Armaron portales copiados, casi clonados, hicieron pagos a Google para aparecer primeros en el ranking de búsqueda y así funcionaron como un pescador, con un mediomundo, en medio de una laguna llena de peces.
Además, usaron las
redes, hicieron copias de las cuentas originales y empezaron a brindar falsos
servicios de atención al cliente de manera on line.
Fue fácil para ellos.
Era sólo esperar y contestar las consultas con “cierto arte” desde un teléfono
celular para ir guiando a la víctima a soluciones que les crearon mayores
problemas.
No importa el
profesionalismo, el conocimiento y los niveles de alerta de la víctima. Los
estafadores van por delante y logran dar credibilidad a tal punto que
cualquiera puede caer en sus redes.
Los ataques a través
de cuentas falsas de entidades financieras en las redes sociales crecieron un
30% en los últimos tres meses, según estiman fuentes judiciales. La modalidad
es parte de otro fenómeno mucho más amplio: entre el 20 de marzo y el 4 de
agosto los reportes de estafas virtuales aumentaron un 650% con respecto al
mismo periodo del año anterior.
La proliferación de
las estafas obligó a las entidades financieras a tomar recaudos. Algunos
bloquearon los comentarios en sus perfiles. Pero la medida más drástica fue del
Banco Galicia, que este miércoles cerró temporalmente su perfil de Instagram.
“Es una decisión difícil, pero pensada para cuidar a los clientes”, explica a
Clarín Pedro Adamovic, CISO de Banco Galicia.
Respuesta rápida y un extraño pedido
Pocos minutos después
de escribir en la página de Facebook del banco, una de las víctimas recibió un
mensaje privado a través de la misma red social de una mujer que se identificó
como ejecutiva de cuenta y le solicitó un número de teléfono para contactarla.
“Me llamó y le conté
que ya había solucionado mi problema. Empezó a estirar la conversación y me
dijo que para asegurarme tenía que ir hasta un cajero, sacar un ticket y
pasarle los datos para que ella confirmara la operación. Cuando le dije que no
tenía uno cerca, me contestó que me esperaba en línea hasta que llegara”,
explicó la afectada.
Ese último dato
terminó de confirmar sus sospechas. Tras varios intentos fallidos, decidió
cortar y no volver a atender los reiterados llamados de ese número, con
característica de Córdoba.
Su reacción no es la
de todos. “Muchas víctimas no detectan el engaño y pasan el nombre de usuario
de homebanking y su clave. En otros casos las bandas no solicitan la contraseña
pero te interrogan sobre las preguntas de seguridad y así la pueden cambiar. A
veces te piden documento de frente y de perfil”, detalla Horacio Azzolin,
titular de la Unidad Fiscal Especializada en Ciberdelincuencia (Ufeci).
Una vez que obtienen
los datos, las bandas actúan rápido y con operaciones que complican seguir el
rastro del dinero. “Cuando entran a tu cuenta no sólo te sacan la plata, sino
que en muchos casos piden préstamos. Transfieren otras cuentas o compran algo
rápido a través de transferencia”, agrega Azzolin.
Su equipo se encarga
de brindar apoyo a los fiscales que reciben denuncias por estafas virtuales. No
es un trabajo sencillo: las bandas tienen la capacidad de crear miles de
perfiles en redes sociales por día.
“Al principio operaban
con cuentas robadas, de 50 mil seguidores. Copiaban la foto de perfil y los
datos de la página oficial. Eso les daba cierta credibilidad. Pero ahora vemos
que proliferaron cuentas mucho más desprolijas, e igual había gente que picaba.
También descubrimos que cuando los bancos bloquearon los comentarios, empezaron
a escribirle a todos los seguidores informándole sobre un número teléfono para
comunicarse”, señala Azzolin.




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