Sin ser enólogo ni venir del mundo vitivinícola, años atrás
Eduardo Tuite se lanzó a una aventura que pocos imaginaban posible: hacer vino
a solo 65 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en Cardales. El proyecto
Bodega Gamboa no solo se consolidó, sino que atrajo visitantes y socios
entusiastas que buscaban una experiencia distinta. Pero, lejos de conformarse,
Tuite decidió dar un paso más y abrir un nuevo capítulo: llevar la
vitivinicultura a la costa atlántica argentina.
Fue así que, inspirado por experiencias como las de
Chapadmalal y otros viñedos del mundo como Nueva Zelanda, Galicia, Chile,
Uruguay y Grecia, el emprendedor eligió un campo en el partido bonaerense de
General Madariaga, muy cerca de Pinamar, para desarrollar vinos oceánicos, una
tendencia internacional aún inexplorada en la Argentina. Entonces, además de
tener vinos continentales, de montaña, estaba bueno que en la Argentina se
comience a hablar y a desarrollar esta nueva tendencia desde la Bahía
Samborombón hasta Punta Alta.
“La idea surgió después de probar vinos en la zona de
Chapadmalal. Me pareció una gran alternativa buscar un terroir similar, pero en
una zona distinta. Además, estar cerca de destinos turísticos como Pinamar,
Cariló o Mar de las Pampas le da un potencial enorme al proyecto”, explicó
Tuite a LA NACION.
La búsqueda comenzó en 2022. Tras meses de análisis de suelo
y evaluaciones climáticas, el equipo encontró un campo de 36 hectáreas, a solo
500 metros de la ruta 74, con bajos, lagunas, quebradas y ondulaciones, apto
para la vitivinicultura. “Era el sitio perfecto”, pensaron al unísono. “El
lugar combinaba condiciones ideales para la plantación y, al mismo tiempo, tenía
esa ruralidad que buscábamos para el desarrollo del enoturismo”, contó.
Junto a un grupo de ingenieros agrónomos y enólogos se
avanzó con la plantación inicial de seis hectáreas con variedades como Pinot
Noir, Sauvignon Blanc, Riesling, Malbec y Marselan. También están en la
búsqueda de Alvariño, una cepa blanca típica de climas oceánicos.
La primera cosecha está prevista para febrero de 2026,
aunque habrá que esperar tres o cuatro cosechas para saber cuáles son las
variedades de uvas que mejor andan en la zona. Saben que los vinos blancos van
a funcionar bien porque son zonas frescas, donde entra el viento fuerte del
Atlántico que arrasa y soluciona los problemas que la humedad puede ocasionarle
a la planta.
Marcelo Chocarro, director de Relaciones Institucionales de
la bodega, explicó que el vino oceánico se da con alcohol moderado, de un
12,5%, con un cuerpo medio. “Nuestro objetivo es lograr vinos frescos, de baja
graduación alcohólica y buena acidez, características típicas de las zonas
oceánicas. Son vinos más livianos, no tan corpóreos como los mendocinos, porque
hay menos sol y más nubosidad. El promedio de lluvias es de 1200 milímetros
anuales”, dijo.
Uno de los desafíos fue la salitrosidad del agua en el
campo. Para resolverlo construyeron un reservorio y adquirieron un sistema de
ósmosis inversa que permite desalinizar el agua antes de utilizarla para riego.
“Era fundamental garantizar la calidad del agua para cuidar las plantas y
proyectar a futuro”, dijo Chocarro.
Este desarrollo que ya cuenta con una bodega con capacidad
para 60.000 litros, no se limita solo a la producción de vinos. Tuite concibió
el proyecto como una propuesta integral. Al igual que en Cardales, donde los
socios pueden tener su propio viñedo y hacer su vino personalizado, en General
Madariaga también se ofrece la posibilidad de comprar parcelas. Además, el plan
prevé un restaurante, una sala de socios, cabañas entre pasarelas y un hotel
rural.
“El turismo enológico no para de crecer en el mundo, incluso
cuando el consumo de vino está en baja. Hay un nuevo perfil de consumidor
global que busca vinos con menos alcohol, más frescos, fáciles de tomar, pero
ricos. Nosotros apuntamos a eso”, señaló Tuite.
En un país históricamente marcado por los vinos de montaña,
pegados a la cordillera, esta apuesta rompe el molde. “La Argentina tiene una
costa inmensa y, si hubiera más eficiencia en la gestión del territorio,
podríamos explotar muchísimos kilómetros con potencial vitivinícola, desde la
Bahía Samborombón hasta Punta Alta. Hay un clima favorable, vientos atlánticos
constantes, humedad controlada, sin tanta amplitud térmica y con condiciones
que permiten un nuevo perfil de vino argentino. Ya hay un pequeño viñedo en
Macedo pero es la primera bodega en el partido que tiene impacto productivo
regional”, indicó Chocarro.
Aunque recién comienza, este emprendimiento ya se perfila
como una “piedra fundacional” para una nueva categoría en el mapa de
vitivinicultura nacional: los vinos oceánicos. Y no es un dato menor que en la
provincia de Buenos Aires, donde hasta hace pocos años no existía esta
actividad, hoy florecen inversiones privadas de familias que apuestan al suelo
bonaerense con visión de largo plazo, “entre vacas y cultivos de trigo”.
“Estamos explorando un nuevo concepto, tanto en lo
productivo como en lo comercial y turístico. Es un desafío enorme, pero también
una oportunidad de innovar y ofrecer algo diferente desde la costa argentina”,
concluyó Tuite.




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