Esta noche CNM informó sobre la detención del condenado a 11
años por abusos sexuales reiterados y agravados contra su hija y otras 4
menores hasta 2017. Sergio “Chicho” Pérez deberá pasar sus días tras las rejas
luego de que, en segunda instancia, se confirmara el fallo en su contra.
El hombre sumaba relatos y denuncias en su contra. Todas las
víctimas, incluida su hija, tenían entre 5 y 8 años y coincidieron al contar
que las aislaba, las hacía jugar, las tocaba y –en contados casos- llegó a
obligar a su hija a que le haga sexo oral.
El juego de la luciérnaga
Una práctica recurrente, cuando debía “cuidar” a los
pequeños, era encerrarlos en una habitación oscura totalmente, y empezar con
las manos y su voz a guiarlos a encontrar “el bichito de luz”. Con esa excusa podía
llegar a ordenar que se desvistan, usen sus manos y toquen sus partes.
CNM también accedió al relato de unos hermanos que fueron a
declarar a fiscalía pero que sus testimonios no fueron tenidos en cuenta dado
que, en aquel entonces, la ley contemplaba que los delitos de abusos
prescribían. Hoy todos son mayores de edad, tienen entre 20 y 30 años, y hace
poco más de 7 se animaron a recordar lo que sufrieron de chicos en mano de
Pérez.
El relato en primera persona
Vivíamos en Madariaga con nuestros papás y abuela materna
desde que ellos decidieron mudarse allí, en 1992. Allá teníamos una panadería
(La Moderna II) y al fondo la casita. En un principio vivíamos en la panadería
misma hasta que nos mudamos a la casa de a la vuelta, la cual a su vez estaba
conectada con la panadería. Crecimos y nos criamos en esas dos casas y en la
panadería, donde pasábamos la mayor parte del tiempo.
Al principio "Chicho" hacía algunas changas, pero
poco a poco se fue ganando la confianza de mis papás y empezó a trabajar en la
panadería. De la misma forma comenzó a pasar cada vez más tiempo con nosotros.
Estos espacios eran buscados y generados por él para poder estar a solas con
cada uno por separado. Es por ello que, siendo varios hermanos, ninguno estaba
en conocimiento de lo que le pasaba al otro. Nos aisló para poder hacer lo que
él quisiera.
Seguramente fue por esa razón que, hasta hace muy poquito,
siendo adultos, estábamos en total desconocimiento entre nosotros: nadie sabía
lo que había sufrido el otro.
Estamos viviendo en La Plata desde el año 2010 y fue recién
a fines del año pasado (septiembre de 2018) que pudimos poner en palabras lo
que esta persona nos hizo.
Estos hechos formaban parte de una especie de
"recuerdos" que no sabíamos si eran fantasía o realidad. Luego de una
charla en familia, en la que pudimos contar las experiencias propias, ya no nos
quedaron dudas: "Chicho" Pérez abusó sexualmente de nosotros en
nuestra infancia.
Al tener edades diferentes entre nosotros esta persona tenía
distintas formas de proceder. A mi hermana y a mí nos hizo creer que se trataba
de un juego, y de hecho tenía todas las características de uno: día, hora,
lugar, reglas, complicidad.
Nosotras teníamos entre cuatro y siete años. El juego era
por "turnos" y consistía en permanecer acostadas sobre una mesada
boca arriba mientras él nos tocaba. Mientras una "jugaba”, la otra miraba.
Recuerdo una frase que nos decía para tenernos controladas:
"Quédate quieta, como una estatua". Yo miraba para
otro lado.
Fueron pasando los años, fuimos creciendo, y nuestra cabeza
fue eliminando estos recuerdos por completo.
Pero al parecer esa frase quedó grabada en algún lugar de mi
mente porque, al recordarla a mis 14 años, automáticamente recordé lo que habíamos
sufrido muchos años atrás en esos "juegos" perversos. Esta persona
desagradable, aprovechaba también los momentos en los que íbamos a hacer pis y
nos acompañaba, pese a que teníamos edad para ir solos. No quería que mi
hermana vaya al baño, sino que la hacía ir al monte o detrás de algún árbol
para poder "ayudarla". Esta "ayuda” consistía en tocar sus
partes íntimas presionándolas contra sus genitales mientras la sacudía para
"limpiarla".
En esa época mi hermano tenía alrededor de nueve o diez
años, lo cual hacía que su estrategia ante él sea más directa. Aprovechaba
momentos a solas y lo tocaba, pidiendo a su vez, que mi hermano lo tocara a él.
Una vez que salieron a la luz todos los testimonios y hablamos con nuestros
padres (quienes nos entendieron y apoyaron desde ese día), rápidamente
decidimos denunciar. Estos son algunos de los relatos, mío y de mis hermanos,
que figuran en la denuncia que hicimos ese septiembre del año pasado en la
comisaría de Madariaga. Sin embargo, pese a lo doloroso que fue viajar a
nuestro pueblo con ese objetivo y tener que prestar testimonio y remover
nuevamente esas imágenes horribles, la denuncia no siguió su curso: la dieron
por prescripta.
Para la ley estos delitos tienen tiempo de vigencia y el
momento "apto" para que la denuncia pueda seguir su curso fue hace
varios años. En este sentido, la justicia no tiene en cuenta los tiempos con
los que trabaja nuestra mente: este proceso abarca desde una gran penumbra ante
el "mal recuerdo" o la creencia de que todo fue un sueño, hasta
comprender que eso es parte de la realidad para finalmente entenderlo como un
delito, el cual es, ni más ni menos, un abuso sexual.
Lamentablemente esta política de silenciamiento que lleva
adelante la justicia es reproducida por nuestros vínculos más cercanos,
reflejándose en el rechazo a hablar del tema por incomodidad o miedo. Lo que incomoda
realmente es el silencio, es esta lógica del en cubrimiento que no hace más que
favorecer a los responsables y culpables del delito. Por esto insistimos en que
hay que hablar sobre estos temas ya que lamentablemente no estamos ajenos a
ellos, darle el nombre que merece, para luego luchar por el castigo que
corresponde.




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