Durante su edición web de este jueves 27 de febrero
publicaron una extensa nota en donde ponderan su cercanía con los centros
vacacionales, su tranquilidad y su gente.
La nota de Cristian Sirouyan:
La brisa del mar empuja las arenas tibias de Villa Gesell
hacia la inmensidad de los campos simétricamente alineados sobre la franja
costera del sur bonaerense, al otro lado de la doble vía de la ruta 11.
Allí donde una senda de tierra y ripio toma la posta de la
calle pavimentada que lleva al aeropuerto y el Cementerio Municipal, la
atmósfera del campo pasa a dominar el paisaje y una pátina polvorienta de
brillo claro desprendida de los médanos queda fijada sobre los caminos y las
tierras fértiles.
Al final de una curva larga, bajo ese aire turbio que flota
entre los árboles surge la silueta del campanario de la capilla El Buen Pastor,
un delicado toque moderno añadido al destino de sitio histórico que parece
caber de punta a punta al paraje Macedo.
Las referencias que saltan a la vista refrendan esa
sensación dominante: los restos de una oficina de telégrafo, corrales de
animales, galpones y depósitos recubiertos con techos de chapa remiten a 1912,
el año de apertura de la estación de tren, pensada para sacar la producción
agrícola y ganadera local a través del ramal del Ferrocarril del Sud que
conectaba General Guido con Juancho y Vivoratá.
Con la clausura del servicio ferroviario en 1978 se diluyó
esa etapa fructífera y la debacle también arrastró el esplendor del almacén de
ramos generales La Victoria, declarado en 2018 “Patrimonio histórico y
cultural” del partido de General Madariaga.
Las marcas del pasado salen a la luz detrás de cada
tranquera, hasta que el forastero hace un alto en la entrada de “El kiwal”, el
audaz proyecto de cultivo y comercialización de kiwis que emprendió en 2013 el
empresario italiano Federico Olivieri.
El rendimiento de las plantas frutales -cosechadas en 60
hectáreas y acopiadas en galpones de almacenamiento- resultó mejor de lo
esperado y este visionario veronés decidió ir por más.
En un sector de estos terrenos que primero frecuentaba el
cacique pampa Nicasio Macedo y más tarde administraron el sacerdote inglés
Thomas Faute y el hacendado Francisco Sáenz Valiente, Olivieri plantó viñas de
las cepas tintas pinot noir, marcelan, petit vernot y tannat, una suerte de
extensión de los parrales de Verona y Bérgamo de su familia.
Hoy, los vinos de la bodega Antiguo Legado son macerados en
toneles de roble que se abren paso en el antiguo galpón de empaque y frío de
kiwi.
A esta altura, la actividad vitivinícola de Macedo
-sostenida por un proyecto “sin riesgo”, gracias a la más que suficiente marca
de 80 mm de lluvia al mes registrados en la zona- revive la experiencia del
manzanar creado aquí en 1964, cuando 25 mil plantas fueron destinadas a la
producción de 3 mil toneladas de manzanas para la fábrica de sidra La Victoria.
Después -como un anuncio de las exitosas apuestas por el
kiwi y la uva- llegaría el tiempo de esplendor del durazno y la ciruela con
auténtico sabor de Macedo.
“Tenemos doce variedades de uva y se viene la primera
producción de tannat”, anticipa Olivieri durante una visita guiada al viñedo.
Su relato es recortado por el sonido de un cañón a gas puesto a espantar a los
pájaros que sobrevuelan los racimos.
El recorrido sigue dentro de la bodega y cierra con el
esperado momento de la degustación de pinot noir y rosé acompañada por una
picada de quesos y fiambres.
Los resabios de antiguas máquinas agrícolas y la vía del
tren semioculta bajo el pastizal vuelven a conducir con celeridad hacia el
pasado de Macedo, un tiempo lejano que sigue latente en el almacén de ramos
generales El Ombú de Bati, el infaltable boliche de tragos que -en este caso-
surgió como comisaría y también fue la carnicería del pueblo.
“Acá entra un cliente y se va un amigo. Llegan desde los
viñedos o los campos de maíz, soja y girasol, algunos en moto, otros en auto o
en camioneta y muchos a caballo. Para todos hay lugar”, asegura, acodado en el
mostrador, Juan Carlos “El Bati” Battistessa, un dolorense anclado en Macedo.
Desde hace nueve años, El Bati suele premiar a los
animadores de las partidas de truco y pool con sus mejores cartas: el suculento
pollo al disco con arroz, la picada, el asado y, por sobre todo, la disposición
para la charla amena y la amistad sin rodeos, como un ritual sagrado, imposible
de soslayar antes de volver a partir.
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