El jueves pasado, Elisabet Arzamendia -una mujer que nació en la Argentina, creció en Paraguay y volvió a nuestro país- sufrió uno de los episodios más dolorosos de su vida. Tras una triste historia de abandono de parte de su madre y su abuela, fue criada por su bisabuela en Yuty, una ciudad paraguaya ubicada en el departamento de Caazapá. Allí estudió, trabajó, se desarrolló y aprendió a hablar a la perfección la lengua guaraní.
En su pueblo conoció a su marido, quien nació en Paraguay y desde los 16 años vive en la Argentina. Tienen dos hijos, Enzo, de 15 años, y Hernán, de 4, que viven con ellos en su casa de Manzanares, partido de Pilar. Dueña de un bajo perfil, solo compartió las pruebas que aportará ante el INADI para probar sus dichos, pero no quiso que se publiquen fotos de ella o de su familia.
El matrimonio es tan unido que trabajan juntos como albañiles y van con sus hijos a todos lados, incluso a la obra.
“Hernán es nuestro hijo más chico y prácticamente nació dentro de la obra. Tiene su hamaca paraguaya y los dos vienen con nosotros adonde sea. Estamos siempre los cuatro juntos y somos muy unidos”.
Contó Elisabet.
“Enzo es nuestro hijo mayor, tiene un retraso madurativo leve y va a una escuela laboral. Este es un barrio chico, así que todos nos conocemos. Por eso, todos saben bien que mi hijo es impecable: nunca sale solo de la casa. Apenas, hace media cuadra para ir a comprar pan”.
El 29 de octubre pasado y, como casi todas las semanas desde hace 11 años, Elisabet hizo una compra en la forrajería “Flor de Lis”, también ubicada en Manzanares. Tanto ella como su marido, conocen muy bien a la dueña del local, Estela Bertana, a su ex esposo y a su hijo, ya que son clientes desde hace más de una década. “Siempre trabajaron ellos tres solos y nunca tuvieron empleados”, asegura.
En esta ocasión, Elisabet decidió hacer el pedido de manera telefónica: un kilo de maíz partido. Del otro lado de la línea, Estela Bertana reconoció su voz y la saludó amablemente. Le dijo que se lo enviaba a su casa en un rato y que ese producto había subido de precio: “Ahora cuesta 700 pesos”, le avisó. Listo. La compra estaba en camino.
“Le compro a la dueña de la forrajería desde que mi hijo Enzo tenía 4 años y ahora tiene 15. A veces, vamos mi marido y yo a buscar el pedido, y otras, su ex marido o su hijo me lo traen a mi casa. La semana pasada había ido a comprar personalmente, pero el jueves me olvidé de ir a buscar maíz partido, que es lo que siempre llevo. Así que la llamé por teléfono, nos saludamos porque me reconoció la voz y le pedí que me mandara una bolsa a mi casa. Me dijo que me lo traía su hijo y que había subido a 700 pesos. A la hora vino, me dejó el pedido, me dio la factura -que guardé en mi bolsillo- y le dije que dejara la bolsa en la puerta, porque le iba a pedir a mi hijo que la entrara”.
Rememoró.
Al día siguiente, Elisabet fue a buscar el maíz y se encontró con la sorpresa más cruel y desagradable de su vida. Dentro de la bolsa había un papel blanco. Recordó que ya había guardado la factura de compra, así que le llamó la atención. Se trataba de una hoja de presupuesto, escrita a mano, en la que se referenciaba su domicilio con una frase repudiable:
“Paraguaya que anda en auto con el hijo re pelotudito”.
“Cuando vi lo que estaba escrito pensé que estaba leyendo mal: no lo podía creer, ¿se imagina cómo me sentí? Se me ocurrió tomarle una foto al papel y se lo mandé a una amiga, que tampoco lo podía creer. Me decía: “¡Es indignante que se metan de esa manera con una criatura!” Ella es la dueña de una biblioteca donde Enzo iba a estudiar y lo conoce muy bien desde chico”.
Contó Elisabet.
