La torpeza e ineptitud de sus asesinos pudieron haber evitado el crimen despiadado del reportero gráfico de la revista Noticias José Luis Cabezas. Pero hubo “luz verde” o “zona liberada” para ejecutarlo la trágica madrugada del 25 de enero de 1997, por eso la banda de lúmpenes que lo mató pudo lograr su objetivo, de lo contrario hubiese resultado imposible.
Eran tan
marginales pero impunes a la vez que cometieron todo tipo de errores durante el
plan criminal. Sus integrantes, luego bautizados como “Los Horneros” porque
provenían de la zona de Los Hornos, perteneciente al partido de La Plata, José
Luis Auge, Héctor Miguel Retana, Sergio Gustavo González y Horacio Braga,
merodearon la noche previa el chalet del empresario postal Oscar Andreani
ubicado en Priamo y Burriquetas, donde se celebraba, con gran despliegue de
invitados y un súper festejo programado desde hacía tiempo, su cumpleaños
número 54, que se denominó “La gran fiesta del año del Capitán”.
Allí todo era
alegría cuando el dueño de casa apareció vestido de Capitán del Old Sailor
Shipping Cruises invitando a todos a un viaje imaginario a orillas del mar.
Entre los doscientos asistentes estuvieron nada menos que el entonces
presidente del Cámara de Diputados bonaerense e híper duhaldista Osvaldo
Mércuri, y el intendente de Pinamar, Blas Altieri.
A Cabezas lo
unía una relación de amistad con Andreani, por eso el fotógrafo llegó esa noche
con un regalo que tenía que ver con la temática de la celebración: una remera
azul y blanca a rayas. Como cada verano, el evento convocó al resto de
periodistas y fotógrafos de varios medios que cubrían la temporada en el
balneario.
Pero la
algarabía que se vivía puertas adentro contrastaba severamente con lo que
estaba sucediendo afuera en las inmediaciones del chalet. Mientras la buena
comida y bebida circulaba entre los invitados y la música sonaba fuerte, en la
calle los vecinos advirtieron movimientos extraños de varias personas
totalmente desconocidas, ajenas al lugar.
Asustados por
tener la clara sensación de estar en peligro dieron aviso inmediato a la
custodia del empresario y llamaron para dar el alerta a la comisaría ubicada en
la avenida Bunge, cuyo máximo responsable era Alberto “La Liebre” Gómez. La
suerte estaba echada porque la policía nunca llegó ya que la zona se había
liberado. Esta conclusión a la que se llegó no surgió de una especulación
periodística ni de una charla de café. En la investigación, la instrucción y el
juicio oral se demostró que había luz verde para que cometieran el hecho.
Los
delincuentes se percataron de los reclamos de los habitantes del barrio al
personal de seguridad de Andreani y entonces decidieron retirarse de la zona
después que pasó un buen tiempo, el suficiente para que la policía llegara si
se lo hubiese propuesto, claro. El cambio de planes provocó que resolvieran
esperarlo al acecho en la puerta de la casa de la calle Rivadavia en el centro
de Pinamar, donde residía junto a su mujer, María Cristina Robledo, con quien
había tenido a Candela, de tan solo cinco meses, y dos hijos de su anterior
pareja, Agustina y Juan.
También fue una
rareza que dentro de la fiesta nadie se enterara de lo que había sucedido
afuera. Lo que hubiera servido para interrumpir la celebración, y además dar
nuevo aviso a la comisaría y que los periodistas presentes reflejaran la
situación de inseguridad y peligro en sus respectivos medios.
El redactor de
Noticias, Gabriel Michi, compañero de José Luis se retiró de la fiesta a eso de
las 4 de la mañana porque en pocas horas llegaba un grupo de amigos ya que el
26 era su cumpleaños. Como lo alcanzó el fotógrafo Carlos Alfano de la revista
Para Ti, Michi le dejó el Ford Fiesta que usaban durante la cobertura a
Cabezas, para que volviera a su domicilio, lo que ocurrió más allá de las cinco
de la mañana.
Mientras tanto
la banda de “Los Horneros” y el oficial de policía Gustavo Prellezo, quien
hasta hace unos meses había sido subjefe de la comisaría de Pinamar, aguardaban
pacientes la llegada del fotógrafo dentro del Fiat uno de su propiedad. Cuando
Cabezas bajó de su coche, González lo tomó del cuello por la espalda y Braga lo
apuntó con un arma hasta cargarlo en su propio auto. Por su parte, Prellezo,
Retana y Auge viajaban en el Fiat marcando la ruta, dieciséis kilómetros de
horror hasta llegar a La Cava de General Madariaga donde el mencionado Prellezo
lo asesinó de dos disparos en la nuca, tal como se demostró en el juicio en el
que fueron condenados.
En el debate
oral también salió a la luz que Alfredo Yabrán –a quien Cabezas había
fotografiado en exclusiva la temporada anterior caminando por la playa junto a
su esposa, María Cristina Pérez- había ordenado a su jefe de seguridad,
Gregorio Ríos, que quería pasar un verano tranquilo, “no como el pasado”. Le dijo
que eso lo arreglara con Prellezo, con quien él mismo se había reunido con
anterioridad. Estas y otras precisiones se lograron gracias a la utilización
del debutante Sistema Excalibur de entrecruzamiento de llamadas que permitió
demostrar un gran número de comunicaciones entre todos los involucrados.
