Por Javier Firpo para Clarín
En la casa de la familia Mares reina la paz y la
tranquilidad. Podría resultar extraño al tratarse de una familia que hace menos
de diez días perdió a su hijo, pero Eduardo y Mariana transmiten serenidad,
entereza y por supuesto que hay un dolor inconmensurable. Sin embargo ellos
mismos lo dejan en claro ante Clarín: "Acá no vas a encontrar padres
llorando, ni desesperación, ni dramatismo. Olvidate".
En Benavídez, en una amplia vivienda, Eduardo Mares y
Mariana Presta reciben a este cronista en un bucólico jardín, con una mesa en la que hay gaseosas, café y brownies. A lo
lejos, atada a un árbol Maia no para de ladrar, Luna, otra más pequeña está hiperactiva
y también asoma Nilo, un gatito negro. Hay un amigo de la familia que ya estaba
formando parte de la merienda en un clima que, se insiste, nada tiene que ver
con el de una familia que fue, metafóricamente, arrollada por un tsunami.
El domingo 24 de enero, Matías Mares (24), un apasionado de
los deportes de aventuras y de las motos en particular, tuvo un accidente en
los médanos de Cariló, donde se encontraba de vacaciones, al chocar contra un
vehículo UTV. El miércoles 27, como consecuencia de las serias lesiones, en el
Hospital Comunitario de Pinamar confirmaron la muerte cerebral del joven, ante
lo cual sus padres decidieron donar sus órganos.
"Yo entré a verlo a Matías todas las veces que pude y
su cara, su expresión estaba en paz. Le hablaba, le ponía música, hice sesiones
de reiki, lo induje a la hipnosis y percibí que me escuchaba, porque la
frecuencia en el monitor del que estaba conectado subía, cobraba fuerzas. Y le
hablaba, le pedía que esté tranquilo, que no se presione, que su alma decidiera
qué hacer y que no esté preocupado por su papá, que no lo iba a retar",
revela Mariana, mamá de Matías, que desde hace años viene trabajando
espiritualmente, realizando formaciones en bioenergética, memoria celular y
biodecodificación.
Eduardo, a su lado, asiente, aunque él reconoce que le
cuesta más bucear por esos universos más abstractos "porque yo soy más
básico, más rústico si se quiere, pero escucho a mi mujer y debo reconocer que
me hace bien a mí también para encontrar la paz que tenemos. Y es cierto lo que
dijo Mariana, porque yo lo hubiera retado a Mati, él me conoce -dice en
presente-, sabe que soy muy exigente, pero le hubiera dicho '¿¡cómo no te diste
cuenta que venía el otro vehículo, cómo pudo pasarte!?'. Siempre fui severo
porque cuidaba a mis hijos, les insistía en tomar todos los recaudos, en tener
todo el equipo de protección colocado, el seguro al día". Mariana escucha
e ironíza: "Por eso Mati no volvió, por temor al reto".
Mariana habla de paz, de luz, de "un plan divino"
y de una conexión fuerte con su hijo mientras luchaba por su vida. Eduardo no
se animaba a entrar a verlo, "no tenía los huevos suficientes, perdón por
el exabrupto". Pero su mujer le contaba hasta donde él quería y le
reproducía lo que ella le decía a Matías. "Hijo, es tu decisión, no te
vamos a rogar para que te quedes a cualquier precio. 'El ¡por favor, no te
mueras!'. no, para nada, si se iba a morir, que se vaya tranquilo, como
finalmente se fue... Yo tuve la serenidad para que mi Mati no sintiera el peso
de tener que salir de su situación como fuera... Que sea lo que tenga que ser y
así fue".
Eduardo Mares, técnico electromecánico, y Mariana Presta,
odontóloga, hace más de treinta años que están juntos. Después de un largo
noviazgo se casaron en la Polinesia. A simple vista se advierte una pareja
sólida como un roble, e indestructible, capaz de amortiguar "este
bombazo". La pasión por los fierros Matías la mamó de su papá, pero con el
aval de su mamá, por eso no hay reproches ni pases de factura en este matrimonio
que se define como "padres locos, fuera de lo convencional, que aman
profundamente a sus hijos". Nicolás, de 16 años, aún muy golpeado por la
pérdida de su hermano, no se encuentra en la casa.
Ella es más mística, él más religioso. Ambos cuidaron a su hijo
"hasta que se convirtió en un hombre, al que hay que dejarlo volar,
nuestro hijo voló con todas las enseñanzas que le brindamos y murió en su
ley", aseveran. "Por eso digo que somos padres locos -retoma
Eduardo-, porque entendimos la locura, la pasión que Mati tenía por las motos.
