Hoy transformado en un country club en expansión, el campo
se transformó en la década del 40 en uno de los productores de sidra más
importantes del país. Las manzanas provenían de la zona de Charles y de Macedo.
Aquí CNM recorre esa historia en colaboración con
Madariaguenses Fuera de Casa.
La firma de Sidra La Victoria fue fundada en 1911 por Manuel
Otero, nacido en la ciudad de Lugo, España, en la zona de Galicia.
Originalmente se trataba de un gran almacén importador, ubicado en plena
Avenida de Mayo (Av. de Mayo y Chacabuco). Hasta que su enfermedad final se lo
permitió, él presidió la firma. Le sucedió en el cargo su hijo, Manuel Ángel,
quien estuvo al frente de la empresa entre los años 1957 y 1978, a quien
finalmente le sucedió Guillermo Giambastiani, nieto del fundador, en el período
comprendido entre los años 1978 a 1987.
La bebida de sidra extraída de la manzana es tradicional de
ciertas regiones de España y durante mucho tiempo, las que se consumían en
nuestra tierra eran importadas en su totalidad.
En el momento en que se ve la posibilidad de fabricar ese
producto en nuestro país es donde encontramos el origen de la firma Sidra La
Victoria en Gral. Madariaga. Corrían los años 40 cuando mi padre, Manuel Ángel
Otero, - quien ya había dejado sus estudios universitarios para incorporarse a
la empresa familiar- recorrió la zona al tomar conocimiento de que en ella
había plantaciones de manzanas (particularmente en Macedo y en Charles).
La estancia de Los Manzanares debía su nombre a esas
plantaciones, que si bien no eran demasiado extensas, se fueron incorporando
progresivamente distintas parcelas hasta sumar unas 350 hectáreas. Al momento
de la compra por parte de Manuel Ángel Otero, (estimo que en la segunda mitad
de la década del 40) el establecimiento contaba con un antiguo casco formado
por una casa principal, piezas para los peones y unos galpones para las
maquinarias agrícolas.
Allí vivía Don José O‘Hauss, quien se desempeñaba como
administrador en la estancia con los dueños anteriores y continuó luego con los
nuevos propietarios. Este hombre (imponente por su altura y su personalidad)
era alemán de nacimiento y amigo de Don Carlos Gesell así como vinculado a
otros antiguos miembros de la colectividad alemana de la villa y de Pinamar.
Durante muchos años y siendo aún muy mayor, podía vérselo desafiando los
caminos vecinales y el trazado antiguo de la Ruta 11, al volante de su Ford A
transformado en chata que transitaba incansablemente los caminos vecinales y el
antiguo trazado de la Ruta 11, aún en los días en que la lluvia los tornaba
casi intransitables.
La Fábrica comenzó a construirse en el año 1950. Se trataba
de un edificio de ladrillo y techo de losa con un cuerpo central de alrededor
de 70 metros de largo, un sector adyacente, y un edificio para las usinas. El
complejo industrial de la Bodega nº 2 (la Nº 1 era la de Capital Federal)
también contaba un edificio para el encargado y su familia y con dependencias
para personal de la empresa y trabajadores ocasionales durante la molienda. Con
el tiempo, se construyó una pequeña vivienda para permitir alojarse al personal
jerárquico de la firma cuando se debía acercarse allí. En los primeros años,
tanto el Ingeniero Bardi como el Dr. Onetto, químico, se instalaban allí para
supervisar todo esa primera etapa en el proceso de la elaboración de la sidra.
Durante todos esos años en que se elaboró allí la sidra, la
estancia desarrolló simultáneamente actividades ligadas a la ganadería,
llegando a contar con cerca de 500 cabezas de ganado. Este aspecto de la
actividad era dirigido por un administrador designado por la empresa. Después
de Don José O´Hauss, quien le sucedió fue Don Juan Domingo Lambertucci, vecino
caracterizado de Gral. Madariaga quien durante años presidió la Cooperativa
Agroganadera de Madariaga y que a su vez era vecino al tener un campo de su
propiedad situado enfrente a Los Manzanares.
Si bien ocasionalmente se sembró en algún potrero trigo,
maíz o papa, las características del campo (típico de la zona denominada Cuenca
del Salado), hicieron que prevaleciera la explotación ganadera y, en
particular, la de cría. Para ello, la estancia contaba con un puesto, donde
trabajaron sucesivamente distintos hombres como puesteros. Entre ellos,
recuerdo en particular a Juan Clavero, su sobrino de apellido Rojas y Daniel
Ballo, quienes realizaban las tareas propias de este tipo de explotación.
En la planta industrial, la molienda transcurría desde los
meses de febrero hasta abril o mayo.
