de futbolista íntegra, con la ropa del hermano, y otro día de
japonesa. Y otro día con un tutú, cantándome temas. En ese año empezó con que
no quería usar vestido. Fue un proceso muy increíblemente sano. Porque empezó
no queriéndose poner algunas prendas tipo vestiditos, calza, bla, bla, bla. Al
verano siguiente, ya directamente todo el verano malla de varón. Tenía seis,
siete años.
—¿Para vos
era un tema de elección de vestimenta o empezaste a decir: “Acá está pasando
algo más profundo”?
—No, para
mí era un tema de elección de vestimenta. Unos meses antes de ese verano tenía
el pelo largo por acá y empezó a decirme: “Me quiero cortar el pelo como mi
primo”. Me pedía cortarse el pelo, y yo: “Mirá que el pelo no te crece al
toque”. Tiene un pelo lacio increíble. Yo le cortaba así, el flequillito. “No,
quiero cortarme todo”. Y yo, sosteniendo algunas cosas innecesarias, que
después las vi. Me daba miedo de que con el pelo cortito, se arrepintiera.
—¿Era por
el pelo o se te jugaba otra cosa que ya veías venir?
—Te juro
que no veía venir lo que vivo hoy. Nada. Fue un proceso. Terminan las
vacaciones de invierno de segundo grado y vamos a una de esas cadenas de
peluquería. La piba que le cortó el pelo estaba flasheada porque Flora era muy
chiquita. “¡Qué decisión la de cortarse!”, me dice. “Quiero cortito”, dice
Flora, y le muestra una foto que habíamos buscado en Pinterest. Salimos de la
peluquería, se mira y me dice: “Ahora sí soy feliz”. Yo estaba muy emocionada.
Lo llamé al padre y le dije, llorando: “No puedo creer por qué sostuve eso, por
qué no se lo corté antes”. A partir de ahí empezamos un proceso un poco más
profundo. Al mes me dijo que se quería sacar los aritos.
—¿Ahí ya
entendías lo que estaba pasando?
—Creo que
no.
—¿Cuándo lo
empezaste a entender?
—Hasta ese
momento era básicamente un tema estético. Cuando cumplió siete años le
regalaron una pollerita y la fuimos a cambiar. Cuando le saqué los aritos me
encerré, emocionada; se me caían las lágrimas como diciendo: “Me quedo con esto”.
Los aritos eran lo único que me quedaba de su estética. Yo sentía que si en ese
momento la veían en la calle con el pelo cortito, vestida que vos la veías,
automáticamente era un chico; pero si le veían los aritos, decían: “Ah no, es
una chica con pelo corto vestida como un chico”. Una vez que ya no tenía los
aritos, no tenía nada de chica para la mirada del otro.
—Esa
construcción cultural que tenemos.
—Exacto. Al
poco tiempo nos fuimos de viaje con mi mamá y mis hermanas a las Cataratas del
Iguazú. Y me acuerdo de algo que me arrepiento. Cada vez que alguien la cruzaba
la trataban de varón, yo la llamaba, “Flora”, le decía; quería que se notara
que era una chica. Ahora me siento mal, hice esas cosas. Me salían, ¿viste?
Como que odiaba que pensaran que era un chico.
—No
entendías nada.
—No
entendía nada, pero a su vez era todo sentir. En ese momento nada me parecía
definitivo: sentía que la situación podía revertirse.
—¿Y cuándo
sí te pareció definitivo?
—Antes de
ese viaje a Iguazú íbamos en el auto. “Mamá, yo ya sé lo que quiero ser”, me
dijo. Tenía ocho años, había empezado tercer grado. Y le digo: “¿Sí?”, en
cualquiera, yo. Y me dijo: “Yo quiero ser un chico”. Y yo me quedé, viste…
“¿Ah, sí?”. “Quiero ser un chico y me quiero llamar Bruno. Me llamo Bruno. Ya
mis amigos de la escuela me dicen Bruno. El profe de música me dice Bruno. Y
tal también me dice Bruno”. Como que me lo comunicó. “Ah, bueno”, le dije. Y me
quedé. Y no pude contener; me empezaron a caer las lágrimas. Obviamente que no
me vio.
—¿Frenaste?
—No, no.
Seguí manejando. Y le dije: “Bueno, mi amor, por supuesto que voy a estar para
todo lo que necesites y te voy a acompañar en este proceso, con uñas y dientes.
Pero me vas a tener que tener mucha paciencia porque me va a costar decirte
Bruno. Y me va a costar acostumbrarme porque para mí sos mi bebita. Y seguís
siendo mi bebita, porque sos la misma”.
—¿Y Bruno
qué dijo?