“Hablé con otra amiga, que también se indignó muchísimo, y me dijo que no fuera a la forrajería, quería ir ella a pedir explicaciones. Yo había publicado la foto en Facebook, así que me llamó mucha gente que nos conoce, desde la maestra de Enzo, hasta mis vecinos, mis familiares, muchos amigos, conocidos, la dueña de la obra en la que trabajo como albañil junto a mi marido...
Cuando mi amiga fue a ver a la dueña del local, ella no se lo negó: se puso colorada y le dijo que iba a investigar. “Capaz que fue el empleado o mi hijo”, le dijo. ¡Pero nunca tuvo un empleado fijo que trabajara ahí! Solo un chico joven que cobra su jornal, que carga y descarga camiones, pero que no toma pedidos. Mi amiga le dijo a la dueña que viniera a verme a mi casa, porque yo estaba muy mal. Le dijo que en ese momento no tenía tiempo, pero que iba a pasar al otro día. No vino y recién pasó el domingo al mediodía”.
Afirmó.
-¿Qué explicación le dio la dueña del local?
-Me dijo que no lo podía creer, que estaba indignada porque eso lo había escrito su empleado y que seguramente lo había hecho por los roces que tenía con su hijo. Pero yo no conozco a ese empleado que ella dice y, por ende, él tampoco me conoce a mí. Entonces, ¿cómo va a saber que mi hijo tiene un retraso madurativo, algo que sabe muy poca gente del barrio? Enzo empezó el jardín a los 4 años y esta mujer ya tenía su local.
Solo se mudó de lugar, pero siempre pasamos por ahí y, además, siempre le compramos. El viernes a la noche hubo un escrache y ella me escribió para decirme que iba a venir a hablar conmigo, porque estaba muy indignada. Incluso, su hijo me mandó un mensaje por Facebook, diciéndome que ya habían echado al empleado. El domingo ella me dijo que quería que el empleado viniera a pedirme disculpas a mi casa, pero que esa persona no había ido a trabajar. Entonces, si el hijo ya lo había echado, ¿cómo el empleado iba a ir a trabajar?
¿No hubiera sido una mejor manera que hubiera venido a pedirme disculpas por semejante aberración? Ella dice que el empleado se llama Diego Guzmán, mientras que el hijo dice que se llama Daniel. Es todo muy contradictorio.
-¿Qué sucedió con el hombre que se presentó en su casa junto a la dueña del local, diciendo que era el señor Guzmán?
-Como la situación tomó estado público, esta mujer se apareció en la puerta de mi casa con un hombre joven, con casco a rayas y una moto azul. Estela estaba muy nerviosa y él me dijo: “Señora, le vengo a pedir disculpas porque fui yo. Lo hice porque el hijo es un forro, pero ella no tiene nada que ver. Así que écheme la culpa a mí”. Le pregunté si tenía alguna manera de comprobar que lo que decía era cierto, y si era Diego o Daniel Guzmán... Me dijo que andaba sin documentos, porque ya se estaba yendo. Entonces, no tenía manera de saber si me estaba pidiendo disculpas en nombre de otra persona, pero seguía insistiendo: “Soy yo”. De repente, la mujer me dice a los gritos:
“¿Qué más querés ahora? ¡Te estoy trayendo al culpable!”.
Le propuse que fuéramos los tres a la comisaría, para que el hombre mostrara el documento y así se terminaba todo. Cuando empezamos a caminar, el señor se escapó corriendo. Ya en la comisaría, le dije a la mujer que había traído a una persona que no nos conocía y que nosotros tampoco conocemos. Incluso, le mostró mi casa... Me largué a llorar desconsoladamente. Lo trajo para poder zafar, para que ese hombre pidiera disculpas de parte de alguien que no existe. De hecho, mi vecino que siempre vivió en el barrio, me dijo que jamás lo había visto antes. Me siento mal porque ella me sigue tomando el pelo y no es capaz de decirme:
“Tuve un mal día. Lo siento, pero ya lo hice”.