El “alma de la fábrica” fue su encargado, Don José Pérez.
Este valenciano que había llegado en los años 50 a nuestra patria, se
encontraba trabajando en una estancia de Santa Fe y fue él quien prácticamente
acompañó toda la historia de la fábrica, porque llegó a poco de comenzar a
funcionar y estuvo hasta su cierre y venta definitiva.
Él dirigía el ininterrumpido y maravilloso proceso que iba
desde la descarga y lavado de las manzanas, el fraccionamiento y elaboración
del primer jugo en la prensa, la limpieza de los grandes discos donde quedaban
los restos de manzanas trituradas (como un puré gigantesco…) y la limpieza
posterior de todas las maquinarias y del lugar, para volver a recomenzar al
otro día. En los años posteriores, él velaba por la limpieza y mantenimiento de
las cubas de madera y del proceso de estacionamiento de esos deliciosos zumos
que albergaban. A pesar de tanto trajín, él siempre encontraba tiempo uno de su
pasatiempo preferido: la quinta. A la vera de la fábrica cultivaba don José
deliciosas y delicadas hortalizas. Luego de su jornada laboral o en los fines
de semana, encaminaba sus pasos pala y azada al hombro, para poder luego tener
el gusto de convidar las más variadas y exquisitas verduras…
“Pérez” (como todos lo llamábamos) vivió en Madariaga con su
esposa Doña María desde su retiro. Gracias a una herencia familiar de ella,
pudo comprar una casa y es, a sus 91 años, testimonio viviente de trabajo,
honestidad y dedicación. Esa familia, formada por el matrimonio Pérez con sus
hijas Pepita y Ana María, sus nietas, nietos y bisnietos -la mayoría de los
cuales viven en Madariaga o en su zona cercana- no sólo trabajó incansablemente
durante casi 30 años, sino que además nos honró siempre con una amistad, cariño
y lealtad que fueron mucho más allá de la relación laboral.
Al mermar la producción de manzana en la zona, la firma decidió
establecer una nueva bodega en la zona del Alto Valle de Río Negro, en la
localidad de Cipolletti. Así, comienzos de los años setenta, se delineó y
construyó la Bodega Nº 3. Allí se llegaron a fraccionar diariamente más de
90.000 kilos de manzana, aumentando notablemente la producción. Un ejemplo
puede ilustrar esto: en la Bodega de Gral. Madariaga, las cubas de madera donde
se estacionaba la sidra que tenían mayor capacidad, eran de 55 mil litros. En
la nueva bodega de Cipolletti, además de otras de menor volumen, existían más
de seis cubas de casi 200 mil litros y una especial (considerada en aquel
entonces como la más grande del mundo con base radial) de 320. 000 litros.
Ese desplazamiento geográfico de la producción a la zona del
Alto Valle, restó trabajo a la planta de Madariaga, que pasó a ser un lugar
donde maduraba el jugo de manzana como paso previo a la última etapa que se
hacía en la planta embotelladora de Buenos Aires. A partir de esa etapa, el
personal que siguió trabajando en la fábrica fue mínimo.
La sidra, siendo un producto apreciado y tradicional en el
gusto de los argentinos, siempre tuvo un consumo que podríamos denominar
“estacional”, es decir, muy vinculado a las fiestas navideñas y de fin de año y
a algún acontecimiento familiar ocasional. Pese a los esfuerzos empresariales,
resultaron prácticamente infructuosas las estrategias destinadas a “ensanchar”
ese mercado y darle continuidad a lo largo del año.
A este factor ya de por sí limitativo y permanente, con el
correr de los años se fueron sumando otros como el encarecimiento de los
insumos, el cambio en el tipo de producción otras empresas que comenzaron a
abandonar las tradicionales cubas de madera para comenzar a utilizar también
piletas de cemento (que si bien resentían ostensiblemente la calidad del
producto multiplicaban la producción, etc. Y, por supuesto, no es posible
minimizar la influencia de factores más ligados a la marcha general de la economía,
entre los cuales se destacaron los distintos estallidos inflacionarios que
azotaron de manera cíclica y devastadora al mercado interno de nuestro país.
Estas alternativas hicieron que las dificultades financieras
fueran creciendo y así fue que se decidió vender en una primera etapa la mayor
parte del campo, dejando sólo el predio de la fábrica con unas pocas hectáreas
que lo rodeaban (esta primera venta se realizó en el año 1980) y los nuevos
propietarios llamaron “La madrugada” a esa nueva estancia. Después de unos
años, se terminaría vendiendo también la fábrica y sus hectáreas adyacentes (si
mal no recuerdo, en el año 1984) para, finalmente, venderse la empresa La
Victoria que pasó a tener nuevos dueños en el año 1987.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo
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