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Asaltaron a Daniel Malnatti en la Boca y le pusieron un revólver en la cabeza

 

El relato en primera persona


El viernes a la noche me robaron en La Boca y a partir de ese momento cada hora que pasó me resultó inútil. Sin Whatsapp, sin documentos, sin dinero, sin auto, sin tarjetas y sin Gmail entré en una especie un limbo entre la tierra y “la nube”. Inmediatamente pasé a ser un “muerto civil”. Y ya no pude hacer nada.

 

La maraña de claves que exigen de otra clave para hacer funcionar las app
s, las páginas y los home bankings, hacen que si en algún momento te confundís una letra o apenas una mayúscula, el sistema te bloquea en forma definitiva y el mundo digital (que hasta ahora era tu mejor aliado) pase a ser tu peor enemigo.

 

Y acá estoy. Con trescientos pesos en el bolsillo buscando un teléfono público para llamar a mi hermano y solicitarle un préstamo. Como los locutorios tampoco existen más, solo me queda pedirle el teléfono prestado a una vecina o suplicarle a alguien más un celu. Una tarea con pocas perspectivas de éxito: nunca marqué el número de mi hermano. Obviamente que ni lo sé.

 

Pero esos son problemas míos. Les cuento del robo. Salía de Banchero con Sol, mi pareja, que en realidad no es “mía”, pero, bueno, salía de Banchero con ella que es una ser humana. Disculpen las imprecisiones pero tengo que avanzar en el relato. Estoy con tantos problemas que lo último que necesito es que me denuncie Elizabeth Gomez Alcorta, la ministra de Mujeres, Género y Diversidad.

 

En Banchero pedimos una chica de provolone pero esta vez mitad y mitad con roquefort. Me arrepentí después de esta elección ya que el roquefort estaba demasiado derretido con respecto al provolone. Aunque quiero aclarar que no fue culpa de la pizzería. Soy consciente que esos dos quesos no comparten el mismo punto de cocción -hecho que vale la pena aclarar-, para que tampoco se ofenda el pizzero.

 

Lo cierto es que estaba bastante arrepentido de lo que pedimos, pero lamenté mucho más el no haber cruzado de vereda cuando vi venir a esos tres muchachos en una actitud sospechosa. Podía haber escapado en ese instante, pero tampoco quería comerme una denuncia de Victoria Donda por discriminación, así que pensé, “sigamos Sol; y que sea lo que Dios quiera”.

 

Y quizás fue Su voluntad, mirá lo que te digo. Son tan sinuosos los caminos del Señor que quizás estuvo ahí presente su mano para concretar (como suelen razonar Juan Grabois o la ex ministra Sabina Frederic), un heterodoxo mecanismo de “distribución de la riqueza” del cual Sol y yo fuimos meros instrumentos. El del medio sacó un revólver y me la puso en la frente.

 

Me arrancó la billetera que suelo llevarla atada a una cadena para no perderla. En medio de ese forcejeo un tanto confuso, veo que los otros dos habían tirado al suelo a Sol y la arrastraban por la vereda. Cuando el que tenía el arma se da vuelta y encara para poner orden, yo -que hasta ese momento había demorado el asunto-, le grito “tomá” y extiendo sobre su mano mi celular.

 

Con coordinación telepática los tres pibes salieron corriendo como olímpicos especialistas en los 100 metros llanos. Admirable. Tanto que cuando estaba en la comisaría esperando mi turno, pensé que si esos tres jóvenes se hubieran dedicado al atletismo de seguro tendrían el futuro asegurado. Lo digo de onda. Prefiero no abundar más en el tema a riesgo de que Wos o Cabandié por decir uno, me echen en cara que promuevo la “meritocracia de derecha”.

 

Sol lloraba. Siempre lleva el celular en el bolsillo y esta vez lo tenía en la cartera que le arrancaron. Pasó por al lado un señor de buzo blanco que llevaba un changuito y dijo como para sí mismo “deberían haber gritado”. En la comisaría me escuché declarar que nos habían robado tres pibitos y pensé “que boludo”. Por último, el domingo a la mañana un amigo con quien trabajo en la radio me dijo “y para qué vas a esos lugares”.

 

Te quedás con muchas dudas. Pensás que las cosas podrían haber sido de una manera o de la otra muy distinta con tan solo haber cambiado un detalle. Te alegrás de no haber recibido un balazo. Todo junto. Los momentos límites son escasos en la vida ya que la existencia diaria navega la mayoría del tiempo en la intrascendencia. Entonces, cuando sentimos que estamos en un momento definitorio no sabemos qué pensar. Es por eso que en los velorios nunca nadie dice nada interesante.

 

Pasaron muchas cosas en el medio y el sábado a la noche ya estaba sin plata. Pensé en hacer una “extracción sin tarjeta” un nuevo beneficio que en mi banco publicita Ivan de Pineda. Podés pedir plata por la web. Es fácil, solo necesitas de un código y retirás el dinero así nomás de cualquier cajero. Es genial, pensé. Voy a hacer eso, gracias Iván. Pero cuando abro la página me asusté más que la noche anterior. Todas mis cuentas estaban en cero.

 

Entonces no eran unos pibitos cualquiera los que nos habían robado. ¡Altos hackers habían resultado! En ese momento cobró nueva significación lo que me gritó el tipo del revólver mientras me apuntaba. “Dame los documentos, las tarjetas. Dame los documentos o te quemo” bramaba. Me sentí otra vez regalado. Esta vez vía web. Eran las 12:30 de la noche y me esperaba otra noche sin dormir.

 

A la una de la mañana me subí al auto y me fui a La Boca. Ahora la denuncia iba a ser contra el banco. Para vaciar mis cuentas los ladrones, pensé, tuvieron que realizar varias maniobras que hasta hoy me imaginaba imposibles. Tenían que desbloquear mi celular de 6 dígitos, hackear mi usuario del home banking y también mi clave. Generar una clave (o token) virtual a partir de una segunda app y recién ahí hacer la transferencia.

 

La noche anterior no había dormido y ahora tenía que tramitar una nueva denuncia que finalmente me tomó dos horas. Dormí tres horas y me fui a trabajar a la radio. Cuando empezó el programa saludé a la audiencia con un “buen sábado para todos”. Era domingo. Mis compañeros se rieron con resignación. No les conté mucho. Tampoco quería que piensen que estoy contra los bancos.

 


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GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo