Hacía frío y tenían hambre. Hacía más de un mes que los
regimientos de infantería 4, 6 y 7 esperaban en las inmediaciones del Monte Dos
Hermanas al enemigo. Desde el pico más alto, días antes, habían visto varios
helicópteros británicos cerca de la costa y sabían que en menos de una semana
sus tropas llegarían al lugar donde estaban ellos.
Las bolsas de comida, que en un principio recibían de manera
diaria, habían dejado de llegar y los soldados sobrevivían robando ovejas de
los corrales cercanos. Oscar Ismael Poltronieri, un colimba, de 18 años, era el
encargado de achurar a los animales para después cocinarlos en una hoguera
improvisada. Era un joven de campo; desde los 11, cuando se había marchado de
su humilde casa, en Mercedes, había trabajado como peón en distintos campos,
hasta que ingresó al servicio militar.
Fue durante su último día como conscripto, el 12 de abril de
1982, que le anunciaron, junto a sus compañeros, lo más temido: “Todo lo que
aprendieron en estos meses lo van a poner en práctica en Malvinas”. Esa misma
noche, los jóvenes y adolescentes subieron a un avión con destino a la guerra,
iniciada hacía 10 días. “En el vuelo algunos lloraban. Teníamos mucho miedo”,
recuerda Poltronieri, de ahora 60 años.
La avanzada de los británicos por el Monte Dos Hermanas,
entre el 11 y el 12 de junio, fue más rápida de lo que esperaban. Primero cayó
el regimiento 7 de La Plata. Después, el 4 de Monte Caseros, Corrientes. Por
último, las tropas enemigas enfrentaron al regimiento 6 de Mercedes. Fue
durante ese último combate cuando ocurrió el acto más heroico de la guerra. 40
años después, desde la mesa de su casa, en Mercedes, Poltronieri lo narra en
primera persona y con la emoción intacta:
“Los ingleses pasaron
a los dos regimientos anteriores y llegaron a donde estábamos nosotros, que
éramos unos 120. Arriba, estábamos los tres de las ametralladoras: Carlos
Rollheiser, mi amigo de la colimba; yo, un poco más abajo, y otro más.
Empezamos a tirotear a las seis de la mañana. A Rollheiser se le trabó el arma
en seguida. Se puso a acomodar la ametralladora y los ingleses lo bajaron. Uno
de mis compañeros pega el grito avisando que había muerto. Cuando lo escuché,
me dio tanta bronca que los quería bajar a todos. Los ingleses intentaban subir
a donde estábamos nosotros. Y en ese momento les dije al subteniente Esteban
Lamadrid y al sargento Tito Echeverría: ‘Váyanse ustedes, que tienen hijos’. Me
quedé solo. Es que uno se tenía que quedar haciendo ráfaga de ametralladora
para que los ingleses no pudieran avanzar. Mientras yo hacía eso, mi regimiento
se iba. Pudieron hacer la retirada. Si yo no los hubiera retenido, a nosotros
nos mataban a todos de atrás.
-¿Qué sentía en ese momento?
-Adrenalina. La ametralladora pesaba 10 kilos, pero en ese
momento sentía como si tuviera solo un papel en la mano, o un celular. La movía
y la cargaba como yo quería. Y eso es por la adrenalina. Si vos ves que te
matan a un compañero y ves que pican balas por todos lados, sacás energía de
cualquier lado. Después, cuando estás con la cabeza en frío, tranquilo, te das
cuenta de la dimensión de lo que pasó.
-Además de adrenalina, ¿sintió miedo?
-Sí, miedo tuve en todo momento. No te puedo decir: ‘No, no
tuve miedo’. Tuve miedo de morir, de ser herido. Gracias a Dios, no me pasó
nada. Tuve un Dios aparte, porque las balas picaban por todos lados. Mis
compañeros que se habían retirado me habían dado por muerto. Por suerte, en esa
batalla solo murieron 9 de 120.
Los militares británicos filmaron la batalla. Fue a partir
de ese video que las Fuerzas Armadas argentinas pudieron confirmar lo que
Poltronieri les había contado a sus compañeros: que había enfrentado solo, con
su metralleta, a un batallón de cientos de ingleses. Fue por esa actitud
heroica que, meses después de la guerra, el ex conscripto obtuvo el mayor
reconocimiento militar otorgado por la República Argentina: la Cruz de la
Nación Argentina al Heroico Valor en Combate. Fue el único soldado conscripto
vivo en recibir esa condecoración.