Él a los tres años tuvo su primer cuatriciclo, imaginate si no sabía
manejarlos. Conocía todos los riesgos, los riesgos de los médanos, que son como
las olas para los surfers, hay que respetarlos, y yo le enseñé los trucos y le
hice saber cuáles son las trampas que tienen los médanos".
En la casa de los Mares, Matías está omnipresente. En cada
ambiente de la casa hay fotos en distintos momentos de su vida, casi siempre
arriba de un vehículo o luciendo atuendos afines. "Nunca tuvo un rasguño,
¿podés creer?", repite Eduardo, focalizando la mirada en las diferentes
imágenes. Mientras, Mariana acompaña a este cronista y al fotógrafo al cuarto
de Matías, que tenía su casa pero durante la pandemia iba y venía. "Acá
está la valija con su ropa y todas las cosas que trajimos de la costa, casi no
la tocamos".
En la habitación hay trofeos, una pelota, una guitarra,
cascos, gorras y una foto espectacular sobre la cabecera de la cama en la que
se lo ve a Matías en un cuatriciclo ejecutando un salto impresionante. Cada
rincón del cuarto es una pequeña historia, una anécdota que Mariana y Eduardo
relatan con una sonrisa, una sonrisa de orgullo por su hijo, "que desde el
cielo les está dando la oportunidad de vivir a otras personas, y eso es una
satisfacción, un alivio en medio del dolor inmenso", remarcan.
Cuando el 27 de enero Soledad, una psicóloga del Cucaiba (el
Incucai en la provincia de Buenos Aires) les dijo a Mariana y a Eduardo que
Matías había entrado en muerte cerebral, necesitaron estar a solas para pensar
qué hacer, qué pasos seguir. Se fueron al departamento de Valeria del Mar que
ocupaba Matías, reflexionaron, consultaron con sus más allegados y concluyeron
que donarían los órganos de su hijo: corazón, riñones, hígado y córneas. "No
era una decisión nada sencilla, imaginate, desconectar a tu hijo, cuyo corazón
está latiendo era terrible", dice Mariana buscando un vaso con agua.
Soledad, mencionada psicóloga, ofició de interlocutora. Ella
les explicó cómo sería la intervención, firmaron el consentimiento de
desconexión y de donación de órganos, y el jueves 28 comenzó el procedimiento
de ablación. Pocas horas después, el viernes 29, ya en ruta rumbo a Buenos
Aires, irrumpió una sensación gratificante impensada e imposible de suponer dentro
del cuadro de situación: el corazón de Matías ya estaba latiendo en otra
persona.
Les llegó un mensaje exultante de la psicóloga.
"¡Hicieron match, hicieron match! El corazón de tu hijo es ciento por
ciento compatible para una chica de 26 años, de Florencio Varela". Mariana
y Eduardo recibieron la noticia con una sonrisa de par en par. "Fue un
espaldarazo y una inyección de fuerza que nos ayudó a llegar aquí a casa",
expresa Eduardo. "Usó la palabra 'match', que muchas veces se utiliza para
saber si hay empatía en las relaciones. El corazón de Mati tenía que estar en
el de una chica", sonríe Mariana con picardía.
Esa fue la primera caricia de otras tantas que iban a ir
apareciendo. "Sabíamos a través de la psicóloga del Incucai que habían
estudiado muy cuidadosamente la lista de necesitados de órganos a nivel
nacional y nos impresionó la premura, diligencia y profesionalismo con la que
se movieron para preservar los órganos. Nos sorprendió porque no conocíamos
cómo era el despliegue". Y empezaron a pedir permiso en sus redes sociales
pedidos de amistad y mensajes que, al menos de a ratos, les devolvían el alma
al cuerpo.
El sábado, hace apenas una semana, en esta misma mesa en el
jardín de los Mares, mientras Mariana preparaba un mate, Eduardo recibió unas
líneas vía Facebook de una persona desconocida, llamada Naty A, que se dispone
a leer. "Quisiera hacerles saber que hoy a mi marido le trasplantaron el
riñón de su hijo, órgano que esperó diez años. Mi marido, mi hijo y yo estamos
muy agradecidos. Que Dios los bendiga para toda la vida". Ese mensaje lo
recibió un par de horas antes de darle sepultura a Matías en el cementerio de
San Fernando, lo que resultó otra fuente de energía para encarar tamaña tarea.
