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Cristina Kirchner: ¿Cómo pasa sus días de prisión domiciliaria en Constitución?


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Cristina Kirchner transita sus días en prisión domiciliaria en un departamento del barrio porteño de Constitución, aunque ella prefiere decir que vive en Monserrat. Allí, en un edificio lleno de pegatinas con su rostro y cartas de apoyo de sus seguidores, la expresidenta combina el cumplimiento de su condena con una renovada actividad política que la mantiene en el centro de la escena.


Tras la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos y la condena a seis años de prisión por corrupción, Cristina dejó el Instituto Patria y la sede del PJ para dirigir sus movimientos desde su casa. Convertida en el nuevo núcleo del peronismo, su vivienda pasó de ser un lugar privado a una oficina informal, vigilada por la Justicia y repleta de visitas políticas.


Desde ese mismo departamento salió el pasado 11 de junio como candidata a legisladora bonaerense y volvió como condenada. Ahora debe notificar cada ingreso y egreso, y hasta informar sobre la profesora de yoga que la acompaña o los asistentes que ayudan con su rutina. Las limitaciones no le impidieron intentar inyectar energía a un peronismo golpeado, ni organizar estrategias para las elecciones clave en la provincia de Buenos Aires.


Cristina recibió en su casa a dirigentes de confianza como Máximo Kirchner, Mayra Mendoza, Mariel Fernández y Anabel Fernández Sagasti, entre muchos otros. Incluso Guillermo Moreno, con quien mantenía diferencias, pasó a visitarla y compartieron empanadas. También se acercaron figuras como Pablo Moyano, Ricardo Quintela y el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, quien le obsequió un frasco de miel artesanal.


El día de la condena, aseguran sus allegados, fue de dolor y encierro, pero también de reafirmación de su rol político. “No voy a mostrarme vencida”, fue su mensaje interno. Desde entonces, retomó el contacto con intendentes, legisladores y referentes del PJ, les preguntó sobre la gestión de Javier Milei, y analizó con ellos la coyuntura económica y política. Con Axel Kicillof, en cambio, no mantuvo diálogo.


En esos días posteriores a la sentencia se multiplicaron los intercambios con sus secretarios y voceros. Desde la sede de calle Matheu al departamento y viceversa, circularon mensajes, papeles y decisiones. También hubo reuniones paralelas en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, ubicada a nueve cuadras, donde se montaron mesas de trabajo.





Pese al cansancio, aseguran quienes la visitaron, Cristina se mostró fortalecida. Tomó mate cocido, su infusión de siempre, y comió chocolates –su debilidad, dicen, especialmente los de Rapanui–. Lloró, según reveló Lula Da Silva, aunque en fotos se mostró sonriente. También se apoyó en su círculo íntimo y su familia, que funcionaron como refugio emocional.


En medio del aislamiento judicial, Cristina volvió a recuperar el protagonismo, con llamados permanentes, gestos calculados y una estrategia clara: no dejar que la condena la corra del tablero político. Desde el encierro, planea. Desde el balcón, escucha. Desde el living que ahora también es oficina, sigue marcando el pulso de la oposición.


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