En las últimas horas se apagó la vida de Alverio Coronel, alias Crítica, por el característico grito de los vendedores de diarios que promocionaban las tapas mañaneras cuando salían por la ciudad a promocionarlas y a entregar a domicilio.
Tenía 84 y había sido reconocido en 2019 por su loable tarea
a nivel local.
Al rememorar su historia, recordó que el barrio Belgrano se
llamaba “Las Tunas” cuando su papá decidió instalarse en ese lugar. Eran las
primeras casas y llegaron siendo una familia de 3 hermanos y terminaron siendo
13. Su padre trabajaba como nutriero en el campo y era habitual que se
ausentase por varios días.
La primera oportunidad en esta actividad que aún ocupa sus
días le llegó cuando tenía 7 años y un primo, que había cumplido 18 y debía
irse a hacer “la colimba”, le expresó su deseo al pequeño Alverio para que
continuase con el reparto de las ediciones matutinas. Así fue que lo llevó a la
casa del distribuidor y lo presentó como su “sucesor”.
Sólo llegaban dos publicaciones: La Nación y La Prensa por
lo que las ganancias eran mínimas. Sólo había tres suscriptores: Melón Gil,
Farmacia Ricci y Cerfoglio y directamente el pueblo terminaba en Alberti y
Avellaneda.
Por eso, cada mañana, esos tres clientes eran los que
recibían primero la edición papel y luego comenzaba el derrotero de recorrer
las calles para captar ocasionales clientes. Los bares o almacenes de ramos
generales eran los puntos en donde se concentraba la gente y por eso se
transformaron en paradas obligadas.
Con el paso de los meses llegó “La Crítica”. El tono
sensacionalista de la tapa fue lo que inspiró a este joven a comenzar a
“vocear” con más ahínco. “Con eso levanté mucho la venta”, reconoce al día de
hoy.
La muerte de Catalino Domínguez en la zona de Rauch en manos
de policías de Madariaga fue un hito histórico. Ocurrió en 1948 en el campo “La
Espadaña” y el tiroteo comenzó porque el delincuente, de gran renombre para la
época, salió a balazos para no entregarse. Lo buscaban por el robo de un recado
de una chacra de la familia Jaureguiberry.
Cuando la noticia llegó a la tapa de Crítica, Alverio se
paró en la esquina de Casa Gómez y vendió 50 diarios en menos de una mañana.
Después se sumaron otras publicaciones como la Revista Para
Ti, Mundo Deportivo y la revista de chistes Gallo Rojo. Más tarde llegaría El
Gráfico.
En esa época la ganancia servía para pasar por la panadería
Vieytes y llevar algo de galleta a casa y también productos sueltos en lo de
Abineme. Como el joven canillita era conocido muchos optaban por donarle
alimentos o dárselos a pagar.
La distribución en la costa
Alberio decidió ir a Pinamar a recorrer la playa. La
distribución allí la tenía Böhm por lo que, al principio, eran ingresos a la
costa sin pedir permiso hasta que la policía lo detectó y el comisario le
recomendó hablar con el distribuidor quien rápidamente le facilitó sus
ejemplares para la venta playera.
El viaje a Pinamar lo hacía en un auto que llevaba a caddies
a la zona del Golf Club. “Me caminaba toda la playa, hasta Ostende y volvía”,
asegura.
Pero la diferencia económica llegaría cuando lo llevaron a
Villa Gesell. Allí comenzó su despegue. “Tenía una bicicleta de reparto y todo
era monte y arena. Era imposible recorrer la playa en ella por lo que debía
llevarla a tiro”, explica.
Siempre ligado a la ciudad, se casó cuando compró su terreno
y tenía su casa casi terminaba. Era pequeña, en la zona de la Feria, pero
sirvió para que su suegra lo autorice a contraer enlace con “Mimí” con quién
construyó su familia.

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