El relato en primera persona
El viernes a la noche me robaron en La Boca y a partir de
ese momento cada hora que pasó me resultó inútil. Sin Whatsapp, sin documentos,
sin dinero, sin auto, sin tarjetas y sin Gmail entré en una especie un limbo
entre la tierra y “la nube”. Inmediatamente pasé a ser un “muerto civil”. Y ya
no pude hacer nada.
La maraña de claves que exigen de otra clave para hacer
funcionar las app
s, las páginas y los home bankings, hacen que si en algún
momento te confundís una letra o apenas una mayúscula, el sistema te bloquea en
forma definitiva y el mundo digital (que hasta ahora era tu mejor aliado) pase
a ser tu peor enemigo.
Y acá estoy. Con trescientos pesos en el bolsillo buscando
un teléfono público para llamar a mi hermano y solicitarle un préstamo. Como
los locutorios tampoco existen más, solo me queda pedirle el teléfono prestado
a una vecina o suplicarle a alguien más un celu. Una tarea con pocas
perspectivas de éxito: nunca marqué el número de mi hermano. Obviamente que ni
lo sé.
Pero esos son problemas míos. Les cuento del robo. Salía de
Banchero con Sol, mi pareja, que en realidad no es “mía”, pero, bueno, salía de
Banchero con ella que es una ser humana. Disculpen las imprecisiones pero tengo
que avanzar en el relato. Estoy con tantos problemas que lo último que necesito
es que me denuncie Elizabeth Gomez Alcorta, la ministra de Mujeres, Género y
Diversidad.
En Banchero pedimos una chica de provolone pero esta vez
mitad y mitad con roquefort. Me arrepentí después de esta elección ya que el
roquefort estaba demasiado derretido con respecto al provolone. Aunque quiero
aclarar que no fue culpa de la pizzería. Soy consciente que esos dos quesos no
comparten el mismo punto de cocción -hecho que vale la pena aclarar-, para que
tampoco se ofenda el pizzero.
Lo cierto es que estaba bastante arrepentido de lo que
pedimos, pero lamenté mucho más el no haber cruzado de vereda cuando vi venir a
esos tres muchachos en una actitud sospechosa. Podía haber escapado en ese
instante, pero tampoco quería comerme una denuncia de Victoria Donda por discriminación,
así que pensé, “sigamos Sol; y que sea lo que Dios quiera”.
Y quizás fue Su voluntad, mirá lo que te digo. Son tan
sinuosos los caminos del Señor que quizás estuvo ahí presente su mano para
concretar (como suelen razonar Juan Grabois o la ex ministra Sabina Frederic),
un heterodoxo mecanismo de “distribución de la riqueza” del cual Sol y yo
fuimos meros instrumentos. El del medio sacó un revólver y me la puso en la
frente.
Me arrancó la billetera que suelo llevarla atada a una
cadena para no perderla. En medio de ese forcejeo un tanto confuso, veo que los
otros dos habían tirado al suelo a Sol y la arrastraban por la vereda. Cuando
el que tenía el arma se da vuelta y encara para poner orden, yo -que hasta ese
momento había demorado el asunto-, le grito “tomá” y extiendo sobre su mano mi
celular.
Con coordinación telepática los tres pibes salieron
corriendo como olímpicos especialistas en los 100 metros llanos. Admirable.
Tanto que cuando estaba en la comisaría esperando mi turno, pensé que si esos
tres jóvenes se hubieran dedicado al atletismo de seguro tendrían el futuro
asegurado. Lo digo de onda. Prefiero no abundar más en el tema a riesgo de que
Wos o Cabandié por decir uno, me echen en cara que promuevo la “meritocracia de
derecha”.
Sol lloraba. Siempre lleva el celular en el bolsillo y esta vez
lo tenía en la cartera que le arrancaron. Pasó por al lado un señor de buzo
blanco que llevaba un changuito y dijo como para sí mismo “deberían haber
gritado”. En la comisaría me escuché declarar que nos habían robado tres
pibitos y pensé “que boludo”. Por último, el domingo a la mañana un amigo con
quien trabajo en la radio me dijo “y para qué vas a esos lugares”.
Te quedás con muchas dudas. Pensás que las cosas podrían
haber sido de una manera o de la otra muy distinta con tan solo haber cambiado
un detalle. Te alegrás de no haber recibido un balazo. Todo junto. Los momentos
límites son escasos en la vida ya que la existencia diaria navega la mayoría
del tiempo en la intrascendencia. Entonces, cuando sentimos que estamos en un
momento definitorio no sabemos qué pensar. Es por eso que en los velorios nunca
nadie dice nada interesante.
Pasaron muchas cosas en el medio y el sábado a la noche ya
estaba sin plata. Pensé en hacer una “extracción sin tarjeta” un nuevo
beneficio que en mi banco publicita Ivan de Pineda. Podés pedir plata por la
web. Es fácil, solo necesitas de un código y retirás el dinero así nomás de
cualquier cajero. Es genial, pensé. Voy a hacer eso, gracias Iván. Pero cuando
abro la página me asusté más que la noche anterior. Todas mis cuentas estaban
en cero.
Entonces no eran unos pibitos cualquiera los que nos habían robado.
¡Altos hackers habían resultado! En ese momento cobró nueva significación lo
que me gritó el tipo del revólver mientras me apuntaba. “Dame los documentos,
las tarjetas. Dame los documentos o te quemo” bramaba. Me sentí otra vez
regalado. Esta vez vía web. Eran las 12:30 de la noche y me esperaba otra noche
sin dormir.
A la una de la mañana me subí al auto y me fui a La Boca.
Ahora la denuncia iba a ser contra el banco. Para vaciar mis cuentas los
ladrones, pensé, tuvieron que realizar varias maniobras que hasta hoy me
imaginaba imposibles. Tenían que desbloquear mi celular de 6 dígitos, hackear
mi usuario del home banking y también mi clave. Generar una clave (o token)
virtual a partir de una segunda app y recién ahí hacer la transferencia.
La noche anterior no había dormido y ahora tenía que
tramitar una nueva denuncia que finalmente me tomó dos horas. Dormí tres horas
y me fui a trabajar a la radio. Cuando empezó el programa saludé a la audiencia
con un “buen sábado para todos”. Era domingo. Mis compañeros se rieron con
resignación. No les conté mucho. Tampoco quería que piensen que estoy contra
los bancos.




Redes