Brian Ojeda tiene 24 años, vive en Rosario y sufrió la
amputación de media pierna tras ser arrollado por un tren, cuando apenas tenía
9. “Cuando ya no les servía mi presencia, se borraron todos”, se lamentó en
alusión a los políticos. Hoy, necesita $7.000.000 para una nueva prótesis
Brian Ojeda tiene 24 años, vive en Rosario y es uno de los
328 ahijados presidenciales que tuvo Néstor Kirchner durante su mandato, de
acuerdo a lo que dicta la ley. Ser el séptimo hijo varón de una familia
numerosa les posibilitó a sus padres, Roxana y Abel, tramitar el “padrinazgo
oficial” y acceder a una beca de estudios de por vida.
A los 2 años, Brian fue bautizado en la Catedral de Rosario,
y en representación del presidente concurrió a la ceremonia religiosa el
entonces intendente Hermes Binner, quien prometió “hacer lo posible” para
ayudar a los Ojeda, que en ese momento se encontraban en una situación
económica muy difícil.
Fue recién el 20 de junio de 2005, que Brian conoció a su
padrino. Néstor Kirchner había visitado la ciudad para celebrar el Día de la
Bandera y su madre hizo hasta los imposible para que su hijo lo conociera y
pudiera fotografiarse junto él. Y lo logró.
Roxana era una militante peronista apasionada y convencida
de que la política podía abrir puertas que la vida les había cerrado tantas
veces. Y como tantas madres argentinas, decidió que su hijo estaría cerca del
poder no para figurar, sino para existir, para que lo vieran, para que “lo
tuvieran en cuenta”.
Y así fue como, sin invitación ni contactos, los dos
llegaron al Monumento a la Bandera, cerca de las siete de la mañana. Dieron
varias vueltas tratando de acercarse al escenario, y colacarse justo entre las
vallas y la custodia. “Mi mamá no paró hasta estar al lado de Néstor y
Cristina”, recordó Brian, con una mezcla de ternura y
gratitud.
Ese día, Néstor lo levantó en brazos. Las cámaras lo
registraron como el “nenito de la bandera”. Y su madre tuvo, por unas horas, la
sensación de que la insistencia, el cansancio y esa decisión improvisada valió
la pena.
Aquella escena se repitió dos años después, en el mismo
lugar, pero con Cristina Kirchner también sonriendo en la foto con Brian.
Rosana llevaba siempre un álbum gastado de fotos, el pasaporte simbólico que le
abría paso en los actos. “Era nuestra manera de mostrar que no éramos
desconocidos”, explicó Brian. “Mi mamá siempre decía, con orgullo, que yo era
el único ahijado rosarino presidencial”, recordó.
Lo que nadie sabía —ni siquiera ellos mismos— era que esa
foto marcaría un antes y un después en sus vidas. No por la política, sino por
el destino.
Un accidente que lo cambió todo
El 4 de septiembre de 2010, cuando Brian tenía apenas 9 años
fue arrollado por un tren cerca del puerto y tuvieron que amputarle media
pierna derecha. Ese accidente lo cambió todo, y desde entonces su lucha
continúa siendo cuesta arriba: quiere caminar sin dolor y vivir con la dignidad
que el Estado alguna vez le prometió.
Brian relató ese día con claridad: “Hasta hoy me acuerdo del
momento. Había perdido más de 3 litros de sangre. Pensé que me moría”. Estuvo
internado en el Hospital Vilela, donde los médicos hicieron de todo para
mantenerlo con vida. Lo único que no pudieron fue salvarle la pierna.
Esa tragedia les permitió recibir una importante ayuda por
parte del Ministerio de Desarrollo Social, que en aquel momento era dirigido
por Alicia Kirchner: les hicieron entrega de una casa propia.
