Priscila Rodríguez dobla los billetes y los guarda con cuidado en una pequeña abertura de una conservadora de plástico. Lo hace con paciencia, uno a uno, mientras el viento del Atlántico lleva la arena de las playas de Mar de Ajó hacia la costanera, lo cual se vuelve un factor incómodo porque los granos pegan en la cara, lastiman.
“Pero si te ponés a un costado, ves, acá, donde estamos
nosotros, en el reparo, es más cómodo”, dice Jésica Tolosa, la madre de
Priscila, mientras el sol del mediodía -enero de 2025- escupe fuego. En las
noticias dicen que la sensación térmica está por superar los 34 grados centígrados.
El piso es lava.
Priscila tiene 17 años y su historia se hizo conocida en las
últimas semanas: es campeona nacional de taekwondo y una de las grandes
promesas del deporte, pero más allá de todo -sus títulos, sus medallas, los
cinturones- cada tarde va a la playa a vender ensaladas de fruta para poder
viajar a competir a los distintos torneos.
En una reunión con sus padres, a fines del año pasado, se le
ocurrió aprovechar la temporada de verano para conseguir los recursos
económicos para 2025. La noticia, ahora, es que lo logró: en semanas alcanzó la
cifra mínima (tres millones de pesos) para poder competir en los torneos
locales y, además, viajar a Brasil, otro de sus objetivos a corto plazo.
“La gente viene, me abraza, se saca fotos conmigo, se emociona”
“Recuerdo que lo hablamos con mis papás -detalla Priscila-
porque sabíamos que este año iba a estar complicado por el tema económico.
Pensamos qué era lo mejor y nos decidimos por las ensaladas porque la gente
busca algo fresco y no es tan complicado de hacer. Entonces empecé a venderlas
justo en la entrada a la playa, donde está el cartel de La Costa, sobre
Libertador y Costanera, en pleno centro de Mar de Ajó. Y funcionó”.
A diferencia de muchas jóvenes de su edad que en este
momento están en la playa, de vacaciones, toman sol, ella se sienta en un
pequeño banco con su conservadora roja para vender y juntar plata. “Estoy muy
contenta porque ya alcancé lo que necesitaba para este año, pero en 2026 hay
una gira por Europa y sueño con poder ir. Sería increíble. Así que sigo con la
venta. Cada peso que gane puede marcar mi futuro”.
Su madre la mira con lágrimas en los ojos, orgullosa,
mientras Priscila dice lo que dice. Jésica la lleva todos los días desde Nueva
Atlantis, donde viven, en una zona descampada, hasta la costanera. Son días
intensos más allá de que es época de vacaciones.
“La gente viene, me abraza, se saca fotos conmigo. Se
emocionan”. Ella cuenta lo que cuenta como al pasar, como si no terminara de
tomar magnitud de lo que hace y que en poco tiempo se convirtió en un ejemplo
para muchos otros deportistas que pasan por la misma situación: que no saben
cómo hacer para competir porque no cuentan con los recursos, pero que tienen un
fuego que les quema el pecho.
Cómo es un día en la vida de Priscila Rodríguez
Priscila va todas las mañanas al gimnasio, luego a comprar
frutas, vuelve a su casa, prepara las ensaladas con la ayuda de su mamá y sus
hermanitos más chicos, Tobías y Leandro, de ocho y seis años. Su padre, Matías
Rodríguez, y el mayor, Rodrigo, trabajan de camioneros y vuelven tarde, ya por
la noche.
Pasado el mediodía va a la playa con 24 vasos de plástico
llenos de ensalada, acomoda su cartel escrito con fibra de colores (”en
beneficio de deportista de alto rendimiento”) y se sienta, espera, contesta un
mensaje por teléfono, se seca la transpiración de la frente por el calor, se
imagina en un Juego Olímpico.
La venta se convirtió en un desafío más sencillo desde que
su historia salió a la luz, pero no deja de ser un trabajo duro. De alguna
manera se hizo conocida y muchos eligen ir a comprarle a ella no solo porque el
producto que vende es muy bueno, sino porque saben lo que hay detrás. Su día, a
esa altura, recién empieza.
Después de vender todo regresa a su casa. En época escolar
iría a cursar, pero ahora descansa unos minutos, ayuda a su mamá, a veces -a
veces- duerme un poco, y de ahí se van a Santa Teresita, a 25 kilómetros sobre
la costa, para los entrenamientos de taekwondo. Pasadas las diez de la noche
termina. Cena, escucha canciones de María Becerra, duerme, a la mañana
siguiente empieza de nuevo.
“Todos los días sueño con ir a un Juego Olímpico”
“Lo hago porque amo a este deporte y quiero llegar lejos.
Todos los días sueño con ir a un Juego Olímpico. No puedo imaginar algo mejor.
Y en mi caso esto es lo que hago para tratar de conseguirlo”.
Priscila habla como una persona de experiencia, como si
tuviera más años de los que dice su DNI, pero no deja de ser una joven con todo
por delante. El taekwondo, deporte que practica desde los cuatro años, le dio
una visión a largo plazo y un carácter híbrido, tierno pero firme. “Sé que para
llegar lejos tengo que competir y para competir necesito plata, así que esto es
lo que me toca”, admite.
“Esto es lo que me toca”, repite, como para darle énfasis a
lo que dice. Esa frase explica todo: su vida, sus ilusiones y sobre todo las
ganas. Sus ojos lanzan rayos y centellas cuando habla sobre su futuro. Sus
padres no pueden darle toda la plata que necesita para competir, y ella
entonces decide resolver.
Campeona nacional (tres medallas de oro, dos de plata) y
provincial (seis de oro, una de plata, dos de bronce), Priscila no se olvida de
dónde viene. Por eso lo primero que pregunta es si puede llevar a la nota a sus
maestros, quienes le marcaron el camino en el deporte.
“Mi primer maestro fue y es Walter Marino y el de
competición es Gabriel Krause. Ellos son fundamentales para que yo pueda
mejorar”. Se trata de una muestra de respeto, un gesto que ninguno de ellos
pidió pero que ella considera esencial para devolver algo de lo que le
transmitieron. Priscila sonríe cuando los escucha hablar.
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