Un demonio
estridente y verde habita nuestra ciudad y gana cada vez más terreno. Desde mediados
de la década del 90 la cotorra argentina se instaló en algunos puntos verdes y
se expandió por gran parte del casco urbano.
El Parque
Anchorena fue el primer lugar en donde recalaron porque se sientes más seguras
en los nidos comunales a gran altura, pero ahora son tanta cantidad que ya no
importa el tamaño el árbol.
Son una
plaga que se alimenta de semillas y por eso son enemiga de los agricultores.
Pero también desplazan a otras especies como las palomas, gorriones o jilgueros.
Del Parque
ya han avanzado hacia la Avenida Buenos Aires y hacia el predio de la vía. Quedan
pocos meses para que lleguen al único bastión verde que aún conservan las
palomas: las plazas.
El gobierno
lanzó algunos planes, entre 2016 y 2018, para el sector agropecuario pero nunca
se avanzó en una iniciativa sobre la ciudad.
A dos años
de la última iniciativa, las cotorras se manejan ruidosas y como quieren. Cada
4 años son capaces de duplicar su número que hoy se contabiliza en miles y
arman, cuando el espacio que ocupan queda chico, una nueva colonia en otro
sector de árboles. Llegan a vivir 20 años y cada 350 días colocan huevos.
Una de las alternativas es derribar los nidos, pero hay que cumplir con un protocolo: hay que esterilizar a los adultos y destruir los huevos. Si este paso no se cumple el remedio empeora la situación porque cada conviviente del nido se arma uno aparte y magnifica la plaga.
El cotorreo
a veces es ensordecedor. Todos los vecinos han aprendido a escucharlo pero en
un momento lo decorativo y colorido se vuelve un problema porque comen cables y anidan en transformadores.




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