El papa Francisco aprobó hoy el primer paso para la
beatificación de Enrique Ernesto Shaw, un empresario argentino laico y padre de
familia que promovió e impulsó el crecimiento humano de sus trabajadores.
Shaw, nacido el 26 de febrero de 1921 en París y muerto en
Buenos Aires el 27 de agosto de 1962, va camino a convertirse en el primer
santo de saco y corbata.
“Feliz coincidencia esta fecha ya que se trata de una causa
que se ha iniciado en la Arquidiócesis de Buenos Aires y tanto en ella, como en
la Diócesis de Cagliari, Italia, hoy se celebra a la Madre de Dios bajo su
advocación de los Buenos Aires”, señaló en un comunicado el Monseñor Santiago
Olivera, Delegado para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal
Argentina (CEA).
A 100 años de su nacimiento, Shaw demostró que “es posible
combinar una trayectoria empresarial eficaz y exitosa con valores éticos”,
destacó su hija Sara en un inspirador y movilizador documental que pondera su
vida y obra.
Desde muy joven, Enrique Shaw decidió avanzar en el camino
de la santidad y lo escribió en las cartas de amor a su novia: “En mis
propósitos para este año tengo en mente uno con mucha fuerza, es necesario
hacerse santo, empezar ya”.
Contando con apenas 14 años ingresó a la Escuela Naval
Militar de Río Santiago, donde aprendió a valorar la camaradería y el trabajo
en equipo. Como cadete naval, aprendió a realizar todo tipo de trabajos,
comenzando desde el puesto más bajo, picareteando cubiertas y mamparos,
pintando maderas y metales, limpiando baños, paleando carbón o asistiendo al
funcionamiento de una caldera. De esta forma, se forjó comprendiendo la esencia
de las tareas para poder fundamentar las órdenes que en breve impartiría.
Al graduarse de guardiamarina contaba con 18 años de edad,
siendo el egresado más joven que posee nuestra Marina de Guerra. Durante su
labor en los buques se preocupó por el personal desde lo profesional hasta lo
espiritual. Enrique era visto a menudo sentado en un cajón dando catequesis en
horas libres, en alguno de los galpones, al personal naval que voluntariamente
lo deseara.
Un jefe lo calificó así: “Este oficial posee una gran pureza interior y es de una lealtad y honestidad de procedimientos sobresalientes. Se preocupa mucho por el personal a sus órdenes, estudiándolos y aconsejándolos en privado”. No es normal encontrar expresiones institucionales que califiquen la “gran pureza interior” de los integrantes de la Armada.
En 1945 la Armada lo designó para realizar un curso de
meteorología en Estados Unidos. Luego de una meditada apreciación, decidió
entregarse a la tarea que Dios le tenía reservada: ayudar al obrero y, con ese
objetivo en mente, se consagró enteramente a la misión, solicitando la baja
antes de ser trasladado al exterior. El mundo estaba en guerra y las bajas
canceladas. Finalizado el conflicto mundial, presentó nuevamente el pedido de
su baja, que le fue concedido, y además, devolvió los gastos generados al
Estado nacional a través de la Armada para costear aquel curso en el exterior.
Se retiró con el grado de teniente de fragata.
En 1946, se dirigió al Episcopado para ofrecerse como
voluntario. Le pidieron que organizara el envío de alimentos a la Europa
devastada por la Segunda Guerra Mundial a través de los obispos europeos. Hizo
una convocatoria a muchos empresarios y varios respondieron con mucha
generosidad.
Cuando ya no hubo necesidad de seguir enviando ayuda a
Europa, el grupo que había llevado a cabo esa intensa tarea logró consolidarse
y decidieron seguir trabajando juntos y organizar una asociación. Así se inició
la etapa fundacional de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. En
1952 se consolidó ACDE y es nombrado primer presidente y miembro fundador. Este
fue un hecho muy relevante en su vida, esta organización nació con el objetivo
de conectar la Doctrina Social de la Iglesia con los empresarios.
Ingresó a Cristalerías Rigolleau y, al igual que en la
Marina de Guerra, inició su labor en el ámbito empresarial desde abajo,
compartiendo tareas con los obreros, aprendiendo desde cero para saber ordenar
con autoridad ético-profesional. Lo llamaban “Comandante de Empresas”, ya que
concebía a la compañía como una unidad indivisible, un único buque, donde a
bordo y siempre, estaban los directivos y los obreros, así como sus familias.
Administró la empresa sin olvidar todos los aspectos de la
condición humana, tratando a sus empleados como seres humanos creados por Dios
a su imagen y semejanza, merecedores de esa comprensión, reconocidos y reconfortados
como tales, descartando de pleno la visión mecanicista de ser meros engranajes
de una máquina productiva.
En 1958 ocupó el puesto de Director Delegado, teniendo 3400
obreros a cargo. Un integrante del Directorio de Cristalerías Rigolleau, señalaba
que Enrique “era un hombre tocado por la mano de Dios”.
Al referirse al trabajador y a la empresa, Enrique Shaw
expresó: “No debemos olvidar que el trabajador no es tan sólo un productor de
riqueza, sino un ser espiritual, cuya dignidad y valores humanos han de estar
siempre presentes en el pensamiento de quienes tienen la responsabilidad; ser
patrón no es un privilegio: somos los responsables de la ascensión humana de
nuestro personal. Por medio del trabajo nos vinculamos con el prójimo; aún más,
si entendemos así al trabajo, veremos que constituye una vocación. La empresa
ha de ser comunidad de vida, instrumento de dignificación, hogar de relaciones
humanas, escuela de prudencia y responsabilidad. Hay que darle al obrero
seguridad, buen trabajo, buen sueldo y posibilidades de progresar. Es necesario
que nuestros hijos tengan ideas de servicio. Mi función hacia la compañía,
hacia ustedes todos, hacia el país, por medio de la compañía, es el servicio”.
Trabajó como coordinador de la ayuda a Europa al final de la
Segunda Guerra Mundial a través de Cáritas Argentina. Participó en el
Movimiento Familiar Cristiano, en el Serra Club, en la Casa del Libro, en la
Juventud Obrera Católica, en la fundación de Asociación Cristiana de Dirigentes
de Empresas (ACDE), fue presidente de la Asociación de Hombres de la Acción Católica
Argentina, primer tesorero de la Universidad Católica Argentina (UCA) y autor
de numerosos trabajos aplicables a la acción de los dirigentes de empresas.
Durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón, y en
el contexto del conflicto del gobierno con sectores de la iglesia católica,
Enrique fue encarcelado en dos oportunidades. La primera vez fue liberado de
inmediato, pero la segunda, ocurrida el 7 de mayo de 1955, fue más prolongada.
Recién el 17 de mayo de ese año y por la presión mediática de periódicos
uruguayos, se liberó a los encarcelados.
Enrique enfermó de cáncer, pasó por varias intervenciones
quirúrgicas pero no se logró evitar la metástasis. Se recurrió a transfusiones
para aliviar los dolores, ante lo cual, más de 260 obreros acudieron a donar
sangre voluntariamente. Falleció el 27 de agosto de 1962, a la edad de 59 años.
Con la humildad que lo caracterizó en esta vida, hoy Enrique
Shaw se asoma, a través de su proceso de canonización, a la pléyade de santos
como ejemplo para todos.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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