“Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida”, dijo
Marcelo Gallardo en la conferencia de prensa en la que confirmó que no
continuará como entrenador de River Plate tras ocho años y medio de exitosa
gestión. Llevaba cuatro partidos sin brindar su habitual conferencia de prensa,
etapa en la que seguramente se habrá sumergido en la introspección. Si bien
había señales positivas, que en el club inyectaban optimismo de cara a una
próxima temporada con el Muñeco en el banco (como la planificación de la
pretemporada), las mismas se desvanecieron cuando le informó a la cúpula de la
institución la determinación.
“Más allá de la tristeza, tengo una paz interna muy sentida
que me hace estar bien conmigo mismo porque el camino recorrido, el largo
camino recorrido en estos años, solamente me hace sentir muchísimo orgullo”,
añadió el orientador, de 46 años, en la rueda de prensa, acompañado por Enzo
Francescoli, Jorge Brito y Matías Patanian, con quienes el diálogo siempre fue
en buenos términos.
¿Qué lo llevó a discontinuar el lazo contractual (porque el
sentimental será eterno), con un plantel elegido por él y una pretemporada
larga por delante, apta para trabajar y darle su impronta al equipo, algo que
el calendario ajustado de 2022 por el Mundial no le había permitido?
Se trató de una decisión totalmente personal, con tres
motivos principales detrás. El más importante: el desgaste por haber dirigido
por ocho años y medio a River siempre en el más alto nivel, siempre compitiendo
por lo general hasta el final, con esa exigencia que él pregonaba. Eso le quitó
tiempo con su familia, horas de descanso, hasta le provocó cierto estrés, que
los buenos resultados y el hecho de desarrollar la tarea a gusto y en su lugar
en el mundo fueron maquillando.
Los años, el compromiso extremo, también generaron un
desgaste lógico hasta en la relación con algunos miembros con el plantel. No
hubo enfrentamiento con los jugadores (el abrazo con Enzo Pérez al consumarse
el triunfo contra San Lorenzo es el ejemplo cabal), pero sí es normal una
erosión después de tanto tiempo, de un lado y del otro, aun en un lazo de
respeto y cariño.
Otra razón, vinculada a la anterior: en su cuerpo técnico
había al menos dos integrantes que creían que el ciclo estaba cumplido. Un poco
por el citado desgaste, otro tanto porque entendían que ya habían hecho todo lo
que podían hacer. “Con Boca, por caso, ya habíamos logrado todo lo que podíamos
lograr, cinco mano a mano consecutivos, la final de Madrid”, citó una fuente. Y
Gallardo siempre dijo que necesitaba gente a su alrededor que estuviera “100%
alineada”, que cuando él entendiera que no todos estaban en la misma sintonía
para seguir, iba a decidir no continuar. Pues bien, ocurrió.
Ante su desgaste, y el de algunos de los que lo acompañan,
comprendió que era el momento de pulsar la tecla de stop y a River le queda
margen para buscar un nuevo entrenador y que ese entrenador tenga tiempo para
hacer una buena pretemporada y que pueda delinear el plantel.
El último ítem es más general: el cansancio con la
desorganización del fútbol argentino. El director técnico se expresó en más de
una oportunidad sobre las desprolijidades de los calendarios (también por los
arbitrajes), y esas quejas no tuvieron eco. Incluso, la incertidumbre reina
pensando en 2023, al punto que no existe a esta altura formato de torneo
acordado en la Liga, por ejemplo (si hasta se barajó la posibilidad de dar de
baja los descensos de la actual temporada, en el epílogo de su disputa). Este
panorama, en el umbral de la finalización del vínculo, lo llevaron a entender
que era el momento de decir basta.
¿Y ahora? Seguramente se tomará una pausa, tal vez hasta
junio de 2023, a la espera de un desafío europeo de fuste. Con los 14 trofeos
que sumó en el Millonario en su currículum. Y el legado que va más allá del
metal, intangible, pero gigante como la era que construyó en Núñez.




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