Doce horas antes de ser asesinada Angie Dodge estuvo en la
casa de su madre Carol. Charlaron y dejaron atrás una discusión que habían
tenido veinte días atrás. Carol imponía reglas que Angie ya no quería así que
le pidió disculpas y miraron televisión abrazadas en el sillón del living.
Había sido una típica pelea entre una madre protectora y una hija, de 18 años,
que se había ido a vivir sola hacía pocas semanas después de cortar con su
novio y luchaba por su independencia.
Para Carol Dodge, que la menor de sus cuatro hijos y única
mujer buscara la libertad y madurar a su ritmo representaba un difícil desafío.
El diario Idaho News relató que en ese último encuentro Carol le susurró al
oído y le dijo a Angie cuánto la amaba y que siempre sería su bebé.
Después de la visita, Angie se subió a su auto, le tiró un
beso con la mano, le gritó “te amo” y se marchó. Carol no la volvería a ver
viva.
El jueves 13 de junio de 1996, llamó al negocio de belleza y
cosmética donde trabajaba Angie. Un compañero de trabajo le pidió que esperara
en la línea y la transfirió con la gerente de recursos humanos quien fue la
encargada de darle la terrible noticia. Su hija había sido encontrada muerta
esa mañana, tenía que dirigirse al departamento de policía.
Carol colgó el teléfono mareada, sin entender lo que pasaba.
Fue corriendo al baño y metió la cabeza bajo la ducha de agua fría. Con el pelo
chorreando se subió a su auto y se dirigió a la policía sin detenerse en ninguno
de los catorce semáforos que la separaban de allí. Bajó desesperada gritando
“¿Dónde está mi bebé?”. Ya estaba ahí su hijo mayor Brent, quien fue el
encargado de identificar el cuerpo.
Los Dodge, destrozados, fueron juntándose en el lugar
alrededor de Carol que, hecha un ovillo, lloraba sin consuelo en un rincón.
El peor crimen había ocurrido en un pueblo donde nunca
pasaba nada.
Un jueves de junio
Angie Raye Dodge nació el 21 de diciembre de 1977 en
Vancouver, Washington, Estados Unidos. Sus padres, Carol y Jack Dodge, estaban
encantados: después de tres hijos varones llegaba la tan esperada mujer. Empezó
la primaria en San Diego, California, y terminó la secundaria con honores en Idaho
Falls, en 1995. Luego, por un corto período de tiempo, estudió en la
Universidad Estatal de Idaho.
Angie creció, se puso de novia, cortó, se hizo amigas,
consiguió trabajo, se mudó sola… Su vida era pura actividad: amaba la
naturaleza, acampar y deseaba aprender a arreglárselas completamente sola. Eso
quería. Pero antes de poder extender sus alas, le arrancaron de cuajo la
existencia. Su historia terminó de manera abrupta y dolorosa.
Cuando esa mañana del 13 de junio Angie no apareció en el
trabajo con su habitual energía, sus compañeras intentaron contactarla por teléfono.
Sonaba y sonaba, pero nadie atendía. Dos de ellas, Julia y Twani, decidieron,
entonces, ir hasta su nueva casa. Llegaron a la calle “I”, número 444, en Idaho
Falls, cerca de las 11 de la mañana. El edificio de dos plantas tenía un frente
de madera descolorida. Subieron por la escalera hasta el primer piso aguantando
el tórrido calor del verano. Angie acababa de mudarse y ellas sabían que era su
primera experiencia viviendo sola. Tocaron timbre y esperaron un par de
minutos. Como no hubo respuesta, golpearon con fuerza la puerta. Nada.
Decidieron ingresar. En la terraza, a la que se salía desde la cocina,
encontraron un cenicero con cigarrillos y unos vasos de plástico usados.
Temerosas se movieron por el pasillo hacia el living del departamento. No había
rastros de Angie. Siguieron hacia su dormitorio.
Fue entonces que se dieron cuenta de que Angie no podría
haberles contestado nunca. Estaba muerta. Llamaron al 911.
Peritaje al horror
Su cuerpo estaba en el piso, al lado de un colchón y
cubierto con una sábana llena de sangre. Su cabeza parecía apoyada contra la
pared y, debajo de ella, la alfombra estaba ensopada de rojo.