Gustavo
Prellezo recibió el pedido, el tema fue que, para cumplirlo, reclutó mano de
obra barata para “bajar los gastos” y su avaricia fue lo que lo terminó
condenando. Fueron tan crueles que además de los dos disparos con que lo
mataron, lo esposaron y lo prendieron fuego dentro del coche.
Las situaciones
sorprendentes se siguieron repitiendo ese día trágico. Como cuando Eduardo
Duhalde, a una hora del hallazgo del auto incendiado en La Cava pasó con su camioneta
por la zona para ir a pescar a la Laguna Salada Grande. Al advertir presencia
policial preguntó qué estaba sucediendo y recibió como respuesta que se
encontraban allí porque se había recibido un alerta por un auto quemado cuando
todavía no se había determinado que adentro había un cuerpo calcinado.
Finalmente
todos fueron condenados excepto Alfredo Yabrán, que se suicidó el 20 de mayo de
1998 con un tiro de escopeta en la boca en su estancia de San Ignacio, muy
cerca del poblado de San Antonio en su Entre Ríos natal, luego de huir al
ordenarse su captura. La sentencia a reclusión perpetua por ser policías, hecho
que agrava la pena, recayó en Gustavo Prellezo como ejecutor de los disparos,
Sergio Camaratta (fallecido), Aníbal Luna y el comisario de Pinamar Alberto “La
Liebre” Gómez por liberar la zona para facilitar que se concretara el
homicidio.
Además
recibieron prisión perpetua el jefe de custodia de Alfredo Yabrán, Gregorio
Ríos, y los cuatro integrantes de la banda de “Los Horneros”, José Luis Auge,
Héctor Miguel Retana (fallecido en prisión), Sergio Gustavo González y Horacio
Braga. En la causa resultó fundamental la declaración de la ex policía Silvia
Belawsky, ex esposa de Prellezo, quien aseguró que él trabajaba para Alfredo
Yabrán desde 1995 y que asesinó a Cabezas porque el empresario postal se
molestaba por las fotos y persecuciones que el reportero realizaba en el
verano. De todos los sentenciados, quienes no murieron ya hace años gozan de
libertad.
Párrafo aparte
para “La Liebre” Gómez, comisario de Pinamar. Ya que Cabezas mantenía con él
una correcta relación, amistosa podría decirse, producto de tratarlo como casi
a todos los enviados de los medios cada temporada desde hacía varios años
durante las coberturas periodísticas. El detalle que quedó en la memoria de
muchos de ellos fue que dicho verano trágico, José Luis llegó a comentar a sus
colegas que le había llamado la atención que Gómez le preguntara cómo estaba su
pequeña hija Candela, fruto de la relación con María Cristina Robledo. Esas
palabras vaya a saber por qué no le cayeron bien y lo contaba a menudo.
El comisario
siempre afirmó que era inocente. Lo sostuvo en el juicio ante el tribunal
integrado por los magistrados Jorge Dupuy, Susana Yaltone y Carlos Eyeherabide.
Allí declaró que el día previo al asesinato dejó la comisaría antes de la
medianoche para cenar con funcionarios de la Secretaría de Adicciones de la
provincia de Buenos Aires. Y remarcó que en su puesto quedó el subcomisario de
apellido Acotto hasta que regresó dos horas después, consultó si había
novedades, le dijeron que no y se fue a su casa, ubicada en la parte trasera de
la dependencia policial.
Agregó que al
día siguiente muy temprano asistió a una reunión en la Unidad Regional de
Dolores, donde recién supo del crimen cuando el comisario de General Madariaga
Mario Aragón recibió el aviso porque la cava donde ejecutaron al reportero
gráfico pertenecía a esa jurisdicción. Evitó hablar de José Luis como ser
humano, apenas lo definió como “una muy buena persona que ayudaba a mi hijo a
aprender fotografía”.
Más allá de sus
excusas que el tribunal no creyó, terminó sentenciado el 23 de diciembre de
2002 a prisión perpetua acusado de los delitos de “sustracción de persona,
agravada por la muerte de la víctima, en concurso ideal con homicidio simple e
incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Léase liberar la zona
para que se pudiera cometer el delito.
No fue todo. En
el expediente un trabajador de nombre Omar Pareda, que cuidaba una vivienda que
el ex comisario Gómez tenía en General Belgrano, declaró que su patrón recibía
la visita no solo del propio Gregorio Ríos, jefe de custodia de Yabrán, sino
también de su hermano Jorge y de Coco Mouriño, fiel ladero del magnate. Por eso
los jueces pusieron aún más la lupa sobre “La Liebre”, sospechando que su
responsabilidad iba más allá que liberar la zona para que se ejecutara el
hecho.
“Yo lamenté más
que nadie la muerte de ese muchacho”, le dijo “La Liebre” -apodado así por su
velocidad, en particular cuando estaba en funciones-, al periodista de la
revista Noticias Juan Gónzález cuando lo entrevistó frente al portón de su casa
de Valeria del Mar en 2017.
Hoy a los 79
años, Gómez sigue viviendo allí, en familia, con sus hijos y nietos. Que haya
liberado la zona como resolvió la justicia fue el factor clave para que se
pudiera matar a Cabezas. De lo contrario, José Luis estaría entre nosotros,
presente, ahora y siempre.
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