“Nosotros vivíamos en una casa prestada que pertenecía al
hermano de mi papá. La convivencia era difícil y frecuentemente surgían
discusiones y reproches, sobre todo cuando había reuniones y se tomaba algunas
copas demás. Siempre había problemas y peleas”, contó Brian al recordar que el
regalo se hizo efectivo el 14 de mayo de 2012, “dos días antes del cumpleaños
de mi mamá”.
Una vida reconstruida a fuerza de voluntad
La recuperación fue larga, dolorosa y exigente. Brian pasó
por rehabilitación, natación y muchas terapias. Aprendió a caminar con prótesis
desde muy chico. De niño, se la cambiaban todos los años porque iba creciendo.
Después, cuando dejó de ser “un caso visible”, el acompañamiento político
empezó a diluirse.
Vivió su adolescencia entre la escuela, la militancia
heredada, y el intento de tener una vida normal con una pierna artificial. Su
madre seguía yendo a actos, a marchas, a donde hubiera una ventanita mínima
para reclamar lo que creía justo. “A veces era la única manera de que nos
escucharan”, admitió Brian, quien contó que conoció Córdoba y Buenos Aires
porque su madre lo llevaba a los actos kirchernistas.
Con el tiempo, él se alejó de la política. No por rechazo,
sino por desgaste. “Cuando ya no les servía mi presencia, se borraron todos”,
reconoció.
Cuando cumplió la mayoría de edad, salió la resolución del
juicio que su familia le había hecho al ferrocarril. La Justicia le otorgó
apenas el 30% de lo reclamado al argumentar que “los padres habían sido
negligentes” por permitir que su hijo menor de edad anduviera solo por una zona
peligrosa.
“Mi dieron $800.000 y con ese dinero pude construir mi casa
en el fondo de la propiedad familiar”, relató el joven, quien hoy está cursando
el último año del secundario y en diciembre recibirá el título. Ese que tuvo
que postergar porque tuvo que salir a hacer changas para mantener a su familia
cuando su papá falleció.
Una vez que se gradúe, Brian quiere seguir estudiando. Ya se
anotó, junto a su novia, en un terciario para cursar Seguridad e Higiene; y
está esperanzado en que se reactive su beca de estudios. “Cada trámite es una
odisea, pero hablé con la directora y me dijo que al ser ahijado presidencial
no corresponde que pague la cuotas. No sé cómo se implementará eso porque cada
trámite es una odisea”, enfatizó.
El dolor que no se ve: Brian necesita una nueva prótesis
Confiado en que se le reactivará la beca para 2026, hoy, el
obstáculo más grande de Brian no es la política, ni la economía, ni la falta de
oportunidades. Es el dolor que tiene en su pierna porque la prótesis ya no le
sirve y se le dificulta caminar.
Es que al fallecer su padre perdió PAMI, y desde entonces no
tiene ninguna obra social. “Me dijeron que la prótesis que necesito cuesta
$7.000.000 y es un número que no puedo afrontar”, se lamentó Brian, quien se
gana la vida haciendo trabajos de pintura y cortando el pelo en la barbería de
un amigo.
Sin esa prótesis nueva, su columna se ladea, su cadera se
desgasta y su espalda se inflama. Hay días en los que directamente no puede
caminar. “Hay veces que tengo que acostarme porque no puedo más. La espalda se
me hincha, me mata. La pasó mal, muy mal”, explicó. “Pero no quiero dar
lástima, necesito ayuda, me gustaría que alguien me escuche”, agregó.
A pesar de todo, Brian sigue adelante. Va a pescar al río
para desconectar, sale con sus amigos, proyecta un futuro junto a su novia y
sueña con que el estudio le depare un destino mejor.
A sus 24 años, sigue teniendo el mismo brillo en los ojos
que aquel nene del palco presidencial, pero una voz más gruesa y una historia
más pesada.
Hoy, él no pide fotos, ni actos, ni homenajes. Pide poder
caminar sin dolor. Pide lo que la ley prometió. Pide dignidad. Porque detrás de
aquella foto de 2005 hay una vida entera. Una vida real. Una vida que todavía
está esperando ser atendida.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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