Su melena dorada y llena de rulos, sus enormes ojos azules,
su sonrisa… ¡Ese cuerpo no podía ser Angie Dodge!
Angie había dejado de ser la persona vital que todos
conocían para pasar a ser un cadáver, un número de un expediente policial que
llevaría décadas resolver.
Los estudios de los expertos determinaron que Angie había
sido violada y asesinada a puñaladas. Un gran tajo le atravesaba la garganta y
tenía 14 heridas punzantes distribuidas por todo el cuerpo. Su asesino había
eyaculado sobre ella. La puerta no había sido forzada, pero ella había dado
batalla, había intentado defenderse. Ese alguien había dejado numerosos
rastros. La policía calculó que había sido atacada entre las 00.45 y 11.15 del
jueves 13. Los peritos recogieron las sábanas y la ropa para mandarla a
analizar. Había mucho ADN del asesino. Ese material resultaría crucial para
atrapar al culpable años después, cuando los avances tecnológicos fueran un
hecho ineludible.
El detective de Idaho Falls, Jeff Pratt, relató de ese día:
“Me avisaron que era una escena muy violenta y gráfica, con mucha sangre. Fue,
probablemente, el peor caso que me tocó ver. Una verdadera pesadilla”.
A cada persona que entrevistaron los investigadores le
pidieron una muestra de sangre. “Recolectamos unas cien muestras, pero no había
coincidencias con las halladas en la escena”, explicó el detective Bill
Squires.
A la pesca de un culpable
La policía tenía excelentes perfiles del asesino y violador,
pero ¿a quién pertenecía ese ADN? La búsqueda era frustrante.
Por esos días, Christopher Tapp era un joven de 19 años que
había abandonado los estudios y estaba sin trabajo. El jueves que mataron a
Angie había ido, con un grupo de amigos, a pasar el día al río.
Todo el mundo conocía a Angie. Era un pueblo pequeño en el
que ocurrían pocos delitos y la policía de Idaho Falls carecía de experiencia
suficiente en homicidios. Carol no podía esperar ni controlar su angustia.
Sentía que debía moverse: imprimió volantes y los distribuyó de a miles.
Ofrecía una recompensa de US$5.000 a cambio de pistas. No resultó. Se impuso la
rutina de ir todos los días a la comisaría. Ella entraba al edificio por la
puerta de atrás y los agentes, molestos, la bautizaron “la puerta de Carol”.
Ella sentía que esa era la única forma que tenía para que el caso no se
enfriara. Carol se plantaba delante de ellos y les pedía explicaciones y
demandaba avances.
Una confesión forzada
En enero de 1997, el mejor amigo de Christopher Tapp,
Benjamin Hobbs, fue arrestado. Fue acusado de violar a una mujer amenazándola
con un cuchillo.
Se prendieron las alertas... todos recordaron el caso de
Angie Dodge ocurrido solo siete meses antes. Hobbs pasó a ser el principal
sospechoso.
Tapp fue citado a declarar sobre su amigo. Durante 21 días
fue interrogado nueve veces y, otras siete, sometido a un polígrafo.
Los policías querían que incriminara a Hobbs, pero después
de unos días empezaron a creer que él también podía estar involucrado. Le
ofrecieron inmunidad: no iría a la cárcel si decía toda la verdad. Chris se
negaba a confesar lo que no había hecho, hasta que un experto le puso una
trampa. Le mintió y le dijo que había fallado en el detector de mentiras...
Tapp, confundido y estresado hasta las lágrimas, les contó a los investigadores
lo que creía que querían escuchar: que Hobbs había asesinado a Dodge. Pensó que
así se libraría de ellos. Pero la cosa fue a peor. Bajo amenazas, tuvo que
seguir “confesando”. Dijo que había estado con Hobbs cuando Angie murió. Contó,
en total, seis historias diferentes.
La verdad es que en los interrogatorios los agentes
preguntaban y sugerían las respuestas. Tapp atemorizado respondía
afirmativamente a cualquier cosa. La policía estaba muy interesada en cerrar
exitosamente el caso y presionaba sin escrúpulos. Pero enfrentaba un gran
escollo: las pruebas de ADN, tanto de Tapp como de Hobbs, no coincidían con las
muestras recogidas en la habitación de Angie.