-¿Cómo recuerda el regreso a Buenos Aires?
-Volvimos escondidos. Llegamos directamente a Campo de Mayo
y al otro día nos trajeron a Mercedes en colectivo. Los únicos que nos
recibieron cuando llegamos acá fueron las maestras con un montoncito de chicos.
Por eso, siempre vamos a las escuelas y damos charlas. Porque sentimos que son
los mismos chicos que en ese entonces nos estaban esperando. Después, empezaron
a avisarle a nuestros familiares, pero nosotros ya estábamos ahí. Y llegaron
dos tíos míos. Ahí me dijeron que mi madre estaba internada en el hospital,
porque cuando se enteró de que habíamos llegado pensó lo peor, que yo no iba a
estar, y se desmayó. Me fui directo para allá. La encontré media dormida.
Cuando se despertó, me encontró a la par suya. Me la llevé a casa y estuvimos toda
la noche hablando, tomando mate. Pero no le quise decir lo que había hecho, no
quería que se pusiera mal. Se enteró después, cuando vino conmigo a la entrega
de la medalla. El teniente Abella le dijo todo.
-¿Y su padre?
-Mis padres estaban separados. Él vivía en Roque Pérez,
trabajaba en un campo allá. Y se enteró después, a través de la revista Gente.
Un día, el patrón vuelve del pueblo con una revista y le dice: “Che, ¿este
Poltronieri es algo tuyo? Y ahí mi viejo me vio. Él ni sabía que yo había ido a
Malvinas -recuerda, intentando disimular las lágrimas-. El patrón le dio el día
libre y lo trajo hasta donde yo estaba trabajando. Hoy lo tengo conmigo a mi
viejo. Tiene 80 años y está en mi casa. Y está mejor que yo y que vos -dice,
con una sonrisa.
-Más allá de la medalla, ¿se sintió reconocido cuando
volvió?
-No. Al principio, no teníamos ni pensión. Y, además, no
conseguíamos trabajo, porque no nos querían tomar en ninguna empresa. Íbamos a
entrevistas y nos rechazaban porque pensaban que éramos unos locos de la
guerra. Estuve un tiempo en un tren vendiendo calcomanías de Malvinas a
colaboración, porque si les ponía precio, no me las compraba nadie. Tuve mucha
suerte, porque un día Juan Carlos Mareco me encontró arriba del tren y me llevó
a su programa de radio. Así, enseguida, me dieron trabajo en un tambo de La
Serenísima. Pero al resto no le fue tan fácil: tengo compañeros que recién
después de 25 años consiguieron trabajo.
-¿Y la pensión?
-Cuando estuvo Alfonsín, no existimos. El tema estaba
encajonado en el Congreso. Durante su gobierno, hicimos una gran manifestación.
La plaza de Congreso era un hormiguero de excombatientes, vinieron de todos
lados. Cuando salió el papel ese, un mes después, pasaron a pagarnos 70 pesos
por mes, que no era nada. Recién nos reconocieron durante el gobierno de
Duhalde, que nos dieron la pensión de la provincia, y después en el de
Kirchner, que nos dieron la pensión de Nación. Hoy me mantengo con esas dos
pensiones y con mi trabajo en Campo de Mayo.
Poltrorieri vive junto a su esposa a unas cuadras del
ingreso a Mercedes, en una casa pequeña construida en un terreno compartido.
Estos últimos días, previos al 40 aniversario de Malvinas, han sido atareados,
repletos de preparativos. Hace menos de una semana volvió de Neuquén, donde
subió, junto a un grupo de excombatientes argentinos y un inglés, al volcán
Copahue para rendir honor a sus compañeros caídos en combate. Tiene pocos días
en Buenos Aires, porque el 2 viajará a Ushuaia para participar de un acto de
conmemoración de la guerra.
“Recién acabo de pasar por el Concejo Deliberante para
buscar esto -cuenta, mientras saca de una bolsa de plástico una placa de madera
con inscripciones en blanco: ‘Aquí reside parte de nuestra historia. Poltronieri
Jorge’-. Es para colgar en la parte de afuera de casa. Pero voy a tener que
devolverla, porque se confundieron mi nombre, escribieron el de mi hermano”,
dice, entre risas.