El martes 2 de febrero, hablando con su hermano, Mariana se
enteró de que el hijo de un conocido de la familia Mares recibió el otro riñón
de Matías. "Era muy loco todo, el muchacho enfermo se llama Lucas V, es el
hijo de Omar, que trabajó conmigo durante muchos años. Sabía que Omar había
fallecido y que su hijo estaba muy delicado pero no sabía qué tenía. Cuando nos
enteramos de que el riñón de Mati fue para él, allí hicimos la asociación y nos
dio mucha alegría, porque sabemos que Lucas es de buena madera. Miramos al
cielo, y le agradecimos a Matías, le dijimos lo orgulloso que estábamos de
él".
Un día después -miércoles- se vuelve a mover la estantería
familiar por otra bocanada de aire con fragancia a Matías. Mariana recibió un
pedido de amistad en Facebook y luego un mensaje que lo decía todo.
"Gracias a la decisión de ustedes, mi papá hoy está vivo. Él necesitaba un
hígado para seguir viviendo y fue el de su hijo, que llegó justo a tiempo para
salvarlo. Ojalá en el mundo existan más personas como ustedes. No hay palabras
para describir el agradecimiento y la emoción", leen y carraspean Mariana
y Eduardo el mensaje de Iru R.
Piel de gallina, explosión de angustia para Mariana que
luego, más aliviada, se tomó el tiempo para responderle a Iru: "Es la vida
más allá de la vida, no de la muerte", escribió. "¡Qué alegría que
Mati siga dando vida! Espero que tu papá se recupere pronto, el de Mati es un
hígado muy sano". Excepto las córneas, que están en un banco de órganos a
la espera, "nuestro hijo ilumina a cuatro personas de las cuales tres se
encontraban en estado terminal".
El 15 de enero, Matías partió hacia la costa desde esta
misma casa y como siempre no faltaron las palabras de sus padres, por separado.
"Yo lo agarré antes de salir y le repetí varias veces: 'Mati, sabelo,
arriba de la moto, vos sos la carrocería", le repiqueteó Mariana.
"Ese mismo día me acompañó a una escribanía y sólo le dije: 'Hijo, esta
vez más que nunca, te pido que te cuides con la moto, porque por todo lo que
está pasando con la pandemia, no podés caer en un hospital. Se lo dije sabiendo
que él era prudente, te repito, nunca ni siquiera un esguince", rememora
Eduardo. "Y él me respondió: 'Viejo, quedate tranquilo, así será'. Y no me
cabe duda de que así fue".
Miran al piso, no encuentran explicación, pero sus manos se
buscan, se encuentran y se aprietan fuerte, inflan el pecho, alzan la vista.
"La pasión no tiene fronteras, no se puede medir, esto puede pasar, el
accidente está dentro de las posibilidades, claro, y nosotros siempre lo
tuvimos en cuenta, supimos que algo podría ocurrir, por eso Mati tenía todas
las medidas de seguridad posibles, pero es imposible imaginar la muerte de tu
hijo, uno espera un golpe, una fractura de pierna, de brazo, no esto",
estima el papá.
Además Matías era un joven deportista "que tomaba
recaudos pero sin miedo, no se atemorizaba y gracias a su autoestima bien alta,
cualquier deporte que emprendía lo hacía bien. Días antes de salir de
vacaciones se puso esquíes de agua y el guacho lo hizo sin problemas. Era
guardavidas, había hecho el curso de RCP, era una persona preparada",
completa la mamá.
Las vueltas de la vida, desde los cuatro años Matías fue al
Sworn College, el mismo al que, tiempo después, fue Justina Lo Cane, la
adolescente que padecía una cardiopatía, que falleció en 2017 en la Fundación
Favaloro esperando la donación de un corazón y que su muerte impulsó la Ley
Justina, que establece que todos los mayores de 18 años son donantes de
órganos, a menos que dejen constancia expresa de lo contrario.
"Ese colegio transmite solidez en los valores y
principios y en su escudo dice 'stand sure', algo así como 'estar seguro, bien
parado ante la vida', que es lo que intenta pregonar la institución con quienes
estudian allí. Y si bien nunca lo hablamos, no tenemos dudas de que la donación
de órganos era lo que hubiera querido Matías". Pasaron más de tres horas,
la noche está agradable y Eduardo y Mariana continuarían hablando de Mati hasta
la madrugada. Inquebrantables aseguran "estar enteros y en paz, porque
nuestro hijo nos transmite paz".
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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