Las autoridades elaboraron una nueva hipótesis: aquella
noche podía haber existido un tercer hombre que fuera el dueño del semen.
Acorralaron nuevamente a Tapp quien señaló a otro amigo. Una vez más, la prueba
de ADN resultó negativa.
Los detectives se pusieron furiosos y le dijeron a Tapp que
le quitarían la inmunidad ofrecida.
Tapp negó en ocho ocasiones ante el detector de mentiras
haber apuñalado a Angie. Pero las amenazas de una condena a muerte lo tenían
aterrado. Si confesaba, en cambio, le dijeron que podría obtener una pena menos
severa.
Directo a prisión
La desastrosa estrategia profesional de los agentes, sumadas
al terror del joven Tapp y a su mala defensa fueron determinantes para
configurar una condena insólita. A pesar de que no haber evidencia física que
lo vinculara a la escena del crimen, fue acusado de violación y asesinato.
En mayo de 1998 comenzó el juicio. Tapp mantuvo su
inocencia, dijo que su confesión había sido forzada y que su prueba de ADN
demostraba que él no era el asesino. Fue inútil. Lo más duro para él fue ver a
su madre mientras era juzgado y que la gente lo mirara como a un monstruo.
La acusación contra Tapp presentó, además, el testimonio de
Destiny Osborne, una joven que afirmó haber oído a Tapp hablando de la matanza
en una fiesta. Esa misma joven, tiempo después, se retractó de sus dichos y
aseguró haber sido presionada por la policía para declarar eso.
En trece horas el jurado decidió que Tapp era culpable de
asesinato y violación. Fue condenado a cadena perpetua. Tapp se desmoronó.
Si bien al principio había creído en su culpabilidad y
quería para él la pena de muerte y que sufriera lo que su hija había sufrido,
Carol Dodge se mostró frustrada ante la prensa con la sentencia. Las pruebas de
ADN no situaban a Chris en la escena... ¿Por qué él no decía la verdad sobre
quién era ese hombre? ¿Quién era el dueño del semen? Para ella el caso no
estaba resuelto.
Batallar por la verdad
Carol Dodge sentía que no podía dejar las cosas como
estaban. Estaba decidida a encontrar al dueño del semen. En el año 2008,
decidió ver con paciencia decenas de horas grabadas de los interrogatorios a
Chris Tapp. Cuando terminó la tarea estaba convencida de que en realidad Tapp
parecía saber muy poco de lo ocurrido aquella terrible noche.
En el año 2009, logró que el ADN del homicida fuera incluido
en una base datos nacionales. Pero no se hallaron coincidencias. Carol, munida
de una computadora que le regalaron, se propuso investigar día y noche.
Consiguió que una compañía de Florida sacara la raza de la muestra de ADN. El
resultado demostró que el asesino era en un 85 % caucásico. Era algo.
Ese mismo año, Carol contactó al experto en ADN Greg
Hampikian, quien había fundado el Proyecto Inocencia de Idaho, el grupo que se
dedica a ayudar a aquellos que están presos injustamente. Por otro lado,
Hampikian había recibido un pedido de ayuda de Tapp, quien le había escrito una
carta explicándole que era inocente. El experto contó a los medios que “las
pruebas forenses no ponen jamás a Tapp en la escena del crimen. Indican
claramente que solo un hombre estuvo con Angie Dodge y dejó semen y pelos en su
cuerpo”.
Poco a poco, Carol llegó a la conclusión de que Tapp no
había estado jamás en el departamento de su hija: “Durante 23 años había estado
tratando de armar el rompecabezas y me faltaba la pieza central”, se quejó.
Llamó al abogado de Tapp, John Thomas, y le dijo que pensaba
que su cliente era inocente. En el año 2013, ella y Thomas buscaron la ayuda
del profesor Steven Drizin, codirector del Centro de Sentencias Erróneas de la
Universidad de Pritzker. Él reconoció que “era la primera vez que una madre me
llamaba y me decía que tenía dudas de que el preso por la muerte de su hija
fuera el asesino”. Carol le dio las grabaciones para que las revisara. Cuando
Drizin vio que Tapp era amenazado con la cámara de gas si no confesaba, se dio
cuenta de que la declaración era falsa. Juntos, con la gente de Proyecto
Inocencia, lograron avanzar en el tablero un par de casilleros más.