—”No pasa
nada, mami. No pasa nada. Cuando puedas”. Y me acuerdo de que en otro viaje en
auto le dije: “Ay, bebita”, una cosa así. Y le digo: “Te dije bebita; vos
preferís que te diga bebito, ¿no?”. “Mami, cuando es sin querer porque te sale,
no pasa nada. Pero si lo pensás un poquito prefiero que me digas bebito”. Nada,
todas esas cosas que fueron sucediendo entre nosotros. Hay algo que siento: Bru
me da tiempo a que yo me vaya acostumbrando.
—Tiene una
sabiduría enorme.
—Enorme. Es
un ser superior. Con una sabiduría emocional que yo nunca vi. Si me abstraigo y
pienso en ese ser que es Bruno, lo admiro profundamente.
—Vos, con
tu cabeza, ¿no hubo ningún momento de decir: “Basta de pavadas, vos sos Flora”?
—Hubo
momentos de enojo donde le dije “Flora”, porque es lo primero que me sale
decirle. Y por dentro pensaba: “La puta madre, que nos den un palazo a las dos
por la cabeza y volver a ser Mara y Flora. Quiero despertarme y que volvamos a
ser las mismas. Cuánto más fácil sería…”.
—¿Es
difícil?
—Es redifícil,
es redifícil…
—¿Uno
empieza a consultar, empieza a asesorarse?
—Sí. Un
poco con terapia. Alicia Comas me recontra sostuvo. Es amiga de una amiga y
trabaja con infancias trans para el Ministerio de Salud. Publicó libros y
trabajó con muchos profesionales. Charlé muchas veces con ella y me recomendó
un montón de bibliografía. Seguí un montón de grupos y leí. Pero nunca me sentí
del todo identificada. No sé cómo explicarte... Además, a veces sentís que hay
cosas que son mucho. Que es mucho. Un verano estábamos en la playa, ya
Bruno-Bruno. Estaba haciendo clases de surf con unos pibes de ahí, divinos, y
yo me mandé una que no la podía creer... Bru, obviamente, era el más chiquito
de todos y tuve la necesidad de ir a decirle al pibe: “Mirá, quizás sientas que
Bruno no tiene la fuerza de un nene de ochos años en las piernas, porque…
bueno… no es un nene, es una nena”. Cada vez la iba embarrando más. El pibe me
mira: “¿Pero está bien que le diga Bruno?”. “No, no, sí, está bien”.
Sintiéndome una pava total. Y me dice: “Está todo bien, no pasa nada. Es igual:
los chicos, las chicas…”. Me quise morir, que me tragara la arena. Me senté en
la reposera, odiada conmigo misma: “¿Por qué dije eso? ¿Qué le tengo que
explicar?”. Termina la clase y viene el pibe: “Tengo una hermana trans de 30
años, que vive en Nueva York”. Y me contó la historia de su hermana, que había
nacido chico y ahora era una chica. Que había hecho toda una transición a los
30 años. Que ahora tenía 32. Que esa transición era difícil para su familia y
para ella. Fue como “¡Guau!”. Al otro día volvimos a la playa y el pibe me
dice: “Vino mi mamá a la playa y te la quiero presentar. Es socióloga”. Y fue
un evento muy mágico porque vino una señora de 60 años: “Hola, te quería
conocer. Mi hijo me habló de vos. Y quería conversar, que nos contemos”. Y
bueno, yo le conté todo, me puse a llorar con ella en la orilla, sin sentarnos.
Y ella me contó toda su historia. Y me dijo: “Estoy segura de que en algún
momento vos vas a poder ayudar a otras mamás que estén en la misma situación
que vos”. “No, yo no voy a poder ayudar a nadie”.
—Y acá
estamos.
—Y acá
estamos… Y vos te das cuenta de que tu historia es propia, es tuya y de tu
familia, y de tu vínculo: la mamá es la mamá, el papá es el papá, el hermano es
el hermano, la abuela, las tías. Pero también es increíble el proceso que vos
hacés como mamá, porque proyectaste, aunque no quieras, sobre ese ser que
nacía.
—¿Hay un
duelo?
—Hay un
duelo. Es el típico duelo. Lo increíble es que duelás algunas cosas, pero no
duelás el ser: yo estoy con Bruno hoy y, para mí, es la misma persona. Pero
Flora no va a volver a ser nunca más. Aunque Bruno decida el día de mañana no
ser más un chico, porque podría pasar, aunque lo dudo un montón, no va a ser
nunca más Flora. Flora no existe más.
—Es el
duelo de la maternidad de Flora.
—Tal cual.
