La historia de Antonio Ferreira habla de resiliencia. El
oriundo de la provincia de Buenos Aires se las rebuscó toda la vida para
sobrevivir. Trabajó en la calle, vendió patys en los recitales, gaseosas en el
tren y en verano iba a ganarse el pan a la costa argentina. La calle lo
apadrinó y en ella encontró un oficio que hoy está casi desaparecido: afilar
cuchillos.
Se dedicó durante 17 años a afilar cuchillos para alimentar
a sus hijos. Desde su Merlo natal viajó por todas las líneas de tren para
trabajar del oficio que siempre amó. Iba casa por casa con el típico silbato de
los afiladores, preguntándole a la gente si podía arreglarle alguna
herramienta. “Cuchillas, tijeras, palas, machetes, afilo lo que sea”
Pero todo cambió en el año 2017. Un trágico accidente le
arruinó la vida y lo dejó sin trabajar. Una tarde de diciembre intentó cruzar
la barrera con su moto y un auto que venía a contramano lo chocó. Voló por los
aires y quedó internado. “En marzo de 2018 me amputaron la pierna y me fui a mi
casa con el fémur fracturado en dos partes porque no tenía para comprarme el
clavo”, detalló.
Recién en julio del año 2018 pudieron ponerle el clavo para
que se le suelde el hueso y ahí pudo volver a trabajar. Más de siete meses sin
poder moverse. Paralelamente, su esposa fue despedida y con el humilde fondo de
desempleo que cobraba intentaban mantener a los seis hijos. Los meses que
siguieron fueron duros.
“Cuando salí del hospital vendí la moto y el auto. Agosto y
septiembre estuve en cama y en octubre salí a trabajar a la calle. Me ayudaban
mi suegro y mi señora, y me iba con las muletas y la herida sin cicatrizar.
Necesitaba trabajar porque mi señora no cobraba más el fondo de desempleo y no
teníamos para comer”
Entre tortillas y empanadas, encontró una salida
Con un disco, un fuelle y una garrafa, Antonio y su esposa
se pusieron un puesto de tortillas y empanadas en su casa. Así lograron
sostenerse durante más de un año. Hasta que otra tragedia atravesó su vida: se
le incendió su casa y perdió todo lo que tenía.
Así lo vivió Antonio: “Con lo poco que nos quedó nos fuimos
a vivir a la casa de mi mamá”. Allí se fue a vivir con tres de sus seis hijos
(los más grandes son de su primer matrimonio) y su esposa a punto de parir.
Luego de unos meses pudo cobrar la pensión, que le permitió sacar un crédito
para arreglar el departamento.
Mientras tanto, su suegro -mendocino- viajaba a Buenos Aires
cada dos meses para ayudarlos. Hasta que en mayo de este año le propuso irse a
vivir a la ciudad de Alvear, en Mendoza, a probar suerte. La incertidumbre se
apoderó de Antonio: “¿Quién me va a dar trabajo a mí? Me preguntaba”.
Los inconvenientes a la hora de viajar no se hicieron
esperar. “Hay lugares que no te dejan hacer trabajo en la calle. Yo quería
traerme el puesto de empanadas, pero la gente me dijo que era medio jodido
vender comida en la calle”, contó.
La situación más difícil fue con su hija de tres años, la
más chica de su primer matrimonio. “Venía con problemas con mi exesposa y ella
no me dejaba tener a la nena. Eso me costó mucho. Hablé con mi hija y le hice
entender que no la iba a abandonar, sino que iba a probar suerte, y que en la
primera que pueda me la iba a traer para acá. Ella lo aceptó”, explicó Antonio.
Sin prisa, pero sin pausa, se la jugó y viajó con toda su
familia.
Mendoza, tierra de oportunidades
En Mendoza todo parece tener otro color. La casa que tenía
en Merlo tenía un baño, una habitación, y una cocina, y ahora en Alvear su casa
nueva cuenta con habitaciones para todos los chicos. Sin embargo, la mudanza no
fue de lo mejor: el portaequipaje se rompió unos días antes de viajar y
salieron prácticamente con lo puesto.
“Nos queríamos traer un par de cosas en el auto, pero no
pudimos. Nos vinimos con cinco bolsas. Llegamos acá y una prima de mi suegro
nos prestó una cama, una silla y una mesa. Duermo con mi bebé y mi señora que
está embarazada, duerme con el otro bebé”, contó.
Al poco tiempo, Ferreira y su familia comenzaron a quedarse
sin dinero y Antonio tuvo que volver a encontrar la manera de conseguir dinero
para salir. Un árbol le ofreció una gran oportunidad.
“El limonero que hay en el patio de mi casa fue salvador.
Con lo que tenía compré un paquete de bolsas, saqué los limones del árbol, los
lavé y salí a vender. Con lo que gané me compré un cajón de mandarinas, que
también vendí. Después compré un cajón de bananas y otro de naranjas. Y así fui
ganando un poco de plata”, explicó.
Así fue que pudo comprarse la bicicleta afiladora. “La
bicicleta la uso como mi pierna. Siempre estoy arriba de la bicicleta. Golpeo
en las casas. La gente de Alvear me para y me llama constantemente”, señaló.
Con un poco de dinero, con cosas que le fue prestando la
gente del barrio y hace tres semanas que está afilando. La verdulería casera
pasó a otro plano y se retomará cuando nazca el séptimo hijo de Antonio.
El nacido en Merlo contó cómo es su rutina actualmente:
“Desayunamos todos juntos y a las 10.00 salgo casa por casa ofreciendo afilar
cuchillas, tijeras, pala, machete, y demás. Algunos pueden y otros no. Les
cobro 400 por cada trabajo y sino tres herramientas por mil pesos. Algunos me
dan tres o cuatro”.
“Esto me levantó la autoestima 100%. Volví a estar en la
calle, a hacer lo que me gusta y volver a bicicletear. Estoy contento, hago un
montón de cosas. Hay cosas que no puedo, pero no me voy a quedar acostado. Yo
no quiero limosna, quiero trabajar. Yo no estoy pidiendo, estoy trabajando”,
explicó.
Su último sueño por cumplir es poder conseguir la prótesis.
La solidaridad de la gente volvió a darle una mano: “Me regalaron una prótesis
que tiene una rodilla mecánica y la quiero reformar. Van a hablar con la
municipalidad y van a juntar los materiales para poder reformarla y que pueda
caminar con la prótesis”.




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