La muerte de Marcelo Medina es un misterio que la Justicia,
por ahora, no puede descifrar. El joven de 19 años, oriundo de Villa Gesell,
escapó de su casa el 8 de mayo. Veinte días después, encontraron parte de su
cuerpo desmembrado en el mar, pero a 70 kilómetros de la localidad.
Los investigadores esperan una pericia clave para determinar
si se quitó la vida arrojándose al agua, y el cuerpo se desmembró de manera
natural, o si lo asesinaron, lo descuartizaron y alguien está esparciendo sus
restos con un ánimo sumamente macabro. Un dato recogido en las últimas horas
por el fiscal Walter Mercuri abona a esta última hipótesis, y suma más horror a
la situación.
El sábado apareció en la playa de Gesell un maxilar
inferior, justo frente a un puesto de Prefectura. Se cree que también pertenece
a Medina. Pero el detalle que llamó la atención es que, entre los huesos,
todavía había nervios. “eso quiere decir que lo tiraron hace muy pocos días”,
aclara un investigador.
Por estas horas, los investigadores repasan una y otra vez
los detalles del domingo 8 de mayo, cuando Medina se escapó de su casa. Creen
que lo sucedido por esas horas puede ser clave para esclarecer lo que pasó
después.
Tanto Marcelo como su madre Carina, su padre Miguel y sus
hermanos, formaban parte de una iglesia evangélica. Sin embargo, desde finales
de abril, Marcelo había comenzado a asistir a una iglesia mormona que queda
cerca de su casa. Esta situación no fue bien vista por la familia, que intentó
disuadirlo de varias maneras.
El viernes 6 de mayo, Marcelo fue a la iglesia mormona y
pasó toda la tarde allí. “Cuando se terminó la jornada quiso que lo
bautizáramos. Pero le dijimos que no, porque para hacer eso tiene que ser parte
de nosotros y el sólo había estado una tarde.”, contó uno de los feligreses en
el expediente del fiscal Mercuri.
Al día siguiente, Marcelo preocupó a su familia. Estuvo todo
el día rezando a los gritos. Decía incoherencias mientras miraba al cielo. “No
se cómo me llamo, no tengo nombre. Mi nombre es el que quiera Jesús que sea. Yo
me voy a llamar como él diga”, repetía una y otra vez.
Marcelo huyó cuando caía la noche del sábado 7. Su padre
llamó al 911 y junto a un patrullero salieron a buscarlo. Lo encontraron cerca
del hospital local y lo llevaron allí para que lo atiendan. Seguía rezando y
diciendo que su casa era el pueblo. En el expediente quedó acreditado que
Marcelo fue atendido, pero no lo dejaron internado porque estaba tranquilo y
respetuoso a pesar de su estado a la vista delirante.
De vuelta en su casa, Marcelo cenó con su familia y todos se
fueron a dormir. A la 1 de la mañana, ya del domingo 8 de mayo, Marcelo comenzó
a rezar nuevamente a viva voz. “Esta no es mi casa, mi casa es el pueblo. Jesús
es quien habla a través mío. Yo tengo la misión de liberarlos a todos”,
repetía.
Sus padres se asustaron tanto que decidieron llamar al
pastor de la iglesia evangélica a la cual pertenecen “Cuando me acerqué me
sopló la cara y me dijo que ya me había liberado, y que había hecho lo mismo
con su familia, por lo tanto, su misión estaba cumplida”, dijo el religioso.
Marcelo se encerró en su habitación y siguió rezando a los
gritos. Recién a las 5 de la mañana, las plegarias se detuvieron. Todos
creyeron que se había calmado o, al menos, dormido, pero se equivocaban. El
joven de 19 años se escapó por la ventana, según dijeron los padres.
Esa fue la última vez que Miguel y Carina aseguran haber
visto a Marcelo con vida. Pero, además, fue el comienzo de una investigación
sumamente complicada y con ribetes misteriosos.