-¿Pudo cotejar la letra con alguna factura o documento anterior?
-Sí. Hoy me mandaron otra factura con letra imprenta mezclada con manuscrita y la letra “p”, con la que se escribió la palabra “paraguaya”, es igual.
El pedido salió de ese local, esa persona me tomó el pedido... Creo que el hijo no debió haberme entregado ese papel. Ella tiene algo en mi contra o es así en la vida. Nos afectó muchísimo. En ese local solo trabajan esta mujer, el ex marido y el hijo. Yo nunca vi a ningún empleado. Encima, ella me dijo que lo había tomado en abril y que no tenía su celular; después me dio un teléfono donde me atendió una señora de Lomas de Zamora; y luego me dio otro número en el que nadie responde.
En la comisaría dijo que a ese empleado lo tomó solo “para una changuita”, pero a mí me dijo que lo tomó en abril. Además, como le hizo ver un oficial de policía, ¿cómo va a tener a un empleado que ni siquiera sabe su teléfono, o dónde vive?
-¿Qué explicación le encuentra a lo que le sucedió?
-Soy argentina, me crió mi bisabuela en Paraguay y hablo muy bien el guaraní. A lo mejor, por eso creyó que era paraguaya. Mi marido sí es paraguayo y vive en la Argentina desde los 16 años. Mi hijo Enzo también nació en Paraguay y, a los 5 meses, nos vinimos los tres para acá. Ella vio cómo a nosotros nos empezó a ir bien con mucho esfuerzo.
Al principio, a mi hijo lo llevaba caminando al jardín; después, en bicicleta; luego en moto, ahora ando en auto... ¡Pero todo es a base de mucho sacrificio, como tener una casa linda para mis hijos! Todo eso repercute en algunas personas, pero no es la manera, porque uno se la pasa luchando para poder tener esas cosas. Cada uno lleva a su país con mucho orgullo, pero que se la agarren con un nene indefenso...
Mi hijo no tiene la culpa de haber venido a un mundo así, pero yo lo voy a defender con uñas y dientes. Por eso, ayer presenté la denuncia ante el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). Por más que tengan una discapacidad, los chicos tienen sentimientos y mi hijo se está dando cuenta de que algo pasa, porque me ve llorar y me sigue por todos lados. Es una situación muy difícil, ¿cómo se le explica a una criatura?
-¿Alguna vez se sintió discriminada?
-Sí. Me pasó hace poco, pero no algo así. Trabajo como albañil con mi marido y hago todo a la par: lo mismo que él hace, lo hago yo. Cuando digo que ese es mi trabajo, algunas personas me miran con cara de “¡Qué va a saber ésta!”. De hecho, el mismo día que pasó lo del pedido de la bolsa de maíz, había ido a comprar unas herramientas. Cuando se las pedí al empleado me miró riéndose, como diciendo “¿Sabés lo que estás comprando?” ¡Y claro que lo sé, porque es mi rubro y me dedico a esto!
-¿Qué les diría a aquellos padres que pasaron por una situación similar a la suya?
-Los adultos tienen que aprender que no se pueden meter con una persona que tiene una discapacidad... Los tenemos que proteger, no discriminar. Las criaturas discapacitadas tienen sentimientos y sus padres sufren mucho por estas cosas. Pero no tienen que tener miedo de denunciar este tipo de situaciones.
¡No tienen que callarse! Yo podría haberme evitado todo este dolor de cabeza y haber tirado ese papel a la basura... pero sé que no habría sido lo correcto.
Se corroboró que, efectivamente, la denuncia fue formulada ante ese organismo, contactando a Demian Zayat, director de Asistencia a la Víctima del INADI.
“Recibimos la denuncia y comenzaremos a tramitarla. En primer lugar, nos contactaremos con el comercio, para conocer su versión e intentar un acercamiento entre las partes. En el caso de que se confirmen los dichos de la denunciante, el comercio no podría desligarse de su responsabilidad diciendo que ese acto fue cometido por un empleado, ya que éste actúa en su representación”.
Explicó el funcionario.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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