De esa forma de maternarla. Y después, darte cuenta de que son seres por fuera
de un paradigma. Porque nosotros, nosotres, los nuevos padres, intentamos hacer
cosas diferentes, nos equivocamos constantemente. A veces siento que tengo que
explicar, y en un momento decidí no explicar y no contar nada más. Me encontré
en eventos sociales donde para todo el mundo era una novedad, entonces me
preguntaban cosas y me opinaban. Una vez dije: “Bueno, ella” (por Bruno), y
alguien me dijo: “Él”. Me dieron ganas de comerle la yugular: “Dejame decir
como a mí se me antoje. ¿Quién sos vos para decirme a mí cómo le tengo que
decir a Bruno? ¿Vos tenés esta situación en tu vida? No. ¿Estás viviendo esto? No”.
Es defenderse un poco ante esa gente que se cree muy cool. Me quedé tan mal,
tan angustiada. Y dije: “El problema es mío porque me expongo demasiado”.
—¿Cómo
vivieron esto Blas y el papá de Bru?
—Son dos
genios: los admiro un montón. Lo vivieron mucho más en armonía que yo. Nos
preocupan varias cosas con el papá y estamos muy en sintonía. Y Blas es
maravilloso. Bruno dijo: “Me llamo Bruno”, y automáticamente Blas le dijo:
“Bruno”. Le dice “chabón”. Y además, se aman, se aman. Y cuando lo veo tratarlo
a Bruno con una delicadeza y con un amor y con una escucha…
—Bruno es
un niño escuchado. Y no pasa en todos lados.
—Sí. Es un
niño acompañado. Escuchado a veces por mí menos de lo que quisiera porque,
bueno, porque a veces…
—Eso pasa
con todas las maternidades: todas a veces queremos regalar a nuestros hijos y
salir de casa.
—¡Re!
—Me imagino
que mucha gente te debe haber dicho: “Esto es solo una etapa, es muy chiquito”.
—¿Sabés
todo lo que me dijeron? Había algo de ese proceso que iba haciendo que yo
sentía que era tan genuino, tan tranquilo. El año pasado encontramos una
pediatra que es especialista en infancias trans, y fue muy lindo. Yo me
obsesioné con algunas cosas que notaba en su cuerpo y fuimos. Ahora tengo un
nuevo desafío: una niña de casi 10 años, físicamente, sintiéndose un chico, y
todo lo que ya sabemos.
—Empieza a
desarrollarse.
—Exacto.
—¿Qué se
hace? ¿Se empieza con terapias hormonales?
—Todavía no
lo hablamos. Siento que todo es un paso a paso absoluto. El año pasado Bru
dijo: “A los 12 voy a volver a ser una chica”. Pero yo sentía que había algo
ahí que no era tan genuino. Entonces fuimos a la pediatra para poder hablarlo
con ella. Y Bru le dijo: “No creo, no”. Yo creo que Bruno decía eso porque era
más un deseo de su entorno, de sus amigas; ahora tiene todas amigas mujeres.
—¿Tenía más
que ver con el deseo del contexto que con el propio?
—Sí, sí.
Con las preguntas de sus amigas.
—¿La
escuela está preparada para Bruno?
—La escuela
es maravillosa. Una escuela pública maravillosa.
—¿La pasó
mal alguna vez?
—Dos veces.
Una cuando hacía muy poquito que se había cortado el pelo y estaba en el baño
de chicas: “Vos no podés estar acá”, le dijo una chica más grande. Y ella le
dijo: “Sí, porque yo soy una chica”. Y el año pasado, era el 8 de marzo y yo la
estaba yendo a buscar para que fuéramos juntas a la marcha. Y me dijo: “Hoy
lloré”. Tenía ocho años. “¿Qué pasó?”. “Iban a regalar chocolates por el Día de
la Mujer y yo dije: ‘Ay, bueno’. Y tal me dijo: ‘Pero ponete de acuerdo. ¿Qué
sos? ¿Un chico, una chica?’. Y yo le dije: ‘¿Porque soy un chico no puedo tener
un chocolate por el Día de la Mujer?’”. Entonces, ahí hablamos. Yo soy
feminista. Y le hablé de su propia identidad y le expliqué por qué teníamos que
ir a la plaza, reclamando por nuestros derechos, para que no nos quiten lo poco
que fuimos teniendo del 2017 hasta ahora. Por qué me acompaña a mí a las
marchas desde el cochecito. Y así y todo, lo difícil que es para mí que
entienda cuál es su lugar.
—Que
entienda él. Y entender también vos dónde estás parada.
—Exacto. Y
la pediatra, hablando con Bruno: “Te va a empezar a crecer el botón mamario.
Hay distintas alternativas para cuando eso pase. Todavía no es el momento, pero
cuando eso suceda…”. Me encantó estar ahí en ese momento, y a su vez, era súper
surrealista: “¡¿Qué estoy escuchando?!”. Después me largué a llorar con mis
amigas: “Estoy escuchando que a mi hija le estaban diciendo qué le va a crecer
y qué sé yo, y que todo eso se puede revertir”. Es fuerte.
—Es un
montón.
