Héctor Alterio murió este sábado a los 96 años en España, donde llevaba viviendo más de medio siglo. Se estableció del otro lado del mar cuando su nombre apareció en una lista negra de la Triple A, aunque había llegado a aquel país por otro motivo: la presentación de una de las grandes películas que lo tuvieron como protagonista. Décadas enteras pasaron, él nunca volvió a vivir en Buenos Aires.
Alterio había llegado al Festival Internacional de San
Sebastián para presentar La tregua, la filme de Sergio Renán estrenado en 1974
y que llegó a estar nominada para los premios Óscar.
Era en Argentina un actor renombrado, que en ese año
apareció además en La Patagonia Rebelde (de Héctor Olivera) y Quebracho
(Ricardo Wullicher). En España, en cambio, era un actor más. De hecho, La
tregua no formaba parte de la selección oficial (en la que sí aparecía Boquitas
pintadas, de Leopoldo Torre Nilsson, reconocida con el premio especial del
jurado y la Concha de Plata), sino de la categoría "Nuevos
creadores".
Corrían los días de septiembre de 1974. A cargo de la
presidencia argentina ya estaba María Estela Martínez de Perón. Isabelita, como
se la conoce popularmente, había asumido el 1 de julio, tras la muerte de Juan
Domingo Perón. La sombra de José López Rega crecía desde el Ministerio de
Bienestar Social, aunque su poder desbordaba esas funciones.
Él estaba al frente de la Alianza Anticomunista Argentina,
la organización paraestatal que sembraba terror y aplicaba un "ajuste
ideológico". La persecución de la Triple A empujó al exilio a Juan Carlos
Gené, Isabel Sarli, Marilina Ross, Héctor Olivera y Luis Brandoni. Y a Alterio.
Su nombre apareció en un comunicado de la banda
lopezrreguista justo cuando él estaba -de forma temporal, según las
previsiones- en San Sebastián.
"Decidí quedarme en España, cuando me avisaron, por
teléfono, que en Buenos Aires se había publicado un comunicado de la Triple A,
en el que me condenaban a muerte", le recordó Alterio al diario español El
País una década más tarde.
En Buenos Aires quedó su familia, que apuró el reencuentro:
Modesta Ángela Bacaicoa Destéfano, su esposa; y sus hijos, Eduardo (de 4 años)
y Malena (apenas seis meses).
"Mi padre no era alguien que se había metido mucho en
política. Así que yo siento que esto era más un golpe de efecto, de señalar a
alguien muy mediático para instaurar una serie de cosas que vinieron
después...", reflexionó Eduardo, hace algunos años en una entrevista con
el diario español El Mundo.
"El exilio se convirtió en mi cárcel y también en mi
salvación", dijo Héctor. Empezaron meses de reconstrucción.
Se instaló en una pensión de Madrid y desde ahí comenzó a
tocar puertas. El actor español Juan Diego le tendió una mano. Aunque apenas se
conocían, se apareció un día con una valija. "Aquí te traigo los recortes
que me pediste", le dijo. Alterio estaba desorientado. Creía que eran
recortes de prensa para ayudarlo a hacerse autobombo en el ambiente. En
realidad, eran billetes.
"Supuso todo un cambio, me fui adaptando porque no
tenía otra posibilidad, era la única opción de subsistencia, no tenía
alternativa”, resumió aquellos tiempos.
Su gran oportunidad artística le llegó con Cría cuervos...
(1976), de Carlos Saura. A la Argentina viajó por primera vez, para filmar Tiro
al aire (1980). Le siguieron numerosos otros regresos, todos momentáneos,
aunque hubo al menos un instante en el que evaluó hacerlo de manera definitiva:
tras el final de la dictadura militar.
"Oye, Héctor, ve pensando que tal vez podemos regresar.
El cambio de gobierno ha influido en toda la colonia argentina", le dijo
su esposa desde Madrid, al otro lado del teléfono, en una charla telefónica que
tuvieron en 1984, cuando él estaba rodando Camila (de María Luisa Bemberg) y La
Historia Oficial (de Luis Puenzo), en Buenos Aires, otras dos películas
nominadas a los Óscar.
Sin embargo, sus hijos, un adolescente Eduardo y una niña
Malena, ya eran medio españoles. Hasta en las maneras de Héctor había cambios:
su voz ya no sonaba igual.
La mezcla de tono argentino y acento castizo fue parte de su
adaptación, "por necesidad y con total disfrute".
Así lo recordó hace pocos meses, cuando promocionó Una
pequeña historia, la obra de teatro con la que retrató su vida entre Argentina
y España, escrita a cuatro manos con Ángela Bacaicoa, su esposa desde 1969.
Fue su despedida de los escenarios, al cabo de una carrera
que -pese a todo- lo convirtió en un ícono cultural argentino.
GENERAL JUAN MADARIAGA El Tiempo

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