Carol necesitaba con desesperación llegar al asesino y se
convirtió en la voz líder para conseguir la liberación de la “otra” víctima del
caso: Christopher Tapp.
La presión de una madre
Carol Dodge pretendía que la policía buscara en los bancos
de datos de los reclusos alguna coincidencia familiar con el ADN del criminal.
No lo consiguió. Se les ocurrió, entonces, cargar la muestra obtenida en la
escena del crimen en las bases de datos públicas. Era una apuesta. Una base de
datos arrojó una coincidencia con un cineasta de Nueva Orleans, llamado Mike
Usry Jr. Este hombre justo había estado en Idaho Falls en 1996 y había rodado
un cortometraje sobre el asesinato violento, a cuchillazos, de una joven. En
diciembre de 2014, la policía le tocó la puerta y le preguntaron sobre su viaje
a Idaho Falls. Usry no entendía nada y entró en pánico. Le hicieron la prueba
de ADN. El 13 de enero de 2015 le llegó un mail que le devolvió la paz: “Señor
Michael Usry Junior, queremos hacerle saber que su ADN no coincide con el que
tenemos de la escena del crimen”.
Las pruebas de ADN lo salvaron, pero no se salvó de la
llamada de Carol Dodge. Según contó CBS News, ella le pidió un detallado árbol
genealógico de su familia. Y él se comprometió a ayudarla.
Tapp, por su lado, la peleaba como podía desde la cárcel.
Varias apelaciones y la evidencia del mal accionar de la policía generaron tal
presión que el fiscal, Daniel Clark, le ofreció un acuerdo para liberarlo. Tapp
no quería cualquier acuerdo, quería uno que le permitiera probar su inocencia y
limpiar su nombre. Exigió que si la policía llegaba a encontrar al verdadero
asesino, él sería completamente exonerado. En 2017, cuando había cumplido más
de veinte años de cárcel, recuperó la libertad. Quien le sostenía la mano ese
día era la mismísima Carol Dodge, la madre de Angie.
Pero para todos seguía siendo un posible asesino.
Mapas genéticos
En el verano de 2017, el Departamento de Policía de Idaho
Falls nombró a un nuevo jefe, Bryce Johnson. Por supuesto Carol se presentó en
el lugar apenas lo supo. Las cosas habían cambiado mucho en esos años y la
nueva tecnología permitía armar árboles genealógicos y atrapar asesinos años
después de sus crímenes.
Había ADN del asesino para comparar con miles de ADN
recopilados en bases genéticas. En noviembre de 2018, la policía se asoció con
una eminencia en genealogía genética, CeCe More, y con la compañía Parabon
NanoLabs. Moore introdujo el ADN del asesino en una base de datos llamada
GEDmatch. Con paciencia empezó a armar árboles familiares para ver quién
compartía ADN con el sospechoso desconocido. Pronto halló una pista y creyó que
tendría que ser un hombre que descendiera de un matrimonio celebrado en el 1800.
Ella explicó al ABC News: “Tenía que ser descendiente de esa
pareja. Llegué a armar una lista de seis hombres: cinco vivían a unas mil
millas y uno vivía en Idaho”. Entregó los nombres a la policía. No funcionó.
Los resultados excluyeron al sospechoso, a su familia y a los otros hombres que
Moore tenía en su lista. Había fracasado.
Carol, por su parte, estuvo a punto de dejarlo todo y así se
lo reveló en una entrevista al East Idaho News: “Me decía, ‘Angie no puedo
hacer esto más… llegué tan lejos como pude…´' y escuché que ella me decía: ‘Ya
casi has llegado mamá, no puedes parar ahora’”. Esa visión de su hija la empujó
a seguir luchando.
Moore regresó al árbol genealógico que había armado y lo
volvió a analizar. Quería ver dónde había estado el error, su error. Había un
matrimonio en el mapa genético que había durado muy poco... Existía la
posibilidad de que hubiera nacido un hijo de esa pareja y que se hubiera criado
con otro apellido. En una biblioteca del estado de Misuri, la asistente de
Moore encontró un dato clave en el obituario de esa mujer que había estado
casada brevemente. Descubrieron que en efecto había tenido un hijo justo después
de divorciarse y, cuando se casó nuevamente, al pequeño le puso el apellido de
su nuevo marido. Ese apellido era Dripps. Rastreando descubrieron que ese
hombre en cuestión había vivido en Idaho Falls en el año de homicidio de Angie.