Volver a Malvinas, un “desahogo”
Poltronieri volvió a Malvinas dos veces después de la
guerra. Hoy, si pudiera, estaría ahí nuevamente, asegura. “La primera vez que
volví, en 2009, fue para filmar el documental “El Héroe de la Batalla de las
Dos Hermanas”. Se me hacía una eternidad sin ir. Antes de viajar, tenía un nudo
en la garganta. Quería estar allá ya. Hasta que no subí al avión que me llevó de
Río Gallegos a Malvinas, no terminaba de creer que realmente estaba yendo.
Lloré todo el vuelo.
-¿Por qué tenía tantas ganas de volver?
-Todos los veteranos de Malvinas tenemos algo en común:
tenemos a nuestros hermanos esperándonos ahí. Entonces, cuando vamos para allá,
nos desahogamos. Cada vez que vuelvo después de estar allá, lo hago con una paz
enorme. El asunto es ir al cementerio e ir a los lugares en donde estuviste.
Estás ahí y pensás: ¿Yo realmente hice todo esto? Y si, lo hiciste. Solo porque
tenías adrenalina. Porque si tenés a una persona acá en frente y te dicen que
la mates, no la matás.
-¿Qué dejó usted en Malvinas?
-Mi ametralladora. Está enterrada allá. La última vez que
fui, fui a donde la dejé y uno me dice: ‘¿Por qué no la sacás?’ Yo le respondí
que no la puedo sacar. Porque, si la saco, no la veo más, no me la van a dar.
Si algún día en Malvinas flamea la bandera argentina, ahí la voy a poder sacar
-dice-. En Malvinas también dejé a mi hermano, el soldado Rollheiser. Él era mi
amigo, me escribía las cartas para mi madre cuando estábamos en la guerra. A
cada acto de Malvinas que voy llevo una remera con su nombre.
-El hecho de no saber leer y escribir, ¿le ha dificultado la
vida?
-Sí, me ha complicado un poco. Pero hace poco estuve
aprendiendo. Durante cinco, seis meses, viajé a Buenos Aires a aprender. Ahí
había un teniente coronel que me había puesto una maestra. Pero el teniente
coronel falleció y eso se terminó. Ahora conozco las letras, pero todavía me
cuesta unirlas.
-Y, en la guerra, ¿también lo complicó?
-No. Porque no hace falta saber leer y escribir para poner
el pecho por toda la Argentina. No hace falta leer y escribir para empuñar el
arma y pelear por nuestra bandera. Nosotros juramos la bandera hasta morir,
hasta perder la vida. Y por esa bandera nosotros fuimos. Todo lo que hice en la
guerra lo aprendí mirando a mis maestros, que fueron desde los cabos hasta los
tenientes coroneles.
-¿Qué enseñanza le dejó la guerra?
-Me dejó una enseñanza muy grande: que los que antes fueron
enemigos ahora pueden ser hermanos. Yo tengo varios amigos ingleses, militares
que vienen a visitarme. Hay un soldado, Mark Curtis, que vino a Argentina ya
cinco veces. Una vez, vino acá, a Mercedes, a festejar mi cumpleaños. Hace
pocos días, estuve en Neuquén con Geoffrey Cardozo -el militar inglés que
enterró los cuerpos argentinos en Darwin-. Lo busqué por el aeropuerto y fuimos
a subir el volcán Copahue para rendir honor a nuestros hermanos que quedaron en
Malvinas, tanto argentinos como ingleses. Subimos juntos. Yo llevé una pechera
con el nombre de Rollheiser.
-¿Es fácil ser amigo de quien antes fue un enemigo?
-La guerra ya está. Ya fue. Ninguno de mi familia vino a
festejar el cumpleaños como vinieron estos soldados ingleses desde Estados
Unidos. Goeffrey Cardozo, en Neuquén, me decía “hermano Poltro”. Yo me reía, no
burlándome, sino para no llorar, porque tenía un nudo en la garganta de la
emoción.
Poltronieri aún sigue en contacto con sus compañeros del
Regimiento 6 de Mercedes. Además de hacer reuniones informales en sus casas,
cada 12 de abril, los excombatientes se reúnen a comer locro y a recordar el
día en que llegaron a Malvinas en el edificio de Gendarmería. “Acá, los
veteranos de guerra estamos hermanados por las circunstancias de la vida, por
haber sufrido lo mismo. La guerra me dejó hermanos del corazón”, dice.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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