—El año
pasado una maestra de un taller de la escuela no le quería decir Bruno porque
en el DNI dice Flora. Y yo estaba tipo: “¡¿Qué?!”. “Ella es así, no entiende
nada. No vayas a hablar con nadie, mamá, ya lo van a hablar los delegados”, me
dice Bruno. Dos delegados de nueve años. Obviamente, no me alcanzaban las horas
de la noche para ir a hablar… Yo siempre digo que Bruno está en Disney. Pero va
a salir a la vida y yo tengo que estar preparada. Y el papá, también.
—Vos creés
que va a seguir siendo Bruno.
—Yo creo
que va a seguir siendo Bruno.
—El
documento no lo cambiaron.
—No. Y no
lo pidió.
—¿A qué
edad se puede cambiar?
—Creo que
no es a cualquier edad. Para serte franca: todavía no averigüé porque eso para
mí va a ser difícil. Y Bruno todavía no lo pide.
—¿A qué
baño va Bruno cuando sale con vos al cine, a un restaurante?
—Al de
mujeres.
—¿Y nunca
tuvo un problema?
—Por ahora
no. Por ahora nadie lo miró mal.
—El tema es
que va creciendo.
—Claro. Y
por otro lado, yo no quiero que Bru entre a un baño de varones; me da miedo. A
los 10 puede entrar a un baño de chicas, entonces no me hago problema. Pero un
baño de varones, donde están los tipos en el mingitorio, ahí adelante… Todavía
no lo hablé con Bruno. Nosotros vamos viviendo muchas situaciones a medida que
van sucediendo o que Bruno nos las va trayendo.
—Es valioso
romper con una idea; por más progre o mente abierta que una tenga la maternidad
de Bruno no debe haber sido fácil.
—Yo siempre
hago chistes con esto. Siempre utilizo el humor porque es la única manera que
siento que nos salva. Entonces vivo haciendo chistes con esto: “Bueno, ¿y a
mí?”, entendés.
—¿Te da
miedo de que la pase mal?
—Es lo que
más miedo tengo: que la pase mal, que se asuste. Que tenga miedo. Y que no
pueda ser quien quiere ser. Yo todo el tiempo le digo que es libre. Y se lo
dije desde chiquito: “Vos sos libre de elegir siempre”. No me esperaba esta
situación (risas).
—¿Bruno
sabe que estás acá, dando esta entrevista?
—Sí.
—¿Le
consultaste qué opinaba?
—Le
consulté. “¿Por qué?”, me dijo. “Bueno, por ahí le sirve a otra familia que
está viviendo esta misma situación que nosotros”. “¿Y quieren hablar con vos?”.
“Sí, quieren hablar conmigo porque quieren que yo cuente mi experiencia de ser
tu mamá. Y me pidieron fotos y cosas tuyas para conocerte, para ilustrar la
nota”. “Pero se me va a ver la cara, ¿no?”, me dice. Porque hace un tiempo hice
una nota y no quise mostrar la cara de Bru; salió de espaldas. Y algo de eso no
le gustó, le hizo ruido y fue feo. Entonces le digo: “Sí, obvio que voy a
mostrar tu cara”. Yo me equivoqué esa vez: pensé que de una manera estaba
preservando su identidad, y era al revés. A veces miramos fotos de Flora y le
da mucha gracia: se ríe.
—¿Qué dice
Bruno de haber sido Flora?
—No dice
nada. Es tan genio. Es tan luminoso y tan seguro. No sé cómo explicarte… Es muy
auténtico. La tiene clarísima.
—¿Es feliz?
—Es feliz.
Eso sí lo vemos todo el tiempo. Y yo, cuando lo veo tan feliz… ¿qué importa,
viste? No importa nada.
—Bruno
empezó el camino siendo chiquitito. Y encontró una familia en la que pudo decir
lo que iba deseando, lo que iba sintiendo, y que era Bruno. No soy experta en
el tema, pero creo que lo importante es escucharlos y asesorarnos.
—Y
acompañar. ¿Y sabés qué? El amor. Voy a decir algo que parece una frase hecha
pero no lo es: vos amás a tus hijos. Y eso es lo único que importa, porque la
realidad es que después, no hay forma de que no acompañes. ¿Y te equivocas?
Obvio que te equivocas. Todo el tiempo te equivocas. Pero el amor puede
cualquier cosa. Yo no dije todo el tiempo que sí y que está todo bien. Tardé
mucho en cada cosa: en cortarle el pelo, en sacarle los aritos, en decirle
Bruno... Tardé mucho. Con amor, pero puse mucha resistencia. No me entregué
fácilmente a sus deseos, ¿viste? Así y todo, Bruno hoy es Bruno.
Mara dice
estar dispuesta a ayudar a otras familias con situaciones similares y deja su
cuenta de IG, @mararaicevic
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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