Moore le pasó el dato a los detectives locales: debían investigar a Brian Leigh
Dripps.
Cercando al culpable
Dripps no solo había vivido en Idaho Falls, había vivido en
la calle “I”, en el número 459, justo en frente de la casa de Angie. Estuvo
allí desde el 3 de abril de 1996 hasta el 2 de agosto de 1996. Además, había
sido entrevistado cinco días después del asesinato. Sospechosamente, se había
mudado de la ciudad después del crimen.
La misión era ahora conseguir su ADN de la manera que fuese.
En mayo de 2019 los investigadores viajaron hasta Caldwell, donde vivía Dripps,
quien ya contaba con 53 años. Comenzaron a seguirlo en auto. Dripps no tenía
idea de que lo estaban buscando. Fumador empedernido, los detectives deseaban
que el sospechoso tirara por la ventana de su auto una colilla. Con eso
tendrían suficiente para cotejar las muestras. Les tomó veinte horas lograrlo.
Cuando la obtuvieron, la enviaron al laboratorio estatal de Idaho.
El sábado 11 de mayo recibieron el resultado: la
coincidencia era total.
El 15 de mayo de 2019 Dripps fue arrestado. Después de un
silencio de unos minutos terminó diciendo: “Si yo lo hice, la violé y
aparentemente la maté”. Aseguró que había actuado solo. Fue imputado esa misma
noche. Su juicio se programó para este año 2021.
Cuando en la conferencia de prensa Johnson dio el nombre del
asesino Carol se enfureció: “¿Brian Dripps? Es una mala broma. Les había
suplicado que tomaran su ADN en su momento y me dijeron que les dejara hacer su
trabajo (...) Estoy molesta por lo que me hicieron, ¡cuando podrían haber
resuelto este caso hace 23 años!”.
Chris Tapp (hoy 44 años) le agradeció públicamente a Carol
cuando fue exonerado: “Estoy muy agradecido por lo que todos han hecho por mí.
Pero Carol ha sido como una segunda madre. Si no fuera por la perseverancia y
el impulso de Carol, nada de esto hubiera ocurrido. Si ella no se hubiera
sentado y visto las cintas de los interrogatorios y visto lo malas que eran,
nada de esto habría sucedido. Estoy en deuda con ella”. Carol se mostró feliz
por Chris y porque una madre recuperó a su hijo. Algo que ella no pudo. En una
conferencia de prensa después de la detención de Dripps, Carol sintetizó: “No
puedo expresar cuán duro ha sido este camino y a los cientos que ha afectado la
decisión de una sola persona de quitarle la vida a mi hija”.
En la misma conferencia de prensa donde se anunció al
verdadero asesino el jefe policial Johnson hizo hincapié en que sin Carol Dodge
el caso no se hubiera resuelto: “Este caso comienza y termina con Carol”.
Hampikian dijo al idahopress.com: “Muchos dicen aquí que no
quieren que esto vuelva a ocurrir… pero pasa todo el tiempo. Este caso es de
1996… ¿no creen ustedes que hay muchos otros casos en los que ocurrió lo
mismo?”
Carol todavía vive en Idaho Falls. Ella y su hijo Brent han
creado una organización sin fines de lucro llamada 5 por la esperanza con la
que pretenden juntar fondos para ayudar a resolver, con ayuda tecnológica,
otros casos que han quedado congelados por falta de pistas.
En febrero de 2021, en el estrado, el brutal asesino Dripps
(55) dijo: “Todo lo que sé es que fui hasta ahí con la idea de violarla. Estaba
drogado con cocaína y había tomado alcohol. Llevaba conmigo un cuchillo de
bolsillo… no pensaba matarla... Solo ocurrió una vez que estuve ahí. Solo
recuerdo la parte de la violación, es todo lo que recuerdo de esa noche”.
Durante el mes de mayo se conocería la sentencia del juez
Joel Tingey. La justicia demoró 25 años, pero esta vez llegó gracias a una
madre que jamás bajó los brazos.




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