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Robledo Puch hoy, fotos exclusivas: Sus 2 femicidios a sangre fría y las increíbles cartas de sus admiradoras



Cuando lo detuvieron, su belleza y su fama en primera plana de los diarios causó una especie de club de admiradoras de Carlos Eduardo Robledo Puch, asesino de 11 personas entre 1971 y 1972. Recibía cartas de mujeres que le declaraban su amor y pedían visitarlo.

Una le propuso casamiento. En el juicio, que terminó por condenarlo el 27 de noviembre de 1980 a cadena perpetua, el asesino de cara angelical respondía esas cartas. Los jueces pensaron que anotaba mensajes para sus abogados. Pero no. Eran cartas de amor.

A los 70 años, 50 años después, el llamado Ángel Negro volvió a recibir cartas. Le escriben mensajes de apoyo, una mujer le ofreció su casa para vivir si algún día llega a salir en libertad y lo llamativo es que varias de esas cartas -al menos cinco- fueron escritas por jóvenes que no superan los 30 años.



Dos de ellas le escribieron al autor de la nota para pedir la dirección de la Unidad Penal Número 26 de Olmos, donde está detenido Robledo. A diferencia de lo que ocurrió en el pasado, no buscaban nada amoroso. Y si antes la belleza del Ángel cautivaba a sus admiradoras, ahora es su delicado estado de salud, su encierro eterno (50 años, un récord) y, claro está, su fama. No hay ni hubo otro asesino argentino más emblemático que el joven de rulos con cara angelical que andaba en moto y mataba por la espalda.

“Me da pena. Quiero ayudarlo. Preguntarle qué necesita. Ir a visitarlo”, le dijo una de las jóvenes a Infobae. Otra hasta llegó a contactarse con presos del penal. “No me interesa que me escriban”, les respondió Robledo cuando le contaron sobre la intención de la mujer.



De hecho, rechaza las cartas que le envían. Ni las lee. Vuelven rebotadas al remitente.

De salud no volvió a tener complicaciones severas con el asma (además tiene EPOC) y pasa sus días viendo televisión (le regalaron una) y jugando al ajedrez. Su abogado oficial insiste en pedir la libertad por agotamiento de pena. En esta nota se publican dos fotos exclusivas del presente de Robledo.

Sus dos femicidios a sangre fría

Justamente este mes se cumplen 51 años de los dos crímenes de Robledo que no tuvieron ningún patrón similar con los otros nueve, que eran -en su mayoría- serenos. Los femicidios de Virginia Eleuteria Rodríguez y la modelo Ana María Dinardo, ocurridos el 13 y el 24 de junio de 1971, respectivamente.

A Rodríguez la ejecutó a tres metros de distancia, por la espalda, de cinco balazos. La chica se desplomó. Jorge Ibáñez, el cómplice de Robledo, se bajó del auto y le revisó la cartera: se quedó con mil quinientos pesos moneda nacional. Es una miseria: apenas les alcanza para una cerveza. Dejaron el cuerpo al costado de la ruta.



Era la quinta víctima del dúo de asesinos.

La habían encontrado cerca de un puente, por la Panamericana. Rodríguez era obligada a prostituirse por un canalla.

Ellos iban en un auto Ford Farlaine y Robledo le apoyó el caño del revólver en la espalda, a la altura de la cintura, y la hizo subir al auto.

Ibáñez fue al asiento de atrás donde estaba Virginia Rodríguez. Le dijo a Robledo que fuera adelante. Le sacó la ropa a la víctima, pero cuando estaba por violarla, algo lo puso furioso. Lo irritó la presencia de Robledo, que miraba a la calle y movía el volante con la mano derecha. En la izquierda tenía el revólver. Estaba incómodo. Quizá le molestaba que el protagonismo se lo llevara Ibáñez o no estaba de acuerdo con la brutal violación. Lo cierto es que no hizo nada para impedirlo y acató todas las órdenes de su compañero, que le ordenó bajarse del auto.

Robledo obedeció. Caminó unos metros.

El lugar era oscuro y no pasaban autos. El Fairlane empezó a balancearse. A los pocos minutos, su amigo lo llamó. La chica, aterrorizada, se estaba vistiendo. Ella sintió algo de alivio cuando Ibáñez le dijo que podía irse.

Virginia Rodríguez bajó del auto y caminó unos pasos por la ruta.



Robledo manoteó el revólver del tablero, se bajó del auto y marchó como un autómata con una linterna en la mano. Virginia seguía caminando. No se dio vuelta. Creía que iba hacia un lugar seguro. No se imaginaba que la seguía una luz. Y detrás de esa luz, iba un chico un poco más grande que ella, de apariencia inofensiva y sumiso, que estaba dispuesto a ejecutarla. Robledo apuró el paso. Estaba a seis metros. Ella caminaba aferrada a la cartera. Suponía que escapa del peligro. Estaba acostumbrada a eso. Desde que había sido reclutada por una red de trata, que la obligaba a prostituirse, no hizo más que sobrevivir. Pero Robledo no dudó. La mató a balazos.

La joven de 16 años había intentado suicidarse dos veces. Primero probó con veneno para hormigas. Después se tiró a las vías de un tren. Se salvó. El veneno no había sido suficiente para matarla y el maquinista frenó justo a tiempo. Sentía que su vida era un infierno. La echaron del trabajo, no podía llevar dinero a su casa para sus hermanos (sus padres habían fallecido hacía tiempo) y quería liberarse del proxeneta que la esclavizaba para que se prostituyera. Pero la muerte se la dio Robledo Puch.

El segundo femicidio fue el de la modelo Ana María Dinardo, de 23 años. La raptaron cuando ella esperaba el colectivo en Laprida y Avenida del Libertador.

Robledo e Ibañez frenaron al lado de ella en un Chevy blanco. Robledo la encañonó y la hizo subir al auto. Fueron hasta la Panamericana. Dinardo se resiste: golpea a Ibáñez con una toma que aprendió en sus clases de karate. Robledo interviene, pero ella lo ataca con el taco de su bota derecha.

Ibáñez le da una trompada y la manosea. Él le exige que se saque la blusa, el pantalón de terciopelo bordó, el pañuelo que lleva en la cabeza y las botas. Cuando ella le dice que está indispuesta, le ordena que se vista. Él se queda con el corpiño. No la viola.

La deja bajar.



El cielo está nublado. Ella camina rápido por la ruta. Levanta la cabeza y mira al frente, como si estuviese desfilando en una pasarela. Robledo le clava la mirada en la espalda. Dinardo camina unos pasos, hasta que el primer balazo la tira al piso. Robledo tira seis veces más.

Para Osvaldo Raffo, el forense que examinó a Robledo antes del juicio y dictaminó que era un psicópata perverso, Robledo mató a esas mujeres no por orden de su cómplice. “Estaba celoso porque Ibañez las violó. El estaba enamorado de su amigo. Cuando violó a otra mujer Robledo le disparó a la cuna donde dormía un bebé. Se sintió desplazado porque Ibañez quería tener sexo, pero claro, eso no es sexo. Es un ataque sexual. Pero para Robledo era una traición de su amigo”, opinaba Raffo.

Más allá de cualquier análisis, en esos dos femicidios Robledo actuó con sangre fría y alevosía. A los serenos los mataba de un tiro. A estas mujeres les vació el cargador. Actuó más sanguinario que en los otros asesinatos. Como si, a diferencia de los crímenes que cargaba sobre sus espaldas, no hubiese sentido placer. Sino odio.



 


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