Desde ese 8 de mayo hubo pocos avances en la búsqueda de
paradero. Recién 20 días después sucedió algo que movió el expediente. El 28 de
mayo, un turista pescaba en Punta Médanos, a 70 kilómetros de Gesell, cuando la
línea que había lanzado al mar pareció enredarse con algo. Cuando recogió, se
asustó y soltó la caña. Lo que colgaba de su anzuelo era un brazo humano, aún
con musculatura, junto a la mano, la escápula y la clavícula.
Inmediatamente, se enviaron al laboratorio de la Policía
Bonaerense en la ciudad de Junín para determinar si los restos pertenencia a
Marcelo. El viernes pasado llegó a manos del fiscal Mercuri el resultado
positivo.
“Sabemos que Marcelo murió y que sus restos estaban en el
mar, ahora lo que debemos determinar es si se suicidó arrojándose al agua o
alguien lo asesinó”, aclara un investigador.
El fiscal Mercuri posó su mira rápidamente sobre la familia.
Eso todavía se mantiene hasta hoy, a pesar de que aún no hay imputados.
Sin embargo, existen algunos datos en el expediente que a la
fiscalía la inquietan, en especial con relación a los padres.
Lo primero que se determinó, es que tres testigos aseguran
que aquel domingo 8 de mayo, Marcelo volvió al barrio y que cruzaron algunas
palabras ocasionales con él. Sin embargo, sus padres lo niegan terminantemente.
Aseguran que ese nos es su hijo y que no volvió al barrio. “¿Por qué tanta
insistencia en desmentir a esos vecinos?”, se preguntan los investigadores.
Hay otro detalle que, a la luz de los resultados, llama la
atención de Mercuri. Desde el comienzo de la búsqueda, los padres de Marcelo
dijeron que el joven no tenía teléfono celular ni redes sociales. Pero el 14 de
mayo, seis días después de la desaparición, se presentaron espontáneamente para
decir que, en realidad, sí tenía teléfono.
Curiosamente, el celular se activó al día siguiente en manos
de alguien que lo encontró frente a la iglesia mormona a la que asistió Marcelo
en las horas previas a la desaparición, y de la que sus padres renegaban.
Hay más. Por esos días, cuando todavía se buscaba a Marcelo
con vida, se dio un hallazgo llamativo. Una perra K9 de búsqueda, llevó a sus
adiestradores hasta unas oficinas abandonadas en Gesell. Allí la policía
encontró una sábana semi quemada con manchas. Sin bien aún falta la
confirmación de laboratorio, es una sábana idéntica a un juego de cama que
tenía Marcelo y al cual le faltaba justamente una pieza. En la escena había
huellas borradas aparentemente a propósito.
Con este panorama, en las últimas horas, la causa volvió a
vivir un fuerte giro. El sábado pasado, un grupo de turistas encontraron una
mandíbula inferior en la costa de Gesell, frente a un puesto de Prefectura. Si
bien aún no está determinado científicamente que pertenezca a Marcelo, los
investigadores creen que las posibilidades son muy altas. “No hay ninguna
búsqueda activa y los peritos ya dijeron que es de alguien joven”.
Esa mandíbula, según dijo un perito, tenía aun nervios entre
los huesos. “Eso quiere decir que fue arrojado al mar hace poco”, razonan desde
la fiscalía. Por eso una de las hipótesis es que alguien podría estar
esparciendo los retos de Marcelo.
En las últimas horas las sospechas del fiscal Mercury, se
posaron particularmente en Miguel, el padre de Marcelo. Si bien no está
imputado por la muerte de su hijo, la justicia lo investiga por sus
antecedentes violentos. Se encontraron varias denuncias de violencia de género
y exclusiones del hogar de años y meses anteriores.
Ahora los investigadores esperan una pericia clave que
podría estar lista en las próximas horas. Los huesos que pertenecían al cuerpo
de la víctima, serán examinados para saber si contienen partículas de plancton.
Si las posee, significa que cayó vivo al agua y sus tejidos absorbieron esa
sustancia, por lo tanto, se suicidó. Pero si no aparecen, quiere decir,
irrefutablemente, que se trató de un asesinato y la Justicia deberá buscar a un
homicida, tal vez dentro de la propia casa de Marcelo.
Por: Martín Candalaft para Infobae
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