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Vanesa Vera, una madariaguense en Italia


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Se fue a vivir al viejo continente hace 13 años y no sabía siquiera decir "ciao" o "prego", dos clásicos de del italiano.

La crisis y la posibilidad de llegar a una tierra de oportunidades la incentivó a emprender este giro total en su vida.

Llegó, tuvo a su hija Giuliana y debió aprender desde cero el italiano, día a día, poco a poco.

Mirar novelas y programas de televisión con una vecina de la cual se hizo amiga la ayudó a poder enfrentar las calles y emprender cursos que le permitieron entablar relaciones sociales.

El perder el miedo a la calle es el arma principal cuando uno está alejado de su familia, de sus amigos y de los lugares que frecuenta.

En el 2003 la tecnología no era la misma, y si bien existía el MSN, los celulares y la conexión a internet, la economía para quién llega a un país nuevo no permitía tener estos servicios tan al alcance de la mano.

Tarjetas telefónicas y difíciles comunicaciones a una línea telefónica de un campo llevaban a que la comunicación con su mamá sea muy esporádica.

Hoy Vanesa Vera tiene 2 hijas, Giuliana y Gaia, a ellas se suma su marido, Luca, y el gato de la familia, por quién pide una apartado especial para incluirlo en la nota.

Se desenvuelve perfectamente entre los “tanos” y hasta cuando usa el castellano ya ha perdido el tono.

Allá, en Florencia (Firenze) casi no lava platos ni barre el piso, porque tiene máquinas que lo hacen por ella. Y se mueve por calles de empedrado en donde las motos estacionas de a decenas en cada una de las esquinas.

Sobre las cosas que extraña de Madariaga nos subraya el nivel de conexión con la gente, el salir y cruzarte siempre con alguien que conocés.

“Es liberatorio encontrar una persona y charlar. Que esa persona te conozca implica que no tenés que presentarte, explicar, contar por qué estas ahí. Te hace sentir a casa. Es raro pero desde que vivo lejos (muy lejos) algunos rituales se hacen necesarios, como para crear tu lugar en el mundo. Por ejemplo, empezás a ir siempre al mismo mercado -aunque si es el más caro de la zona y hay 5 en 5 cuadras- sólo porque la mujer que te atiende es simpática y ya te conoce. O adquirís rituales que no son tuyos como en mi caso, el desayuno o el caffè antes de ir al trabajo en el bar (obviamente siempre en el mismo bar) para acumular conocidos".

Desde que vive en Italia, Vanesa regresó sólo 2 veces y ante cada comunicación pregunta si todo sigue igual, si hubo cambios, progresos, crecimiento.

Trabaja de traductora e intérprete, y además colabora con una fundación y prueba escribir en un blog sus experiencias en nuevas recetas de cocina y experiencias en viajes cortos.

“Lo que más me costó entender la cultura italiana. El hecho de que cada región sea un mundo aparte. Que cuando invitás alguien a comer espera por lo menos tres platos (antipasto, primo e secondo). Que los italianos hablen gritando no es un cliché, como la pasión por la pasta”.

Sobre la realidad de Argentina sostiene que le cuesta entender muchas cosas porque en los portales web’s “aparecen caras nuevas” y reconoce que hacerlo periódicamente la lleva a imaginarse nuevamente en nuestro país por lo que, cuando eso pasa, evita seguir leyendo y, se sincera, sería “muy difícil de realizar”.

En este sentido, afirma que si eso ocurriera extrañaría la seguridad de salir a la calle y caminar sin que algo le suceda. “Sé que he tenido suerte de vivir en una ciudad relativamente tranquila como Florencia, aunque sí también acá pasan cosas”, sostiene Vanesa.

Otra cosa sería “El pediatra gratis y disponible todos los días de la semana”, además del caffé espresso y “E tutto il resto”… (N.D.R: todo el resto).

Antes de terminar la charla, recuerda cosas de su primer viaje intercontinental y como anécdota nos confiesa que la última comida que comió, y que fue hecha en Madariaga, fue en Madrid, en el aeropuerto de Barajas y fueron unos buñuelos que le había hecho su mamá.


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GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo